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La huelga francesa de museos acaba en tablas

El Louvre abre sólo la mitad de sus salas y cierran el Pompidou y el Orsay

Antonio Jiménez Barca

Se preveía una suerte de tormento para el turista cultural. No ha sido del todo así. La primera jornada de huelga de los museos franceses, celebrada ayer, acabó en tablas. En París, el Museo de Orsay, el Rodin y el Centro Pompidou, entre otros, cerraron sus puertas, para desesperación de visitantes frustrados, muchos llegados de lejos y por poco tiempo a la ciudad.

El museo más famoso de Francia, y casi del mundo, el Louvre, destinado a servir de termómetro a la hora de medir el éxito o el fracaso de la convocatoria, funcionó a medias: debido a la falta de personal, toda la segunda planta, la que alberga, entre otras cosas, las pinturas de las escuelas flamenca, alemana y francesa del XVI y XVII, quedó clausurada. Pero el resto abrió. De hecho, la estrella del museo, La Gioconda, el cuadro más buscado por los turistas y expuesto en la primera planta, pudo ser admirado y observado como cualquier otro día. También las célebres salas de antigüedades griegas y egipcias quedaron a la vista del público. Como compensación a las salas escamoteadas, el precio de la entrada se redujo de nueve a seis euros. El Museo del Louvre, que ayer abrió sus puertas más tarde del horario habitual debido a la asamblea que celebraron sus trabajadores, recibe anualmente algo más de ocho millones de visitas.

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La huelga, apoyada por los principales sindicatos, es una respuesta al recorte de personal consecuencia de una ley puesta en marcha por el Gobierno de Sarkozy que prevé la reducción del número de funcionarios en toda la Administración francesa.

El origen y epicentro de la protesta se encuentra en el Centro Pompidou, ubicado en el corazón de París, cerrado desde hace 10 días. Los empleados de este impresionante espacio cultural, que alberga la mayor colección de arte moderno de Europa, protestan debido a una supresión de trabajo en 2010, que en un par de años llegaría a cerca de 200 empleos. La convocatoria general de ayer era, de hecho, una forma de apoyar a los trabajadores del Centro Pompidou y de sumarse a su protesta en toda Francia. Ayer, un turista japonés, a falta de otra cosa mejor, hacía fotos a los enormes carteles pegados en la entrada cerrada del centro, pintados a mano, que decían, simplemente, "grève" (huelga).

El Museo de Orsay también cerró: un escueto cartel colocado por la dirección del centro informaba de ello en la puerta sin más. Los turistas tampoco pudieron subir al Arco del Triunfo, inscrito también en la lista de monumentos estatales, ni entrar en el Museo Rodin. Sin embargo, el palacio de Versalles, después de que los trabajadores se reunieran en una asamblea, abrió sus puertas, aunque con una hora de retraso.

La catedral de París, Notre Dame, tampoco cerró: una empleada lo aclaró debidamente a un turista curioso que preguntó si iban a seguir a los sindicatos: "Esto es una iglesia, señor: esto no cierra por ninguna huelga". Notre Dame recibe al año más de 13 millones de visitantes y cada uno de ellos abona ocho euros para subir a las torres desde las que se contempla una fantástica vista de la capital francesa.

En el resto de Francia, el paro fue incluso menor. Según la Dirección de Museos Nacionales, sólo cerraron seis de los 31 museos franceses. Y sólo seis de los 96 monumentos históricos: entre los que sí lo hicieron se cuentan, además del Arco del Triunfo y la Sainte Chapelle, en París, el castillo de Azay-Le-Rideau, en el valle del Loira y la Torre de la Cadena, en La Rochelle.

Los representantes de los sindicatos se vieron ayer con el ministro de Cultura, Fré-déric Mitterrand, en una reunión "tensa" y "decepcionante", según la descripción de Franck Guillaumet, de CGT-Culture. "Por una razón: el ministro no tenía nada que ofrecernos", explicó.

¿Va a seguir el paro los próximos días? Todo apunta a que sí, y que en los mismos lugares, pero es difícil hacer predicciones pues el desarrollo de la huelga se improvisa día a día. Cada mañana, los trabajadores afectados se reúnen en una asamblea en cada centro que decide si van a continuar o no.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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