Duermen bajo las olas
El danés Carsten Jensen revive una gran saga marinera en 'Nosotros los ahogados' - Viaje con el escritor al pueblo de Marstal, escenario de su novela
El viento sopla con fuerza en el puerto de Marstal arrastrando una llovizna fina helada y el recuerdo de tantos marinos ahogados. Un tiempo esta rada acogió centenares de barcos, la segunda flota en tamaño de Dinamarca, pero hoy está casi desierta, a excepción de un pequeño carguero y un dragaminas. Nos refugiamos en un viejo astillero en el que están reconstruyendo la goleta Bonavista, una de las 110 que desde aquí hacían el comercio con Terranova. Solo en el invierno de 1925 cinco goletas como esta se perdieron en el mar embravecido, tres de ellas sin dejar ni rastro. Carsten Jensen observa en silencio la embarcación, pura materia de sus sueños, y de su novela.
Naufragios, motines, caníbales, perlas, contrabandistas, huracanes, icebergs, el rastro menguado del capitán Cook, Samoa... La vasta aventura del mar, de las grises y gélidas aguas del norte a las exuberantes del Pacífico, de los clippers y las goletas como la Bonavista a los vapores y los mercantes artillados, sin olvidar la angustiosa espera de los que aguardan en puerto. Todo eso navega en las páginas de Nosotros los ahogados (Salamandra, 2010), una novela colosal, grandiosa, en la que resuenan ecos de Stevenson, Conrad y Melville. El libro de Jensen, saludado ya como la gran novela danesa contemporánea, narra con hálito universal la historia de varias generaciones de habitantes del pueblecito marinero de Marstal, el ascenso y declive de este, componiendo un gran fresco que por su amplitud y ambición hace pensar en una suerte de Cien años de soledad en marino y escandinavo. Cobijados bajo el paraguas, inútil entre las rachas de aspérrimo viento, Jensen matiza: "En mi libro no hay tal cosa como realismo mágico, ningún elemento fantástico; lo que puede parecer inverosímil es real, incluso lo del tipo que vuela por los aires con una explosión y cae en cubierta de pie ileso, y lo del capitán que creía poder predecir los ataques de los submarinos: yo lo conocí".
El autor: "Aquí los niños pertenecíamos al mar desde el nacimiento"
La novela de Jensen, que ha tardado cinco años en escribirla y se basa en conversaciones, diarios, cartas y multitud de otras fuentes documentales, abarca un siglo, de 1848 a 1945. Se inicia con un episodio naval de la guerra entre Dinamarca y los alemanes de Schleswig-Holstein, al otro lado del Báltico, y se cierra con la odisea de los marinos daneses de Marstal en los convoyes aliados depredados por los lobos grises de Hitler (el escenario de Mar cruel y HMS Ulysses) y el final de la II Guerra Mundial. A través de una serie de personajes inolvidables -hombres que se hacen a la mar, mujeres que esperan, niños que aguardan impacientes su turno de navegar y viejos que han regresado- y de una voz colectiva, la de la comunidad, que hace las veces de coro (ese "nosotros" del título), Jensen encadena historias que van de lo épico a la miniatura sentimental. Son historias entrelazadas de coraje, de traición, de amistad, de amor y de lealtad que te dejan emocionalmente desarbolado, como si te revolcara una gran ola salobre.
Hemos venido a Marstal, en un extremo de la pequeña isla de Aero, al sur de Dinamarca, para visitar el escenario central de Nosotros los ahogados. Llegar hasta aquí ha requerido volar desde Roskilde en una minúscula avioneta rosa de dos plazas (la compañía de aerotaxi tiene el poco tranquilizador nombre de Ikaros Fly) que aterriza en un prado asustando a las gaviotas. Jensen es un hombre enjuto y circunspecto que odia a los vikingos ("no hay nada más distinto de un danés moderno"). Nació en Marstal en 1952 y su padre era marino (capitán de mercante), como la práctica totalidad de los hombres del pueblo, generación tras generación -"los niños pertenecían al mar desde su nacimiento, lo único incierto era el nombre del barco en el que se enrolarían"-. En un momento del excitante trayecto, el novelista ha señalado abajo y ha dicho entre el ruido de la hélice: "En algún lugar ahí abajo están los huesos de mi padre, pidió que lo enterráramos en el mar".
Inspeccionamos la iglesia, de 1738, en cuya nave central penden, navegando en el aire, grandes modelos votivos de veleros. Al recorrer el cementerio anexo, observo que hay pocos nombres masculinos en las tumbas y casi ningún marino, y Jensen señala lo obvio: están en el fondo del mar, bajo las olas. Deambulando por las estrechas calles, el novelista muestra varias de las casas que aparecen en su libro; ahí vivían los verdaderos Albert, Klara, Knud Erik, Anton...
Marstal es pequeñito pero, recalca Jensen, "fue muy cosmopolita": sus hijos surcaron todos los mares del mundo y trajeron historias y objetos maravillosos. "El gorrión (gråspurv) es el símbolo de Marstal y sus hombres: aparentemente insignificante, lo encuentras en todas partes". Testimonio de esa vida de azar y sal, de conspicua aventura, es el Museo Marítimo. Una de sus salas está repleta de las cosas exóticas que trajeron los marinos: mandíbulas de tiburón, pipas de opio, caimanes disecados y esa cabeza humana reducida tan similar a la que juega un importante papel en la novela...
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