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Entrevista:CRISTINA FERNÁNDEZ DE KIRCHNER

La mujer fuerte de Argentina

Es la que manda, o, como se dice vulgarmente, la que lleva los pantalones en casa. Cristina Fernández es, por este orden, senadora, peronista y la esposa del presidente argentino, Kirchner. Muchos, ante su fuerza y empuje, se preguntan si no será la nueva Eva Perón o la próxima presidenta.

Juan Cruz

Debe de ser temible, en el Senado argentino, al que pertenece desde 1995, y en casa. Está casada desde 1975 con Néstor Kirchner, el presidente argentino, y aunque los dos tienen las mismas ideas -peronismo de izquierdas-, discuten hasta el infinito, y no es el presidente el que tiene la última palabra; ella misma dice que "suele temblar el mundo cuando nos peleamos". Es una mujer decidida y fuerte; se le ve enseguida, desde que llega a este inmenso salón de la residencia del embajador argentino en Madrid, y ella se adelanta, da la mano con la distancia adecuada para que el otro sepa que se las ve con una alta ejecutiva de la política y no sólo con la esposa de un abogado argentino al que ha ayudado a triunfar en la abogacía y en la política. Luego ordena que nos vayamos a otro lugar de la estancia, aún más grande y aún más confortable, para hablar de la política y de la vida, e incluso del amor, aunque sea la política la que termine marcando todo el diálogo… Fue una conversación impregnada por su energía y por su confianza en un país que hace dos o tres años estaba en la parte más gris de las noticias del mundo, y que ahora vive un renacimiento lento, pero cierto. Ella misma está muy feliz en este momento: cuando hablamos está terminando su reciente gira por España, adonde vino con el jefe del Gabinete de Kirchner, Alberto Fernández, y acá se vio con las autoridades españolas, mantuvo un coloquio con Felipe González y con Juan Luis Cebrián, y a todos les dijo que Argentina renace a pesar de la desconfianza que le han regalado organismos internacionales como el Fondo Monetario… Y ella está particularmente feliz porque fue la presidenta del III Congreso de la Lengua Española, celebrado en Rosario (Argentina), en el que se puso de manifiesto, por si era preciso, que la lengua que hablamos es tanto latinoamericana como española… Unos días antes de la conversación con EPS la había entrevistado en la radio Iñaki Gabilondo, y de lo que le dijo la mujer de Kirchner al periodista de la SER subrayamos una frase: "El presidente está casado conmigo". Cristina Fernández, senadora argentina, peronista, de 51 años, no es la mujer del presidente, eso está claro; es más, un día puede ser Kirchner el marido de la presidenta. Ahora, en efecto, el presidente es su marido, pero ella va por su cuenta y riesgo.

¿Por qué está tan satisfecha con el congreso de la lengua?

Porque salió muy bien. En términos de organización. En términos culturales. Un evento puede estar muy bien organizado, pero no ser muy eficaz desde el punto de vista de sus objetivos. Pero acá se juntó la eficiencia en la organización con la eficacia en lo cultural. Por eso supone su desarrollo una gran satisfacción institucional para mi país. Y el otro aspecto que me satisface es el personal; fui la presidenta honoraria del congreso, y tuve que lidiar, articular, organizar, modificar, y ya sabe que en mi país existen, aunque cada vez menos, los profetas del fracaso, los de la autoprofecía cumplida, los que decían que iba a haber presiones de grandes grupos editoriales…, y finalmente debieron admitir que el congreso fue un éxito. Así que estoy un poquito orgullosa. Me decía Víctor García de la Concha [director de la Real Academia Española, responsable ejecutivo del congreso] que éste resultó mejor que los de Zacatecas y Valladolid. Fue un hito importante para mi país, además de para la lengua, y era para nosotros muy importante demostrarle al mundo que éramos capaces, porque ya le dije lo que pasa con los profetas del fracaso…

¿Y de dónde viene esa profecía del fracaso?

Porque esto se da. Aunque no, afortunadamente, en el conjunto de la sociedad. Si usted ha viajado a mi país habrá advertido que hay una Argentina que renace de sus cenizas con mucha fuerza. Lo que pasa es que algunos tienen una visión periodística, aquella que explican los que creen que se es buen periodista sólo describiendo lo que consideran malo. Tal vez tienen una noción equivocada de lo que es el periodismo, que es, obviamente, además de opinar, informar, pintar una época y pintar una sociedad. A veces siento, y sería injusto generalizar, que algunos no entienden que hay una nueva Argentina y que es una obra de todos.

¿Y qué le pasó a Argentina en el siglo XX, por qué atrajo tanto mal?

No sólo ha sido Argentina, toda la región latinoamericana ha sufrido los vaivenes de políticas que vienen impuestas de fuera; lo que pasa es que en Argentina esa realidad impacta de manera diferente, y sus resultados son más visibles en la medida que somos un país que desde sus orígenes tuvo una fuerte connotación europea. Cuando camino por Madrid parece que ando por Buenos Aires, y uno va a París y parece que estuviera en el corazón de La Recoleta. Entonces, una crisis en mi país impacta mucho más porque es un lugar mucho más visible de América Latina. Cuando colapsó Argentina en 2001, Bolivia colapsó más tarde, colapsó Ecuador, Perú tuvo una gran crisis. Pero es que hasta en eso somos distintos los argentinos: cuando colapsamos, colapsamos en serio. Yo espero que de esta última crisis haya habido un aprendizaje diferente en todos los estamentos de la sociedad, y creo que estamos dispuestos primero a no creernos que somos los mejores del mundo, pero tampoco a creer que somos los peores. Porque tenemos esa tendencia a la autodestrucción por un momento y a la autoestima sobrevalorada por otro. Es como si oscilásemos entre que somos los mejores y que somos los peores. Yo creo que ha llegado la hora del equilibrio, de convertirnos en un país normal, en un país serio.

Dígame usted, si tuviéramos un 'argentinómetro'…

¡Huy, si tuviéramos un argentinómetro!, ¡me encantaría tener un aparato de ésos! ¿Te imaginas, un argentinómetro midiendo en Argentina, quién lo aguanta?…

… un 'argentinómetro' que midiera el momento en que están los argentinos en ese proceso de sentirse los mejores a sentirse los peores. ¿En qué punto estarían los argentinos de autodestrucción y de sobrevaloración?

El argentinómetro está reconociendo que tenemos cosas excepcionales, pero que también tenemos defectos. O sea, que las cosas que nos han pasado, nos han sucedido porque tenemos responsabilidades en lo que eclosionó en 2001; aunque tengamos que convenir que en esa debacle hemos tenido coprotagonistas estelares, nos han venido multinacionales de crédito que bueno… ¿Le prestaron a una Argentina que no crecía y hundieron o quieren condenar a una Argentina que está pagando, que está demostrando que puede crecer? Hemos podido vincular, en la Administración de Kirchner, los números de la economía y los números de la sociedad; hemos tenido un crecimiento superior, en el último año, del 8%, y hemos reducido los índices de desocupación del 21% al 13%, e incluso podemos bajarlos un punto más a final de año; hemos ingresado con un 54% de pobres y hoy estamos con un 38%, que es también un número terrible, pero comprendamos que el 54% es mucho peor, ¡y esa reducción se produjo en año y medio! ¡Un Gobierno que ingresó con 9.000 millones de dólares en reserva y creo que terminaremos el año entre 19.500 y 20.000 millones de dólares en reserva!

Pero, senadora, ¿qué ha tenido que pasar en la propia Argentina, qué han hecho los argentinos para que se produjera el desastre?

Por lo pronto, llegar a creer durante 10 años que un peso valía lo mismo que un dólar. Eso trajo consigo otro problema estructural y cultural de mi país, la inflación. Las cosas se valorizaban sin que nosotros hiciéramos nada para que se valorizaran. La cosa se prolongó en el tiempo y terminó como terminó. Y todo el mundo hace hincapié en si se privatizó o no se privatizó. El problema no fue la privatización, el problema es que se hizo monopólica y sin regulación, y no hay que explicar qué impacto tiene eso en la calidad de vida del usuario y el consumidor. Y se abrió indiscriminadamente la competencia, sin ningún tipo de protección a la industria local. Eso en un mundo que protege sus productos, sus industrias y solamente larga a la competencia aquellas que ya tienen suficiente competitividad, de modo que no se destruyan las fuentes de trabajo en su país de origen.

¿Y cómo asistía usted, desde el punto de vista personal, a esa crisis, cuando nosotros recibíamos aquí noticias de que había niños que morían de hambre en Argentina?

Todo ese proceso de degradación económica fue acompañado de una degradación política, quizá la degradación política fue la que dio sustento para la posterior degradación económica. Una cosa es la pobreza y otra cosa es la miseria, y yo creo que alcanzamos momentos de miseria, donde la pobreza de orden económico se mezclaba con una pobreza de carácter moral. Sostengo que la crisis fue esencialmente moral. La debacle económica estuvo acompañada por la impunidad; la sensación de que alguien puede violar la ley, matar, robar, hacer desaparecer, torturar, y que no le pase nada. La gente llegó a pensar que la defensa de los valores, de los derechos humanos, tenía que ver con las izquierdas, y no, la defensa de los derechos humanos son una cuestión de humanidad, y en ese campo Argentina se fue degradando económicamente, moralmente, socialmente, y terminó eclosionando. Es mentira que lo de 2001 haya empezado un año antes, ni siquiera empezó cuando comenzó el Gobierno de Menem. Tuvo sus orígenes mucho más alejados, el 24 de marzo de 1976; ése fue el punto de inflexión en la sociedad argentina, la última ruptura del orden institucional a cargo de las Fuerzas Armadas, la más terrible de todas las dictaduras, la de 1976. Recordar es un ejercicio valiente para superar ese pasado y poder caminar hacia adelante. Aquella experiencia nos hizo a todos distintos, a la sociedad argentina la hizo como es.

¿Qué cicatriz les ha dejado esa herida de la dictadura?

Fue la impunidad, el no respeto a la ley, y me parece que la única manera de sobrellevar esto es garantizar la vigencia de la ley. La justicia hoy lo tiene todo en sus manos, no hay más ley de punto final. Hemos vuelto a la división de poderes en Argentina, con lo cual será la Corte la que se pronuncie acerca de la constitucionalidad de las leyes. ¿Se imagina el trauma que impone en una sociedad el que sea el Estado el que viole las leyes? El terrorismo de Estado es algo más que la violación de las leyes, es el rompimiento del pacto fundante de la sociedad. Los que violaron la ley tienen que ser castigados por ello, porque, si no, retornamos a la época predemocrática, a la venganza por mano propia, a la ley del talión. La reconstrucción democrática hace imprescindible la finalización de la impunidad.

Es lo que han hecho los chilenos.

Esto es lo que han hecho los chilenos y lo que hemos hecho los argentinos. Fíjese que con el dolor de familiares perdidos, de hijos, padres, hermanos, abuelas, nunca preconizaron la venganza o la violencia, sino la ley; castigo y verdad, pero dentro de la ley y la Constitución.

¿Y cómo un país con esa cultura se mete en una historia como ésa?

¿Y la Alemania de Hitler? ¡En la Alemania de Goethe, en la Alemania enciclopedista, donde la condición humana conoció los momentos más excelsos históricamente, se pasa a los momentos más espectacularmente tenebrosos! ¿Cómo puede ser? Es como si en el ser humano se despertaran de repente cosas subyacentes en los lugares más recónditos de su personalidad.

¿Qué la hizo militar políticamente?

¡Huy! En mi casa, mi abuelo era muy peronista, mi madre también; pero mi padre era antiperonista. Una cosa curiosísima.

¿Y qué era ser peronista o antiperonista?

Era ser mi padre o ser mi madre, o era ser mi abuelo, que vivía con mis padres. Participar en política produce una fuerte sensación de no conformismo con el mundo que nos rodea. La política no es un objetivo en sí mismo, es un instrumento para cambiar las cosas de los que menos tienen, porque la economía normalmente tiende a consolidar a los que más tienen, así que se me ocurre que la política es el instrumento de los que tienen que cambiar las cosas porque no han sido tan favorecidos por ella. Esa interpretación de la política, y la asociación de peronismo con justicia social, fue la que me llevó a la política. Y la figura de Eva Perón, una figura emblemática no sólo con los peronistas, es un icono mundial. La Eva Perón que recuerdo es la Eva que mi madre tenía en sus fotografías: la Eva Perón que recala en el teatro Colón, con sus magníficos trajes, sus joyas, su hermoso pelo recogido; la Eva que mi madre conoció. Mi madre es coetánea con el peronismo que llega para darle a los pobres de Argentina lo que nunca habían tenido. Entonces había una visión de Eva como Eva-hada, que reparte dones; una Eva fantástica, con tules, armiños y joyas, y mi mamá tenía esa Eva. Y me acuerdo de La razón de mi vida, un librito precioso de tapas duras, rojas; lo recuerdo muchísimo. Yo era muy lectora, desde muy chiquita; aprendí a leer a los cuatro años, casi sola.

¿Y cómo es eso?

Yo qué sé, lo cierto es que ahí estoy yo, leyendo esas páginas brillosas, con fotos en blanco y negro donde Eva está hermosa. En unas está sola, en otras junto a Perón; en unas junto a mujeres, en otras con obreros. Mi abuelo tenía su carné de peronista escondido, y yo miraba ese libro y el de los planes quinquenales, que era un libro grandísimo, con dibujitos… Ésa es la Eva y el peronismo por el que yo empiezo a transitar. Después está la Eva de mi hermana. Mi hermana es médica, y también fue militante, como yo. La Eva de mi generación es otra Eva, es la Eva del traje sastre, casi aséptica ya; en los dos últimos años tuvo un cambio incluso de aspecto. Se volvió más dura, con su rodete [moño], su gesto crispado, junto al micrófono; es la Eva militante.

¿Y ahora quién es Eva Perón para usted?

Algo irrepetible. Irrepetible en la historia y en el propio contexto. A los 26 años, en 1946, Eva Perón vivía en un país donde las mujeres no votaban, condenada ya por ser mujer. El lugar de la mujer era la cocina, y su obligación eran los hijos, nada más. Y ella además era pobre, una hija extramatrimonial. Y por si todo esto fuera poco, también era artista; hoy ser artista es un plus espectacular, pero ser artista en la Argentina pacata, mojigata e hipócrita de los años cuarenta era poco menos que ser una prostituta. ¡La pobre Eva no se salvaba por ningún lado! ¡Era una cuádruple condenada! Y a pesar de eso pudo ser lo que fue, algo irrepetible, como mujer y en el mundo en el que vivió; irrepetible en Argentina.

Usted dice que es irrepetible, pero siempre que en política destaca una mujer en Argentina se dice que puede ser como Eva Perón.

Eso debe de ser porque tienen poca imaginación para decir otra cosa, o porque desgraciadamente somos demasiado pocas las mujeres que tenemos la suerte de poder hacer realmente lo que queremos. Tenemos más posibilidades ahora. Hemos logrado un fuerte avance con la ley del cupo femenino; pero le confieso que a los lugares que ocupo no llegué por ser mujer, sino por mi militancia. Cuando llegué al Parlamento me di cuenta de que este requisito de la capacidad se aplica a las mujeres y no a los hombres: llegan también los que no tienen capacidad. Lo cierto es que la democracia está reconstruyendo poco a poco esta reparación que le debe al género.

Usted podría llamarse hoy socialista, por ejemplo. ¿Por qué insisten en llamarse peronistas? Tampoco pareció ser tan beneficioso Perón para su país cuando volvió en el año 1973.

Si tuviera que definirlo en pocas palabras diría que es una construcción histórica del pueblo argentino que tiene que ver con la identidad, con lo popular, y que es tal vez una categoría inentendible aquí, en Europa, o en Estados Unidos, donde las categorías son más antiguas, donde tienen otro tipo de evolución histórica. A veces discuto con mis amigos los socialistas chilenos. "¿Qué es esto del peronismo?", me dicen, y yo les digo: "Con tantas cosas comunes que nos unen, ¿por qué tenemos que hablar de aquello que nos va a separar?".

Si usted fuera estudiante, ¿tendría un retrato de Perón en su cuarto?

Nunca los tuve; ni de Perón, ni de Evita. Kirchner tampoco los ha tenido, y, ojo, hay dirigentes radicales que tienen los de Alem o Irigoyen, y dirigentes peronistas que tienen cuadros de Perón o de Evita.

¿Y Máximo [el hijo mayor del matrimonio Kirchner, de 27 años]? ¿Los tiene?

El de Evita, el de su padre y el de su madre, debo confesarlo. Máximo tiene una gran admiración por sus padres, y creo que lo más grande que ha pasado en mi vida es que mi hijo esté orgulloso de mí.

¿Y Florencia [su hija, de 14 años]?

Florencia, mi hija, es todo un personaje del posmodernismo. Máximo es el modernismo, Florencia es el posmodernismo, ¡hay una diferencia de 13 años entre ellos! La adolescencia de Máximo fue muy parecida a la mía. Florencia ha tenido una niñez y tiene una adolescencia ligada a la computadora, a la protección ambiental, a la protección de las especies… Es muy fuerte ver el cambio de épocas en los propios hijos.

¿A qué se dedica Máximo?

Administra nuestras cosas, trabaja en una inmobiliaria. Quise que fuera abogado, pero no tuve suerte, y después estudió periodismo, pero no alcanzó a terminar la carrera. Él me dice que me va a hacer el gusto y se va a recibir de abogado.

Además, con la impresión que tiene usted de los periodistas, mejor espera el chico y se hace abogado…

Vamos a aclarar, sería malo generalizar. Describo algunas conductas que me parecen equivocadas en cuanto a lo que debe ser el rol de la información en una sociedad que necesita ser informada. Ahora los medios de comunicación son empresas donde la libertad de prensa se mezcla con la libertad de empresa, y se produce toda una disquisición sobre cómo esto influye en la política, y en qué medida la mediatización de la política a través de los medios de comunicación no exige repensar la forma de comunicar a la sociedad. Todo está muy mezclado; no es el periodismo y desentendámonos del resto, es todo junto.

¿Cómo se hizo usted, qué hicieron sus padres?

Mi padre era un pequeño comerciante, y mi madre era dirigente sindical, una empleada en el sector público; un antiperonista y una peronista, ya le dije. De esa dicotomía me vino luego a mí la necesidad de relativizar las cosas. Y en aquel tiempo, la sociedad argentina se había dividido: eran racistas y antirracistas, peronistas y antiperonistas, unitarios y federales. Era la política blindada, que todo se podía comprender a través del enemigo, y no del adversario. A esto es a lo que tenemos que acostumbrarnos los argentinos, a lo que mi amigo el filósofo Juan Pablo Feinman llama "la otredad". El otro existe; si no está conmigo, no hay que eliminarlo como si fuera una porquería. Así que yo veía esa discusión entre los que eran peronistas y los que no lo eran en mi propia casa, y eso fue lo que me hizo alejarme de los extremos.

¿Usted es 'todo política'?

Todos somos todo política; algunos no se dan cuenta, yo sí me di cuenta.

Lo digo porque trato de llevarle a sus orígenes y ya usted habla otra vez de política.

Y algunos pueden decir, como decía Lucho Gatica en una película: "Ah, yo no sé de política, lo único que soy es peronista…". Y no es así. Yo cuando hablo de política no hablo de partidos políticos. La política es una expresión de la sociedad; la política es económica, social, cultural. Alguien que se para delante de un cuadro para ver si le gusta o no el impresionismo, ya está participado de formas políticas.

¿El amor también sería política?

Qué pregunta. El amor, no, ¿qué amor? Hay muchos amores: el de un hombre y una mujer, el amor a los hijos, el amor a la sociedad, a las artes…

El amor a la política…

Creo que la política es una manera de querer a los demás; porque, en definitiva, yo me podría dedicar a lo mío y nada más, a mi profesión, a mi vida. Yo tuve una vida profesional muy exitosa; como en la dictadura no me podía dedicar a la política, tuve un estudio jurídico, con mi marido y otro socio. Fue el más grande de la provincia de Río Gallegos, en Santa Cruz.

¿Le persiguieron a usted?

Sí, claro. Estuvimos detenidos durante un mes. Luego hubo atentados, intentaron volar nuestro estudio con una bomba en 1980, y cuando el conflicto de Malvinas hubo otro atentado, incendiaron el estudio.

¿Qué impresión le dejó todo eso?

Me dejó admiración por quien es hoy el presidente de la República. En los dos atentados, yo estaba fuera de la provincia. En 1980, él me estaba esperando en el aeropuerto con mi suegra, algo que me resultó raro. Pensé que era una broma cuando me dijo que habían puesto una bomba en el estudio. La suegra venía a corroborar, a que yo me lo creyera. Querían que supiéramos que estábamos marcados… Y tengo una imagen de ese día, de mi marido, en medio del desastre y de las ruinas, dando órdenes para la reconstrucción.

Como cuando se hizo cargo de Argentina.

Y como cuando se hizo cargo de la provincia de Santa Cruz. Cuando llegó al cargo de gobernador llevaban tres meses sin pagar los sueldos. La provincia estaba devastada, no tenía salud, no tenía educación, estaba superendeudada. Y dejó un sistema de salud pública que es un orgullo para nosotros, y con 550 millones de dólares depositados en el exterior.

Como es lógico, usted tiene una ambición política.

No creo absolutamente nada a la gente que está en política y dice que no tiene ambición, es una hipocresía tremenda. La lucha política es la lucha por el poder. Lo importante es para qué quieres el poder y qué se quiere hacer desde el poder. En esta economía globalizada, en este mundo en el que lo mediático tiene una fuerza incalculable, si uno tuviera que definir el 100% del poder diría que el poder de la política representa no más allá de un 40%; qué digo un 40%, ¡un 30%! Hay un 70% que no va a elecciones; es el poder de las grandes corporaciones económicas, de los grandes medios de comunicación. Ese poder se decide en asambleas de accionistas o por el derecho de la herencia. Este sistema tan vilipendiado de los partidos políticos va a las elecciones cada dos o cuatro años. Y la sociedad nunca decide qué empresario le va a dar la luz, el gas, el que le pone precio al pan que come o a la carne que consume.

¿Ambiciona usted ser como Kirchner?

¿Presidente?

Sí.

Hay algo de narcisista en eso de mirarse al espejo y decir: yo quiero ser presidente. A mí me gusta más mirarme en el espejo y decir: ¡pucha, formo parte de un proyecto que antes quería transformar el mundo y que ahora es más humilde, quiere nomás participar en el cambio de mi país!

¿Y a veces se siente en oposición a su marido?

No. ¡Y mejor que no me sienta él, porque le va a ir muy mal a Kirchner si me pongo de opositora; ya en casa soy terrible! Sí, discutimos mucho. A él le gusta discutir, aunque a veces se enoja cuando le llevo la contraria.

¿Peleó con él cuando se retrasó tanto [cerca de tres horas] para inaugurar con los Reyes el congreso de la lengua?

¡Si se nos estropeó el avión! ¡Estábamos sentados y tuvimos que salir del aparato!

¿Qué tal le cae a usted Rodrigo Rato [director del Fondo Monetario Internacional, institución que tiene una larga querella con Argentina, o viceversa]?

No le conozco. Sé que es el director del FMI, y en general uno tiene cierta cosita cuando se habla del FMI; pero no es un prejuicio o una cuestión ideológica, sino porque sus políticas han tenido muy malos resultados.

¿Y Zapatero?

José Luis me parece encantador, su estilo me parece inédito. ¡Quince horas explicando en el Parlamento! ¡Inédito! Tenemos una visión común de cuáles son los problemas del mundo y de la sociedad.

Estuvo con Felipe González. ¿Cómo lo ha visto?

Es una institución. Metió a España en este proceso de modernización del que hoy disfrutan los españoles.

Nosotros decimos muchos chistes de argentinos, pero, dígame, ¿qué chiste de esos que cuentan los argentinos de los españoles, o gallegos, cree que nos hace más justicia?

Ah, son dos clásicos, los de acá y los de allá. Creo que hay tantos chistes de un lado y de otro porque somos muy parecidos.

Cuénteme el que más gracia le hace con respecto a nosotros.

Ah, uno que me contó Felipe. El de los tres cafés. Pero que se lo cuente él.

Lo supimos luego. Un parroquiano acude a un bar y le pide al camarero que le sirva tres cafés. "¿Tres cafés?", se extraña el camarero. "Sí", dice el cliente, "uno para mí, otro para ti y otro para tu puta madre". Al día siguiente, el mismo parroquiano: "Tres cafés". "¿Tres?". "Sí, uno para mí, otro para ti y otro para tu puta madre". El camarero no aguanta más, salta al otro lado y le da una paliza al cliente. Éste regresa al día siguiente, y el camarero le recibe con ironía. "¿Tres cafés?". "No", responde el lesionadísimo cliente, "no, sólo dos: uno para mí y otro para tu puta madre, porque a ti el café te pone nervioso".

Cristina Fernández de Kirchner, fotografiada en Madrid, en la Embajada Argentina.
Cristina Fernández de Kirchner, fotografiada en Madrid, en la Embajada Argentina.GUILLERMO PASCUAL

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