García Rodero, tras el alma de Cuba
La fotógrafa de Magnum se toma todo el tiempo del mundo para buscar la autenticidad - En Baracoa convivió con pescadores, bohemios y boxeadores
Para trabajar con la fotógrafa Cristina García Rodero (Puertollano, 1949) lo primero es desayunar fuerte. Después, ya con el estómago hecho y usando calzado ligero, has de asumir que el tiempo y la paciencia son para ella herramientas fundamentales del oficio, más que la tecnología, por eso tú mismo has de llenarte de paz. Su filosofía es sencilla: "Un día la cámara molesta; al segundo, incomoda menos; a los tres días nadie puede seguir ocupándose de ti, así que la gente vuelve a su vida normal". Es entonces cuando ella entra en juego con todo su talento y personalidad.
EL PAÍS, que la acompañó durante su trabajo en Baracoa, ofrece algunas de las imágenes que Cristina García Rodero construye poco a poco. Hasta que se apodera del espíritu de una situación su ritmo es lento, y lo advierte apenas comienza la mañana: "Díganle a todos que soy muy pesada". Básicamente, no es verdad; en ese tiempo en apariencia muerto ella alimenta a los protagonistas de sus fotos, a ratos conversa o les hace confesiones personales, y espera de ese modo a que ocurra algo especial o rutinario, le es igual, pero ha de ser de auténtico.
"Un día la cámara molesta, pero a los tres días la gente vuelve a su vida"
Yarisleidi y los suyos se entregaron en cuerpo y alma a la cámara
En 2011 se celebrará la fundación de Baracoa con una exposición gráfica
Solo al final de relacionarse con una historia se atreve a hacer algún comentario: "No me le apriete la cabeza al niño", le dice a la mamá de Gian Carlos, un bebé de cuatro meses que vive a orillas del Toa, el río más caudaloso de Cuba, en el extremo oriental de la isla. Momentos antes ha conocido a Leoneidis, el padre, que venía de pescar en una de las riberas. El muchacho acabó con el ensarte de camarones al lado de un corazón pintado en rojo en una pared de tablas, un retrato de medio cuerpo que penetra en las dignidades de este joven de torso desnudo y vida dura. En la desembocadura del río Miel, días antes, Cristina García Rodero llegó a casa de una joven que descubrió bailando en el pueblo después de que el ron rompiera las barreras de su timidez. Allí hizo el contacto, a la una o dos de la madrugada. La muchacha había llegado a la pista de baile, que era la pura calle, después de caminar 45 minutos por la playa, pues la distancia por carretera desde su casa era de 10 kilómetros, o más. Yarisleidi llevaba un bolso grande; dentro iban unas chancletas embarradas de arena que se había cambiado por unos zapatos de vestir nada más llegar. Solo ella lo sabía. "Dime qué te gustaría más, te hago las fotos que te hagan más ilusión", le ofreció el primer día en su humilde casa.
En Boca de Miel, adonde volvió dos, tres, cuatro, cinco veces, la familia de Yarisleidi acabó entregándose a Cristina en cuerpo y alma: el padre, dueño de un cocal (una finca de cocos); el hermano, pescador de tiburones y grandes peces; su hijito de tres años; su madre, practicante de la religión protestante.
Cada día durante su estancia en Baracoa ocurrió algo similar: con la niña Yuliaska, a quien su madre emperifolló como un merengue para celebrar sus cinco años, y allí Cristina era una más; en un hogar de atención a embarazadas; durante el entrenamiento de un equipo femenino de baloncesto en plena bahía; en un ring de boxeo; con los maestros y pioneros en una escuelita de montaña o en la Casa de la Trova, donde El Tuerto, un cantante e improvisador, le abrió su corazón y relató sus penas entre cervezas.
Al lado de Cristina García Rodero una semana da mucho de sí. En ese intervalo, en el que se olvidará de almuerzos y comidas, uno entiende por qué ha recibido tantas distinciones, incluido el Premio Nacional de Fotografía (1996), y por qué es la única profesional española que ha entrado en la prestigiosa agencia Magnum, en junio de 2009.
Sostener que su mirada es muy especial no es una frase hecha. Para ella, el alma humana es un reto y no se entiende sin ternura, por eso la busca hasta en las situaciones más extremas y grotescas. En realidad García Rodero es una antropóloga, y por eso su nombre está en la portada de libros memorables como el legendario España oculta (tardó más de 10 años en acabarlo), o en los más recientes de Rituales en Haití y María Lionza: la diosa de los ojos de agua.
A Cuba empezó a viajar en 1997, en vísperas del histórico viaje del papa Juan Pablo II. Lo que en principio fue una indagación sobre la religiosidad popular cubana acabó por convertirse en una obsesión: volvió a la ceremonia de inhumación de los restos del Che Guevara en Santa Clara, 30 años después de su muerte en Bolivia; hizo el periplo del Papa en enero de 1998; cubrió el regreso de los restos de Tania La Guerrillera; la peregrinación de San Lázaro; la conmemoración de los 40 años de la revolución...
Hubo muchos viajes, hasta que en 2000 no pudo más. De entonces proceden imágenes de gran carga simbólica, como la de un personaje femenino que camina, casi flota, entre las figuras de un zoológico de piedra de Santiago de Cuba, en una especie de paseo jurásico (1999). O la de una niña etérea en medio de la lluvia en una carretera, tomada posteriormente.
La idea de hacer un libro sobre Cuba nunca quedó abandonada, aunque ahora la fotógrafa ha regresado con otro propósito: en busca de algunos fundamentos de Baracoa, la primera villa fundada en la isla por Diego de Velázquez, allá por el 15 de agosto de 1511. El año próximo se celebra medio siglo de aquel acontecimiento y García Rodero se ha sumado a un proyecto auspiciado por la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo que pretende conmemorar la fecha.
Está prevista una gran exposición personal suya y un documental que atrapará la historia y la vida de la localidad. "Necesito tiempo", reitera, a quien quiera escucharla, cada mañana. Esta jornada, pese a la lluvia, no ha ido mal la cosa: una joven de 13 años aprendía a patinar, caía repetidamente y a cada golpe se reía más; en la desembocadura del río Duaba una mujer lavaba sobre una mesa, y un hombre de 75 años le explicó cómo en el Toa todo se transporta en cayuca, desde la harina para hacer el pan hasta los muertos, pues en el río toda la vida pasa por esos botes. "Eso lo quiero", dijo, con los ojos iluminados.
Su primer viaje a esta zona oriental de Cuba, entre el 15 de mayo y el 1 de junio, fue intenso. Cristina García Rodero trajo de Madrid 33 tarjetas de fotografía -su relación con los discos duros y los ordenadores no es amigable-. Al final tuvo que mandar a pedir más a través de su amigo Pablo Barrios, el cónsul de España. Regresará otros 15 días en noviembre. A su vida han entrado embarazadas, cultivadores de cacao, pescadores y otros personajes a los que quiere volver una y otra vez.
Después del trabajo en Baracoa seguirá su vieja idea de terminar un libro sobre Cuba. Quizás en 2011 se habrá sedimentado lo suficiente lo que comenzó en 1997. Para la fotógrafa de Magnum es un plazo razonable: acercarse al alma de una persona o de un país merece respeto.
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