Turismo por todo lo alto
Varias compañías por España ofrecen alojamientos en cabañas en los árboles. Hay una larga lista de espera
Una casa en un árbol no es un pasatiempo para niños. Más bien es para sus padres, que están dispuestos a aguantar listas de espera que pueden llegar a casi un año con tal de pasar una noche en un alojamiento colgado de las ramas, sin electricidad, ni agua corriente. Pese a ser un fenómeno muy extendido en otros países europeos, en España aún existe un número limitado de establecimientos de este tipo. El éxito del proyecto, sin embargo, está impulsando la proliferación de este modelo de turismo lejos del suelo, de Cataluña a Madrid, del País Vasco a Ciudad Real.
Cabanes Als Arbres fue el establecimiento pionero en importar este tipo de turismo al sur de los Pirineos hace cuatro años y medio. Desde entonces, las reservas han llegado sin parar, hasta alcanzar una media de 7.000 huéspedes al año. Aunque la mayoría de clientes solo pasa una noche en las cabañas —por un precio diario de unos 130 euros— muchos han quedado tan impactados con la experiencia que han decidido participar como prestamistas en la ampliación del proyecto al País Vasco, que abrirá sus puertas la próxima Semana Santa.
La compañía pionera empezó hace más de cuatro años y recibe 7.000 huéspedes anuales
Karin van Veen y su pareja tenían muy claro su objetivo al estrenar el complejo en las Guillerías, a poco más de una hora de coche desde Barcelona. “Queríamos algo mágico como una habitación colgante que al mismo tiempo pudiera demonstrar que se puede disfrutar de la naturaleza sin prescindir de una cama cómoda y que es posible hacer turismo distinto y de manera sostenible”, explica Van Veen.
El interior de una cabaña no tiene nada que envidiar a una habitación de hotel, pero a una distancia de entre cinco y ocho metros del suelo y con un tronco que atraviesa el cuarto. Eso sí, no hay enchufes, el baño es seco, las velas sustituyen a las lámparas, en lugar del grifo hay una jarra de agua y lo más parecido a una tele es el cuadro de una estufa de bioetanol. Trepar por puentes de cuerdas que balancean y escaleras tiene su recompensa, ya que las vistas a la montaña son privilegiadas y el único ruido que se escucha es el de los pájaros.
Sin wi-fi, ni cobertura para el móvil, las únicas conexiones con la civilización se realizan a través de una radio transmisora para comunicarse con la recepción y una cuerda colgando de una rama, a lo largo de la cual sube la cesta del desayuno.
Con un foco en la frente y un mapa en la mano, el pasado marzo Ana y Alberto pasaron una noche en las cabañas, tras una espera de varios meses desde que realizaron la reserva. “Sin tecnología disponible, tienes una terapia de pareja asegurada”, garantiza Ana. “Todos en la infancia hemos soñado con una cabaña en los árboles”, añade su novio, “y aquí tienes derecho a volver un poco a la niñez, a relajarte, a disfrutar de la compañía de otra persona”.
Para los que tengan miedo a cortar tan radicalmente con la tecnología, existen cabañas que cuentan por lo menos con electricidad, como las de Monte Holiday, en la Sierra de Guadarrama, cerca de Madrid. Las dos habitaciones colgantes de este centro, sin embargo, solo constituyen un primer paso de un proyecto más amplio, que verá la inauguración de otras cinco cabañas en 2014, para Semana Santa. Las nuevas construcciones estarán más alejadas de la recepción, no dispondrán de corriente eléctrica y utilizarán un sistema de calefacción innovador, que recicla los residuos de la limpieza de los bosques de alrededor.
“El concepto del ocio al aire libre ha cambiado. El turismo rural tiene que integrar productos distintos”, recalca Antonio Gonzálo Pérez, director del centro de ecoturismo. “Una cabaña no es un hotel, es una experiencia”.
Babelia
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