El chico de la peli
Hace ya unos cuantos años asistí en Buenos Aires a un simposio o algo similar sobre la narrativa española contemporánea. A la salida de una sesión me acerqué a un ponente que había hablado de mí en términos elogiosos y le agradecí su gentileza. Él me miró con seriedad y dijo: "Desengáñese, el bueno es Marsé". Allá lo tenían claro y yo no podía estar más de acuerdo.
Estos días, a raíz de la concesión del premio, lloverán los elogios a Marsé, y obviarán los míos. Sólo añadiré esto: que para mí, y creo que para muchos escritores de nuestra generación, Marsé fue un maestro; no porque nos enseñara a escribir, sino porque nos enseñó a ser nosotros mismos. Cuando uno da sus primeros pasos busca un punto de apoyo al alcance de la mano. Yo empecé a escribir con Marsé a la vista. No quería escribir como él, sino tener la actitud que él tenía con respecto a la escritura. Luego los años, un conocimiento mayor de su obra y una larga amistad personal me permiten explicar a qué me refiero al decir esto.
Bajo un aire ausente se oculta un romántico formado en un cine de barrio
Creó una realidad más real que la realidad porque era nuestra realidad
Todo escritor construye y habita un mundo ficticio. El de Marsé está tan bien ensamblado que durante décadas ha tenido engañados a lectores y críticos, a pesar de que, como en el cuento de Edgar Allan Poe, la carta siempre estuvo encima de la mesa. Juan Marsé ha cultivado y cultiva un aspecto campechano ("dicharachero y picantón", la cita es suya) y un aire como ausente de la cosa, bajo los que se oculta un aristócrata de las letras y un romántico formado en un cine de barrio. Él siempre lo dijo y dio los datos, incluidos los títulos de las películas y hasta el reparto. De ahí provienen el viejo pistolero que regresa, tanto más peligroso cuanto más derrotado; la mujer fría y fascinante que lo perdió todo por un instante de debilidad; el escondrijo, el secreto, la carta, la traición y la venganza. Un muestrario que no tenía nada que ver con la monotonía sin fisuras de la vida diaria en cualquier barrio de cualquier ciudad de España: sin pistolas, sin gabardinas, sin cigarrillos turcos, sin Barbara Stanwick. En este barrio sin límites Marsé creó una realidad más real que la realidad, simplemente porque era nuestra realidad. Este prodigio fue posible porque aquel niño que iba al cine de "programa doble, No-Do y paja" (la cita es suya) supo entender y hacer suyo el romanticismo que se expresaba en gestos bruscos, frases lapidarias y algún que otro tiroteo. Luego se fue a casa y escribió despacio y con buena letra sin que se notara historias de una dura tristeza iluminada por fogonazos de arrebatada sentimentalidad.
Visto de cerca parecía tan real que nadie se daba cuenta del trabajo de escritura que había detrás de tanta aventi y tanta peli. Esta razón y una actitud abrupta y poco untuosa hacia todos los poderes constituidos, lo han tenido hasta hoy al margen de premios oficiales. Pero los viejos pistoleros no escapan a su destino, y dentro de poco lo veremos vestido de gala, pronunciando un discurso al borde del colapso. Los que hemos compartido con él charlas y copas y cuchipandas lo miraremos con un poco de emoción y recordaremos una frase del malvado Fu Manchú que a él le gusta citar: "Vaya, míster Carter, volvemos a encontrarnos en circunstancias poco favorables para usted".
Bibliografía selecta
- Nada para morir (1959).
- Encerrados con un solo juguete (1960).
- Esta cara de la luna (1962)
- Últimas tardes con Teresa (1965).
- La oscura historia de la prima Montse (1970).
- Si te dicen que caí (1973).
- La muchacha de las bragas de oro (1978).
- Un día volveré (1982).
- Ronda del Guinardó (1984).
- Teniente Bravo (1987).
- El amante bilingüe (1990).
- El embrujo de Shanghai (1993).
- Dietario de posguerra (1998).
- Rabos de lagartija (2000).
- Canciones de amor en Lolita's Club (2005).
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