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Crítica | Mudar la piel
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El amigo de la familia

En el origen de este documental hay una fotografía con dos figuras separadas por una distancia focal que es la distancia entre dos graduaciones del afecto de una mirada

Imagen de 'Mudar la piel'.
Imagen de 'Mudar la piel'.

En el origen de Mudar la piel hay una fotografía con dos figuras separadas por una distancia focal que es, al mismo tiempo, la distancia entre dos graduaciones del afecto de una mirada. En primer término, Juan Gutiérrez, padre de Ana Schulz, codirectora de esta película extraordinaria y sorprendente, un mediador entre el gobierno español y ETA durante los tramos más duros del conflicto vasco. A su espalda, la imagen borrosa, desdibujada, de quien bien podría ser un fantasma: Roberto, íntimo amigo de Juan, presentado por la cineasta como una presencia intrusa constante en la cotidianidad familiar, un enigma plantado en el salón de casa que resultó ser un espía del CNI infiltrado en el entorno del director del Centro de Investigación por la Paz Gernika Gogoratuz para husmear entre las conexiones del mediador con la izquierda abertzale. Que, tras ser desvelada la traición, Juan Gutiérrez haya seguido considerado a Roberto como su íntimo amigo es uno de los enigmas que espolean la fascinante indagación de Schulz y Cristóbal Fernández en una ópera prima de remarcable riqueza.

MUDAR LA PIEL

Dirección: Ana Schulz y Cristóbal Fernández.

Género: documental. España, 2018.

Duración: 89 minutos.

Mudar la piel convierte en hilo argumental su propio proceso de creación. Es una decisión que, finalmente, se revela como la única posible –esta es una película sembrada de giros, sorpresas y revelaciones-, pero que también coloca sobre la mesa algo esencial: la voz en primera persona del relato es la de alguien para quien la figura paterna, pese al afecto y la admiración, se ha convertido, en cierto sentido, en un extraño. Y es precisamente el afecto, irracional y arrollador, lo que hizo que ese padre, consciente de que siempre hay algo que se sitúa más allá de las palabras, relativizase una traición y abrazase una otredad bajo la forma de la identidad líquida y pragmática de un espía.

La sabiduría humanista de Juan Gutiérrez, la capacidad del relato para alumbrar una reveladora parcela de nuestra historia reciente y la inteligencia con que Schulz y Fernández resuelven uno de los más radicales conflictos de representación de su propuesta -¿cómo se filma a un espía?- hacen de Mudar la piel una obra sobresaliente.

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