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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los dioses tienen sed

Una cornada silenciosa atravesó el corazón de Víctor Barrio en el suelo

Miembros de su cuadrilla trasladan a Barrio a la enfermería de la plaza.
Miembros de su cuadrilla trasladan a Barrio a la enfermería de la plaza.Antonio García (EFE)

No estaba claro que Víctor Barrio fuera a pasar a la historia de la tauromaquia, ni que lo hiciera un toro berrendo de Los Maños. No estaba claro hasta este sábado, cuando el diestro segoviano y Lorenzo se reunieron en la fatalidad. Una ráfaga de viento desnudó a Barrio. Una cornada silenciosa le atravesó el corazón en el suelo.

Y nos acordamos de El Yiyo. Y nos acordamos de Burlero. Porque fue igual de fulminante el pitonazo de Colmenar en 1985. Porque no había muerto ningún matador desde entonces. Y porque la defunción de un torero comparte la posteridad con el nombre del toro. Espartero y Perdigón, Joselito y Bailaor, Manolete e Islero, Paquirri y Avispado. Es la manera de recrearse en la superstición del destino. Y de simbolizar la regla más temida de la tauromaquia: el toro muere, el torero puede morir. No siempre Teseo escapa del Minotauro. A veces lo espera hambriento en un requiebro del laberinto.

No lo sabía Barrio en el ensimismamiento del torero de la oportunidad. Escribía en su último tuit que tenía puesta la cabeza en Teruel. Ahora ha puesto también el corazón, desmesura sacrificial de un torero desgarbado, valiente y humilde que se convierte en mártir y proporciona a la Fiesta toda la gravedad de la eucaristía.

La sangre de Barrio solemniza la hondura de la tauromaquia. Y demuestra que se muere de verdad. Y que se muere arbitrariamente. Los dioses tenían sed y fueron a cobrarse las vísceras de un matador que apenas se vestía de luces. Que tenía 29 años. Y que no se había retirado porque de haberlo hecho no estaría en Teruel el 9 de julio de 2016. El sorteo del mediodía le puso delante la lidia y muerte de Lorenzo. La mala suerte lo desengañó. Llegó cadáver a la enfermería. Salió como un héroe de ella.

No será desperdiciada la sangre de Barrio. Nos obligará a respetar a los toreros. Nos recordará que jugarse la vida no es un juego de palabras. Y que no hay toros pequeños ni ruedos de provincias. Y que las plazas alojan una capilla y una enfermería. Para rezar a Dios y a las vírgenes. Y para aferrarse a la arena cuando el cuerpo se revienta.

Víctor Barrio y Lorenzo son historia. No en la frivolidad con que se ha degradado el sustantivo, sino en la acepción plena. De tanto evitarse el uno al otro en Teruel, han terminado encontrándose.

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