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Columna
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Asquerosidad, vómitos, repugnancia. Tan concienciadas las jefas

Tengo una opinión extrema sobre la gente que se ha buscado la vida interpretando una farsa. Son poderosos. Debe de haber algunos inteligentes, pero la mayoría son grotescos

“No tengo ningún problema sobre la forma en la que la gente se gana la vida, pero no voy a entrar en el negocio de la heroína, porque perdería el apoyo de los jueces y de los políticos”, le cuenta el rey de la mafia Vito Corleone al traficante que le exige su protección. Ocurre en El Padrino. Una táctica sabia, aunque limite sus beneficios. Muy lúcido, consciente de su poder, algo supuestamente inalcanzable para aquel niñito siciliano que, huyendo de la masacre familiar, llega en estado tuberculoso a Nueva York y se arrulla a sí mismo en un hospital mientras contempla la estatua de la Libertad.

Yo sí tengo una opinión extrema sobre la gente que se ha buscado la vida interpretando una farsa. Son poderosos. O los intérpretes secundarios son marionetas que por fin han encontrado un empleo recitando consignas que ayudan al poder. Debe de haber algunos inteligentes, pero la mayoría son grotescos. Hablan y hablan sin sentido, pero con aparente pasión de lo que significa lo bueno y lo malo. ¿Cuánto les durará el trabajo? Pero son capaces de buscarse la vida con los nuevos vencedores. Es gente ni siquiera inquietante. Solo vil. Tan humanos ellos.

Siento indignación estética, pero también moral, cuando veo incontables imágenes y discursos de concienciadas ministras, directoras generales y cualquier dama ilustre que haya encontrado su lugar en el sol asegurando como activistas y seres plagados de honestidad, con tono ridículamente declamatorio, que sienten náuseas, vómitos, repugnancia ante las conductas machistas, abusadoras y violadoras de aquellos que fueron sus colegas en el partido político e incluso del alma. Me parecen comicastras en un teatro infame, en el que solo vale el sálvese quien pueda.

Y hay que ser un habitante del limbo para elegir entre el progresivo buenismo y el atroz fascismo. Alguien con dos dedos de frente se cree esa falacia tan bien publicitada. Pero vamos a intentar seguir cobrando el sueldo todos los meses. Esta gente me provoca bochorno, pero los que vendrán también me otorgan anticipados escalofríos. Pero aunque solo sea por razones estéticas, que esta inmundicia se largue. Y a sufrir la siguiente. La vida seguirá igual.

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Sobre la firma

Carlos Boyero
Crítico de cine y columnista en EL PAÍS.
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