‘La bestia en mí’, la escritora y el (raro) vecino maldito
Fascinante duelo interpretativo entre Claire Danes y Matthew Rhys en este adictivo ‘pyscho-noir’ que bebe, muchísimo, de la deliciosa ambigüedad de la retorcida y catártica obra de Patricia Highsmith


El lugar es un lugar apartado, algo llamado Oyster Bay, un suburbio de mansiones aparentemente aisladas, mansiones como pequeños universos, cercano a Nueva York. Hasta el momento, su vecina más ilustre ha sido la escritora Agatha Wiggs (soberbia, como siempre, Claire Danes), ganadora del Pulitzer por un memoir sobre la tormentosa relación con su padre, Sick Puppy.
Pero cuando la acción de La bestia en mí (Netflix) da comienzo, justo el día en el que se cumplen cinco años de la muerte de su hijo, el pequeño Cooper, en un horrendo accidente de coche —en el que ella conducía, y en el que iba contestando a la vez una entrevista—, se muda al barrio el hijo de un magnate inmobiliario, Nile Jarvis (Matthew Rhys en un papel difícilmente olvidable), que es algo así como una estrella del true crime. No ha podido probarse, pero se da por hecho que pudo matar a su mujer.
Y lo que empieza siendo un cotilleo, algo que Aggie Wiggs comenta con su editora —preocupada porque sigue en el dique seco, lleva años sin entregar los capítulos de lo que se supone que está escribiendo—, y con su ex, Shelley, una pintora que ha vivido a la sombra de su éxito, acaba por convertirse en un extraño y peligroso juego de espejos. Porque Nile parece haberse obsesionado con su nueva vecina —le pide que le firme un ejemplar de su libro, la invita a comer para convencerla de que dé el visto bueno a un ridículo sendero de cemento que quiere trazar en el bosque para correr—, a quien trata como trataría a un aliado, porque considera que no son tan distintos. ¿No lo son? Agatha no ha matado a nadie —y quizá Nile tampoco— pero desea ver sufrir al chico que conducía el coche con el que chocó el día que murió su hijo.
Y he aquí lo que tiene de especial La bestia en mí, escrita, por cierto, por un novelista —y uno dedicado, hasta ahora, al humor y el absurdo, Gabe Rotter— y producida, y esto siempre es garantía de algún tipo de riesgo, por Jodie Foster. La simbiótica pareja que forman Wiggs y Jarvis, Danes y Rhys, que brillan astronómicamente en cada uno de los momentos que pasan a solas —no pierdan detalle de la primera vez que comen juntos, ni de la noche en que se emborrachan en casa de la escritora y acaban escuchando cierta canción de Talking Heads que prácticamente es el personaje de Nile—, con una química siniestra. Hay algo, mucho, de Patricia Highsmith en la escritura de Rotter, que incluso invoca, en cierto momento, la premisa de Extraños en un tren, y juega todo el tiempo con la oscuridad que, se dice, todos llevamos dentro y que puede acabar adueñándose de ti.
La personalidad vampírica de la escritora y su trauma —y su secreto, porque hay un secreto— son para el omnipotente Nile una suerte de asidero. Nile quiere tener una amiga. Quiere no sentirse solo. Se sabe algún tipo de monstruo y se muere por encontrar a alguien que le entienda. Quiere sentirse normal, ser como los demás, pero ¿puede? Otro de los aciertos de tan adictivo thriller —les prometo que una vez lo den comienzo, no podrán dejar a Aggie sola en esa casa, y hay algo gótico en esa idea de la casa como refugio y a la vez como amenaza, laberinto— es lo sofisticado de la construcción de los dos protagonistas. He aquí dos narcisistas, parece decirnos Rotter, cada uno encerrado en su propia burbuja, allá donde la burbuja no puede verse. Cada uno de sus gestos —cómo se ceden terreno, cómo se imponen, cómo deciden por el resto— es oro narrativo.
Lo que les rodea es una trama tal vez demasiado lineal —el padre de Nile, Martin (Jonathan Banks, el mítico Mike de Breaking Bad), tiene un hermano que haría cualquier cosa por protegerle y eso incluye no dejar que nada manche su legado— que se cierra sobre sí misma y en la que lo interesante es la investigación que Aggie pone en marcha para tratar de escribir un ensayo sobre Jarvis que le permita, a la vez, verse por dentro. Las escenas de Wiggs escribiendo son probablemente lo más cerca que ha estado la televisión de retratar la vida de un escritor, o una escritora, en los últimos tiempos, o quizá, jamás. Todo el misterio consiste en desaparecer. Ir hacia dentro. Estar ahí sin estarlo.
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