Wifredo Lam, el artista que unió el Caribe y Europa, tiene por fin su gran retrospectiva en el MoMa
La exposición ‘When I don’t sleep, I dream’, puede verse en el Museo de Arte Moderno de Nueva York del 10 de noviembre al 11 de abril


Cuenta Eskil, uno de los hijos del artista cubano Wilfredo Lam (1902-1982), que su padre era famoso y a la vez desconocido. La vida de Lam, como su obra, era compleja y, por lo tanto, difícil de sintetizar y clasificar, lo que hizo que durante mucho tiempo fuera tratado como una figura marginal dentro de la historia del arte occidental, pese a ser uno de los pioneros del modernismo. Ahora el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York quiere rendirle el merecido tributo que nunca tuvo en vida. When I don’t sleep, I dream (Cuando no duermo, sueño) es la primera gran retrospectiva de Lam en Estados Unidos y la exhibición con la que Christophe Cherix se estrena como nuevo director del MoMA.
Aunque el Museo de Bellas Artes de La Habana se negó a ceder obras para la retrospectiva, el equipo curatorial ha conseguido reunir más de un centenar de las piezas más significativas para reconstruir la trayectoria artística de Lam. Pinturas, dibujos, colaboraciones, libros y un corto documental sobre el artista. El mayor aliciente de la muestra es Grande Composition, la pieza más grande y ambiciosa de Lam (de 4,2 metros de ancho por 2,7 metros de alto), que no se ha visto públicamente en 62 años y que el museo acaba de adquirir de un coleccionista privado tras varios años de negociación. Es una pieza que la diferencia de otras retrospectivas previas que se han hecho sobre el artista (en el Museo Pompidou y en la Tate, en 2015 o en el Reina Sofía, en 2016).
Lam, un ejemplo del artista transnacional del siglo XX, describía su arte como “un acto de descolonización” y fue cambiando su estilo dependiendo del contexto donde se encontrara. No tuvo una vida fácil; entre otros eventos oscuros, su primera mujer y su primogénito murieron de tuberculosis. Le pilló la Guerra Civil en España, adonde fue a estudiar becado en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, y se alistó en el bando de los republicanos, guiándose por el deber moral de luchar contra el fascismo. Allí compuso La guerra civil, su pintura más grande hasta la fecha, encargada para el pabellón Español de 1937 en la Exposición Internacional de París. Con la llegada de Franco se trasladó a París, donde entabló amistad con Picasso, Matisse, Joan Miró y Max Ernst, entre otros. Pintaba sin descanso: “Tanto que mi pequeña habitación de hotel se llenó y apenas podía moverme”.
Todo iba bien, incluso al poco de llegar, en 1939, tendría su primera muestra individual en la Galerie Pierre, donde expuso varias obras que exploraban la maternidad. Una de ellas, Madre e hijo, fue comprada por el MoMA y se convirtió en la primera pintura de Lam que pasaría a formar parte de un museo.

Pero estalló la II Guerra Mundial y, con la invasión de los alemanes, Lam se vio obligado a huir a Marsella junto a otros artistas. Allí se intensificaría su amistad con André Breton y pasaría a formar parte del movimiento surrealista. Practicaba el surrealismo, según decía, “para liberarse de sus preocupaciones y temores”. En 1941, a los 39 años, al serle negada la entrada a Estados Unidos y a México por su cercanía con figuras influyentes de la izquierda europea, regresó a Cuba, después de haber pasado casi dos décadas en la diáspora.
En 1945, el MoMA adquirió La Jungla, una de las primeras obras que Lam creó cuando regresó a Cuba. Se trata de una obra en la que lo humano se entremezcla con lo vegetal y lo animal. Una pintura que no está hecha sobre lienzo, sino sobre papel kraft y con óleo diluido para que le durase más, ya que el artista tuvo que ingeniar formas creativas de enfrentarse a la escasez de materiales.
La jungla estuvo expuesta muchos años en el vestíbulo del museo y se convirtió en la obra más conocida de Lam. “Pero hay muchas piezas relevantes antes, y muchas piezas relevantes después de esa obra. Era necesario expandir la percepción que se tiene de Wilfredo Lam”, aclara Beverly Adams, curadora de Arte Latinoamericano del MoMA y comisaria de la retrospectiva. “Ha dejado un impresionante legado tanto en Europa como en el Caribe, en Sudamérica y en Estados Unidos. Fue una inspiración para muchos artistas y su arte trasciende geografías: abarca poder y colonialismo, poesía y política, diáspora y modernismo”.
En Cuba se reinventó, reconectando con las historias afrocaribeñas, algo en lo que influyó enormemente la amistad que entabló con la escritora y etnógrafa cubana Lydia Cabrera. Su obra se cargó de simbolismo y de figuras híbridas que representaban la transformación, como mujeres-caballo, animales-plantas o pájaros que mutaban. “Sabía que corría el riesgo de no ser comprendido ni por el hombre de la calle ni por el resto del público, pero una verdadera obra de arte tiene el poder de hacer trabajar la imaginación, aunque ello lleve tiempo”, mencionó el artista en una ocasión.
Lam nunca dejó de creer en su arte, ni de pintar. Después del éxito de La Jungla, viajaría exponiendo en todo el mundo y, cuando murió de cáncer a los 80 años, ya había hecho más de 150 exposiciones y era un artista respetado. Y, sin embargo, como señala Cherix, “el gran problema de la historia del arte es que tiende a encasillar las obras y los artistas en etiquetas, y Lam nunca encajó del todo en ninguna categoría”, lo que explica que no fuera tan conocido en la narrativa general del arte del siglo XX. Es algo que ha cambiado en los últimos años, en los que creció un interés global por su legado y varias de las instituciones de arte contemporáneo más relevantes del mundo decidieron hacer justicia.
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