"Me convertí en un prisionero de mi personaje"
Hoy, la frase del titular suena a oxímoron, uno más de los que adornan a Oriol Regàs. Pero toma coherencia cuando expone su original relación con el peculio: "Mi hija me recordó hace poco lo que me había escuchado decir en casa cuando era pequeña: 'Mientras tengamos dinero, lo gastaremos. Luego, ya veremos". Un padre de familia sin duda peculiar.
Oriol Regàs (Barcelona, 1936) pasa cuentas con el pasado relatando, amable y educadamente -siempre fue el mejor anfitrión-, en Los años divinos (Destino), las andanzas del personaje que se inventó a finales de la década de los cincuenta, un tipo muy complejo, triunfador sin dejar de tener aspecto de perdedor, tímido con un deslumbrante éxito social, romántico y pragmático a la vez, lo suficientemente frívolo (o serio) para servir las mejores copas en Bocaccio y lo suficientemente serio (o frívolo) para involucrarse en proyectos como la revista L'Avenç, publicación emblemática del comunismo catalán, o una ejemplar escuela de estudios musicales en Vallvidrera, amén de promover las carreras artísticas de gente como Serrat, Maria del Mar Bonet, Raimon, Antonio Gades, Ana Belén, Víctor Manuel o Lluís Llach. "Al cabo de los años, me doy cuenta de que entre todos me fabricaron un personaje, que me gusta y por el que conservo un cariño especial, a pesar de que me convertí en un prisionero suyo". De ese personaje, escribe (página 248), heredó "una inseguridad, una sensación de estar en falso que aún continúo arrastrando". Hay que creerle y no creerle al mismo tiempo: él forjó su propio mito cuando, a los 22 años, se embarcó en el junco Rubia, que surcó el océano de Hong Kong a Barcelona (la hazaña de Thor Heyerdahl caía cerca) y poco después, pilotando una Montesa Impala, cruzó África, de sur a norte (era muy bueno conduciendo sobre mojado).
Se embarcó en el junco 'Rubia' y cruzó África en moto
Ahora cuenta su vida en sus memorias 'Los años divinos'
"No he tenido miedo a nada", confirma en un momento de la conversación. Y en otro: "He tenido la intuición de estar en el momento justo en el lugar adecuado". Como en el bar del Windsor de la Diagonal, aquel día en que en la mesa de al lado se planificaba con mapas aquella aventura a Oriente, liderada por un patrón de yate recién titulado y con dos tripulantes que no sabían nadar. Luego vinieron las motos, las competiciones y la revista Grand Prix, y él captó antes que nadie las posibilidades del patrocinio publicitario. De hecho, en esa campaña africana le quedó asociado el título profesional con el que siempre se ha sentido más cómodo: el de promotor.
"Se me ha considerado empresario porque he montado empresas, pero yo nunca me he sentido cómodo con esa denominación. A mí siempre me interesó el éxito del proyecto, no el dinero. Cuando una empresa funcionaba, dejaba de interesarme y me planteaba otros retos". Ahí sigue, por ejemplo, el restaurante Via Veneto, dirigido por José Monje, el eficiente jefe de sala al que Regàs vendió su parte. Pero su herencia va más allá de locales concretos: promotores musicales como Josep Maria Prat o Gay Mercader siempre le han tenido por maestro.
A finales de los años sesenta, con olfato de empresario malgré lui, captó las ansias de cambio social que flotaban entre las jóvenes clases profesionales de la ciudad, se asoció con una cincuentena de buenos amigos -entre ellos, el fotógrafo Xavier Miserachs, el arquitecto Ricardo Bofill, el inclasificable Alberto Puig Palau (el "tío Alberto" de la canción de Serrat), el editor Jorge Herralde, el futuro político Antonio de Senillosa o el cineasta Jacinto Esteva- y abrió la discoteca Bocaccio, donde se escuchaba la mejor música recién llegada de Londres y se veían las primeras gogo-girls de la ciudad. Ahí se realizó como profesional de la hostelería. "Tuve claro que hacía falta un local donde se pudiera hablar y a la vez divertirse, de ahí las dos plantas. Ese local debía tener un servicio impecable, donde el portero diera las buenas noches al cliente, llamándolo por su nombre y apellido, cuando salía de madrugada a cuatro patas. En esos momentos todos necesitamos sentirnos dignos y que nos traten con cariño".
El oficio le venía a Oriol de su abuelo paterno, un falangista colérico que regentaba varios locales y del que su hermana Rosa Regàs ya trazó un tremendo retrato en Luna lunera. Liberado del yugo y las flechas, él ejerció ese oficio a su manera: por la época, aquel supuesto tímido se tocaba con un bombín british y lanzaba Tusset Street.
El resto es conocido: éxito de convocatoria de profesionales antifranquistas en Bocaccio. Algo parecido, aunque no del todo igual, sucedió con Bocaccio en Madrid. El caso es que a finales de los setenta su nariz le dijo que el modelo se agotaba y entonces montó en Barcelona Up&Down, un restaurante-discoteca "de derechas".
Regàs dice que en su día el PSUC le ofreció el carné, "pero lo rechacé, con mucho pesar. Yo era el señor Bocaccio, y militar en un partido de izquierdas me parecía fuera de lugar ante el consejo de administración que presidía. Colaboré con la Asamblea de Cataluña, a la que cedí los beneficios de los recitales de nova cançó, que organicé al principio de la transición. Fue mi forma de pagar la cuota". Y también de poner en paz la mala conciencia que le causaba otro oxímoron que siempre le persiguió: progre y empresario -perdón, promotor- de éxito.
Babelia
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