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Columna
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Del fracaso no embellecido

Cuentan maravillas de la veracidad, el sentimiento y la pena que inspira la serie ‘Yakarta’. Habla de las heridas antiguas que permanecen

Siempre ha tenido prestigio y glamur en el cine la estética del fracaso. A condición de estar representada por gente tan hipnótica como Bogart, Mitchum, Newman, Wayne, Fonda, Brando, McQueen. Perdían partidas decisivas en su vida, pero su encanto permanecía intacto e incluso aumentaba en la percepción de los espectadores. Todavía les admirábamos más, pero si prescindimos de esos seres mitológicos constatamos que los perdedores en la vida real, sin adornos, arrastran una existencia muy dura, provocan la compasión de los que los observamos, carecen de coartadas embellecedoras. Nos ponen tensos a los observadores de su ruina cotidiana.

Cuentan maravillas de la veracidad, el sentimiento y la pena que inspira la serie Yakarta (Movistar Plus+), creada por Diego San José, señor que aquí no se permite su acreditado sentido del humor y de la ironía. Todo roza el patetismo, la tristeza y la depresión. Habla de las heridas antiguas que permanecen. Es la historia de un fulano muy desesperado que cree poder resarcirse de su permanente derrota vital entrenando al bádminton a una cría y haciéndola campeona. Vale. Todo es sombrío detrás de su ansia de reivindicarse a sí mismo con la victoria de la niña. Posteriormente nos iremos enterando de los ancestrales motivos de la infelicidad de este hombre.

Observo los dos primeros capítulos con escaso entusiasmo y estoy a punto de aparcarlo. Pero continúo. Existe algo que me atrae mucho y es la interpretación de una adolescente llamada Carla Quílez. Esta niña transmite verdad, amargura, nobleza subterránea, mala leche. También son muy creíbles las apariciones de Marina Guerola y Pilar Gómez, dando vida a las generosas, pero lúcidas y temblorosas hija y mujer del entrenador.

Javier Cámara me parece buen actor, pero casi siempre me cuesta conectar con su intensidad psicológica. Y por supuesto no tengo la menor pasión hacia el bingo ni el bádminton. Que el personaje sea alcohólico y esté enganchado hasta el tormento con esa lotería tampoco le dota de un atractivo especial para mis gustos. Y lamento mucho las cabronadas que tuvo que sufrir de niño. Consumo esta serie sin demasiada emoción, la que sí han sentido tantos espectadores. Peor para mí.

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Sobre la firma

Carlos Boyero
Crítico de cine y columnista en EL PAÍS.
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