Coetzee emociona con sus recuerdos de infancia al público del Dramaten
El premio Nobel de Literatura realiza firmas multitudinarias en Estocolmo
El niño que quería ser católico romano, más por lo que intuía de aventurero en el término que le olía a conquistas que por las catequesis y que sin embargo fracasó como boy scout, emocionó ayer en Estocolmo al público que acudió a verle al teatro Dramaten. Hoy, ese niño surafricano asustado responde al nombre de J. M. Coetzee y mañana recibe el Premio Nobel de Literatura. Sigue siendo tímido, un tanto miedoso y retraído, pero en la capital sueca está realizando lecturas multitudinarias y firmas de libros con colas de más de 500 personas.
El último libro de Coetzee, 'Elisabeth Costello', aparecerá en España en marzo de 2004
El público se rió de lo lindo y escuchó atentamente la lectura de dos pasajes de 'Infancia'
Sus títulos suelen llevar anuncios e historias de tragedia, violencia, soledad, búsquedas de seres inadaptados y angustias interiores, pero también destilan humor, ternura y piedad por los de su especie. La prueba estuvo ayer en la sala pequeña del teatro Dramaten, donde el público se rió de lo lindo y escuchó atentamente la lectura de dos pasajes de Infancia, uno de los tomos autobiográficos de Coetzee, nacido en Suráfrica hace 63 años.
"Voy a leer dos partes de Infancia, la historia de un niño de entre ocho y nueve años que vivía en Suráfrica, como yo, en una ciudad como la mía y que tuvo en torno a esa edad sus primeras experiencias con la política y la religión", dijo a modo de prólogo Coetzee.
Después relató sus experiencias con los Boy scouts, con quienes suspendió el primer examen de su vida al ser incapaz de encender una hoguera. Recordó también cómo el monitor de su grupo, un tal Michael, jamás se fijaba ni en sus fracasos y declaró su odio al barro y las corrientes de los ríos, contra los que dijo preferir el mar.
También leyó esa parte magnífica en la que Coetzee describe cómo decidió hacerse católico romano en lugar de protestante o judío. Fue uno de los grandes secretos que guardaba en la vida del colegio porque en su casa no eran nada. Surafricanos, sí, pero en cuanto a religión, nada. "Las dos únicas veces que había ido a la Iglesia fue para mi bautizo y para celebrar la victoria en la Segunda Guerra Mundial", leyó Coetzee.
Luego explicó con sus propias palabras impresas porqué había decidido aquello, que le sonaba a legiones, conquistas, espadas y fue marginado por la mayoría de niños protestantes a quienes no lograba reblandecer ni prestándoles su bicicleta. Más tarde, aunque estuvo a punto de apostatar, prefirió seguir siendo católico y romano, más cuando aquello de protestante significaba atormentar a los niños judíos y escuchar sermones. Aunque fue molesto comprobar cómo ese término religioso que había adoptado incluía prácticas de palabras que no había oído en su vida como catequesis, confesión, comunión...
Coetzee triunfó en el Dramaten, a cuyo escenario subió después de que el escritor y académico sueco Per Wäsberg y el dramaturgo Sven Hugo Persson, comentaran su obra. Y triunfaron también la actriz Gunnel Lindblom y el actor Jonas Bergström, que escenificaron partes del último libro de Coetzee, Elisabeth Costello, que en España aparecerá en marzo.
Precisamente ése fue uno de los libros que más dedicó ayer el escritor en su multitudinaria firma de apenas 35 minutos en los almacenes NK. Aunque ganó por goleada otro de sus títulos, Desgracia, quizá su novela más famosa. En la cola esperaron más de 500 personas, que pasaron sin rechistar por el mecanismo ideado en la tienda. A Coetzee lo flanqueban cuatro gorilas, se limitaba a firmar rápido y nadie le daba cháchara. Tan sólo se oían las palabras, gracias, de nada, gracias, de nada, hola, adiós... Y pista, el siguiente.
No había tiempo para más y sólo podía firmar un ejemplar por persona. Algunos se volvían a poner en la cola para repetir. Pero lo que llamaba la atención era otro requisito más. Había que comprar un libro suyo in situ. Los guardias comprobaban si los que acudían a la firma llevaban consigo el tique de compra y si no, fuera. "¿Y qué firma el señor Coetzee, el libro o el tique de compra?", preguntaba alguno en la cola. "El libro", respondía sin dudar uno de los guardianes, que, quizá, no intuyó la ironía. Tampoco valía traerse ejemplares de casa. No digan que no es negocio. Pues eso.
Fueron los dos actos más deslumbrantes del día para Coetzee, que también había asistido a una comida con editores suyos de todo el mundo y agentes. Habló poco, dicen, se limitó a escuchar las palabras de elogio que le dedicaron algunos bastante sonrojado. Este personaje, callado, reservado, vegetariano -ha puesto a dieta de verdura a todos los que le acompañan-, que ha mezclado durante años la literatura con su profesión de ingeniero informático y con la enseñanza de letras en universidades de Estados Unidos o Australia, donde reside ahora. Le quedan dos días de actividad: hoy dará otra conferencia en el Parlamento y mañana tendrá que ponerse el chaqué para recibir el premio sobre el que preguntó cuando tuvo noticia de que le había tocado: "¿Debo ir a recogerlo?".
Mutua admiración
Claudio López Lamadrid, editor de Mondadori y por tanto de las obras de J. M. Coetzee en España, llegó a Estocolmo con un encargo: Gabriel García Márquez, el premio Nobel colombiano, al parecer es un admirador sin paliativos de la obra del autor surafricano y había pedido al editor de ambos en España que Coetzee le dedicara un libro. Ayer, Claudio López cumplió con lo prometido. Se acercó al escritor después de una comida que tuvo el premio Nobel de este año con editores y agentes de su obra y le pidió que firmara uno de sus libros para Gabo. Coetzee reaccionó con nerviosismo. El autor de Desgracia le confesó al editor que García Márquez era uno de sus autores de cabecera y le preguntó: "¿Cómo se escribe la expresión 'con gran admiración' en español?". Con esas palabras dedicó Coetzee su libro Juventud a García Márquez.
La historia de Coetzee y García Márquez se remonta a hace dos años. El surafricano fue al parecer a casa de Gabo para filmar un documental sobre el escritor colombiano. Pasó totalmente inadvertido. Se quedaba en un sitio fijo y escuchaba y observaba el trabajo de los demás en silencio y atendía a las palabras de García Márquez como si estuviese ante un mesías. Gabo preguntó al resto del equipo: "¿Quién es ese hombre tan callado que ha venido con vosotros?". "Es J. M. Coetzee", le respondieron. El autor de Cien años de soledad, que había leído alguno de sus libros, se quedó asombrado.
Babelia
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