"Mi deseo secreto ha sido ser un artista libre"
"Un millón de armenios y 30.000 kurdos han sido asesinados en estas tierras y nadie más que yo se atreve a hablar". Orhan Pamuk confesó su amargura, un día de febrero de 2005, al periódico suizo Tages Anzeiger. Él no podía suponer entonces la reacción en cadena que iban a provocar sus declaraciones: campaña de prensa, intimidaciones y amenazas, y un subprefecto que pedía la destrucción de todos sus libros, exilio temporal y, finalmente, un proceso kafkiano motivado por una ley de junio de 2005 cuyo artículo 301 prevé penas de seis meses a tres años de prisión para quien insulte a las instituciones o la identidad turcas.
Pregunta. En 1985, usted acompañó a Arthur Miller y Harold Pinter en un viaje patrocinado por el PEN American Center y Helsinki Watch. Ellos debían redactar un informe sobre los derechos humanos en Turquía. ¿Cuáles son sus impresiones sobre esa aventura?
"En Turquía hay tantos colores y matices que el fundamentalismo puro y duro está diluido"
"Precisamente la identificación con los personajes más sombríos hace que la novela sea aún mejor"
Respuesta. Había habido un golpe de Estado militar en 1980. La libertad de expresión se había suspendido. Los derechos humanos eran ridiculizados. Las prisiones eran objeto de numerosos abusos. Y, sin embargo, la gente hablaba, las familias de los prisioneros y también los escritores...
P. ¿Y usted se sentía solidario? ¿Culpable? Es un dualismo que impregna sus novelas.
R. Por una parte sentía en mí una explosión de vergüenza, igual que he observado en otros rincones del mundo cuando llegan de América o Europa extranjeros encargados de realizar una investigación sobre la naturaleza de una democracia o la ausencia de libertades. Por otra parte, de pronto me parecía que podía existir también una solidaridad internacional entre escritores, considerados representantes, no de sus naciones de origen, sino del mundo: una solidaridad nacida de un respeto compartido, casi religioso por la libertad de expresión.
P. Y, sin embargo, usted no es un escritor esencialmente "político". A usted le gusta crear sus propios mundos.
R. Es cierto, al principio yo era más bien nabokoviano. Escribía básicamente por la belleza. Y mientras generaciones enteras de escritores turcos tomaban como modelo a Steinbeck o a Gorki, yo leía a Nabokov, y soñaba. Veinticinco años después, sé que si en esa época hubiera cometido el error de escribir novelas políticas, el sistema me habría aniquilado.
P. ¿Y Nieve, en 2004? ¿Por qué escribir de pronto una novela sobre el islam, el nacionalismo, el suicidio de jóvenes a las que se obliga a quitarse el velo en un pequeño pueblo?
R. Decidí escribir una novela poética, porque de pronto sentí ganas de contar de otro modo mi país. En realidad, cada una de mis novelas es estructuralmente distinta a las otras. El motivo es que siempre encuentro a alguien en una calle de Estambul que acaba por decirme: "¡Oh, señor Pamuk, qué desgracia! Me había encantado tal o cual novela suya, pero no ha vuelto a escribir nada semejante". Bueno, pues ésta es una novela completamente diferente... Y para mí, todo el placer de la ficción radica en eso precisamente, en el acto siempre renovado de la composición, justo antes de la ejecución. La escritura no es, por consiguiente, más que un acto artesanal.
P. ¿Sigue sintiendo cierta responsabilidad en Turquía?
R. Digamos que nunca en mi vida he pretendido asumir las responsabilidades políticas que han recaído bruscamente sobre mis hombros. Pero, en fin, por culpa de envidias, resentimientos, tabúes y presiones, me han caído encima. Es como cuando algo cae desde un balcón cuando pasas despreocupado por la calle. Y porque el país está reprimido y porque yo tengo una supuesta talla internacional, me he visto obligado a plegarme a este destino nuevo. Y no es que me encante. Mi deseo secreto siempre ha sido ser un artista libre. Mi estilo al escribir, mi modo de composición, requieren un inmenso espíritu infantil. Y la responsabilidad de la escritura para mí se limita en el fondo a un juego demoniaco y mágico con las reglas del mundo. No, créame, ser un personaje público no es bueno para el trabajo de un novelista. En cuanto a ser un personaje político, ni lo mencione, ¡qué desastre!
P. ¿Pero hay muchas causas que le apasionen? Ha llegado a definir la libertad de expresión en términos de dignidad y alegría. Después de sus sinsabores judiciales, ¿siente de nuevo la necesidad de luchar por la libertad de expresión?
R. Con escribir me basta. El resto es como un mal destino. Me arrastran a un terreno que no me gusta. Entonces, o caigo por azar en una trinchera, o me atacan y me veo obligado a levantar una trinchera para protegerme.
P. ¿Desea que Turquía forme parte de la Unión Europea?
R. Sí, creía en eso con entusiasmo y algunos políticos que respeto me pidieron que les ayudara. Llegué incluso a escribir artículos sobre el asunto. Nada de artículos polémicos, sino artículos fervorosos. Ahora de repente tengo la impresión de ser una celestina desengañada. Pensaba sinceramente que Europa y Turquía se llevarían bien. Pero no hay atracción mutua, prefiero pensar en mis novelas.
P. Antes de Nieve, ¿se había sentido atraído alguna vez por la novela política?
R. Sí, tengo una novela inacabada que data de hace 25 años. Una novela a lo Dostoievski, si se me permite decirlo, donde se mezclaban el radicalismo de izquierdas y el demonismo místico. Pero tuvo lugar el golpe de Estado y fue imposible publicarla. En esa época me di cuenta, no sin estupor, de que algunos de mis antiguos amigos marxistas se veían tentados por el islamismo y la verborrea antioccidental.
P. Usted escribió, en un ensayo publicado en The New Yorker en diciembre de 2005, es decir, un mes antes de su proceso en Estambul, que el nacionalismo turco tiene a veces raíces extrañas, a la vez intelectuales y burguesas.
R. Sí, es como si para prevenir el fantasma de la anomia mundialista y, a la vez, el rencor ansioso de las clases obreras, las clases cultivadas eligieran a ratos la crispación nacionalista más sumaria: "¡Turcos y nada más!". Esta élite está desde luego en una vieja sociedad premoderna. Y por reflejo colectivo, a veces prefiere definirse por el sentimiento nacional más que por la modernidad.
P. ¿Y también se siente tentada por el islamismo?
R. No necesariamente. El cliché quiere que Turquía esté envenenada por el islam político. Pero en realidad hay tantos colores y matices que el fundamentalismo puro y duro está diluido... Nosotros tenemos sectas sufíes, por ejemplo, o grupos dispersos que, si se juntan, forman el inmenso espectro del denominado "islam político". Pero, cuidado, en Turquía hay también antioccidentales seculares y antidemócratas ateos. Todo ello forma una configuración política de una extrema complejidad. Y para el novelista, toda una paleta de colores preciosos.
P. Christopher Hitchens, en la revista Atlantic Monthly, le reprocha que pinte a sus personajes islamistas con más simpatía que a los demás.
R. Mi regla de oro es que para escribir una hermosa novela, hay que identificarse con todos los personajes. Y precisamente la identificación con los más sombríos hace que la novela sea aún mejor. El ejemplo, esta vez, es naturalmente Dostoievski.
P. ¿Y su nueva novela? Ésa de la que se dice que habla de la alta sociedad y las aventuras sociales, sexuales, de la Turquía contemporánea.
R. Prácticamente no avanza. Este proceso me ha hecho perder un tiempo inimaginable. ¡No puedo más!
P. ¿El proceso ha cambiado el curso de su vida?
R. De mi vida de novelista, sí, sin duda. Pero ahora intento recuperar esa vida de antes del proceso, atrapar de nuevo la trama del sueño...
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