Peridis, invitado de ‘En primicia’: el titiritero románico
El viñetista ha desnudado a todos los poderosos recurriendo al simbolismo y a un humor blanco en apariencia, pero demoledor en el fondo. Sus víctimas le quieren. Sería monstruoso enfadarse en público por una caricatura suya

Escuchar a José María Pérez, Peridis, es tan placentero como leer sus tiras diarias. Quizá leer no sea el verbo correcto para ese acto de contemplación, como escuchar tampoco haga justicia a lo que sucede en quien atiende el castellano sereno, ordenado, sabio y preciso que sale de su boca. Un idioma salteado de cuando en cuando con un leísmo que le delata (¿lo delata?) como natural de la montaña palentina, donde es un rasgo dialectal. Son pronombres simpáticos, como las torsiones de un bajorrelieve románico o los trazos ondulantes de una viñeta.
Desde esa bonhomía sabia coloca a veces crueldades corrosivas que sus destinatarios perdonan de antemano. Dicen que Peridis nunca es agresivo ni hiriente, y es cierto que no recurre al insulto ni al golpe bajo o soez, pero con su elegancia ingenua ha firmado algunas de las caricaturas más penetrantes de la historia política española. Ha desnudado a todos los poderosos recurriendo al simbolismo y a un humor blanco en apariencia, pero demoledor en el fondo.
Sus víctimas le quieren. Sería monstruoso enfadarse en público por una caricatura suya. Por eso algunas han acudido gustosas al homenaje que el programa En primicia, la serie sobre los grandes periodistas españoles [realizada por RTVE junto a la LACOproductora, productora audiovisual de PRISA, empresa editora de EL PAÍS], le dedica esta semana en La 2. Pablo Iglesias, Alfonso Guerra, Esperanza Aguirre o Alberto Ruiz-Gallardón se reconocen en el espejo peridisiano y celebran el privilegio de haber sido retratados por él. Gallardón incluso comparte mesa con él en una escena en la terraza del Círculo de Bellas Artes, sobre el cielo simbólico del Madrid que llenó de túneles, y dice que se reconoce en los dibujos (Peridis le caracterizaba como un faraón), aunque los ve un poco exagerados. Esto último puede ser una obviedad innecesaria —la caricatura es hipérbole, no existen las caricaturas que no exageran— o una traición del subconsciente: el escozor residual de las heridas que aquellas viñetas le dejaron en el ego.
Son políticos, claro, y su talento es sonreír y disimular, pero suenan poco convincentes en los elogios. Se intuye bajo la corriente de palabras, en la enunciación, en la torsión de las frases y en la manera de sonreír, que Peridis les llegó hasta la raspa, y a nadie le gusta esa sensación. El único que se permite cierto reproche es Pablo Iglesias, quien le acusa —con simpatía, pero sin ambigüedad— de tener cierta ojeriza a Podemos y de haber sido particularmente cruel con su personaje.
Es natural que escueza e intenten encajarlo con deportividad, incluso festejándolo. De manera involuntaria, el documental recuerda algo que la sociedad española actual olvida con facilidad: vivimos en una democracia en la que a los poderosos no les queda más remedio que sonreír ante el hachazo envuelto en amabilidad y trazo ingenuo de Peridis. Todos los convocados en el programa son políticos retirados, pero Peridis sigue publicando a diario su tira.
Estoy convencido de que a los protagonistas actuales no les hace tanta gracia verse en ella.
Más allá de estos juegos de confrontación y disimulo, el retrato que conduce Lara Siscar en Madrid y en Aguilar de Campoo, las dos casas de Peridis, es emocionante y digno de una figura tan querida y central en el periodismo español. Peridis dibuja mientras Siscar le pregunta, y aquel explica cómo llegó a caracterizar a algunos personajes, cómo concibió esa columna, símbolo del poder, en la que se sientan los que más mandan (salvo Rajoy, que usaba poltrona). Se define como “titiritero” porque sus dibujos tienen algo de marionetas, y es generoso al explicar sus intenciones y sus procesos de trabajo.
“Mi intención es que el lector transite de lo evidente a lo simbólico”, dice, señalando la clave de su bóveda. Peridis, efectivamente, no comenta la actualidad, sino que la convierte en símbolo, la estiliza para alcanzar un sentido que rara vez tiene en las crónicas o en las columnas hechas de palabras.
No se descuida su faceta de activista del románico, con un paseo por el monasterio de Santa María la Real, que reconstruyó desde las ruinas y fue el origen de las escuelas-taller, el legado del que más orgullo siente. Peridis le enseña a Siscar unos capiteles con relieves que, tras pasar un rato analizando sus tiras, recuerdan muchísimo a su estilo de dibujante. Confiesa que el románico es su pasión más importante, y el espectador, quizá sugestionado, se pregunta si no habrá también mucho de románico en el porte del protagonista, en su manera de hablar el castellano, como si rebotara en una bóveda de medio punto, y en la actitud socarrona y franca con la que aborda todas las cuestiones.
Rubén Amón comparece en el programa en calidad de hijo de Santiago, crítico de arte de los primeros años de este periódico y cómplice íntimo de Peridis en su cruzada románica. Cuenta Amón que los acompañaba de niño en un coche francés en sus viajes por España, visitando iglesias y monasterios en ruinas, y espiaba desde el asiento de atrás cómo conversaban con pasión sobre arte medieval. Las voces de los amigos resuenan en la imaginación del espectador como en el centro de una catedral, en un lugar sin tiempo y en un espacio de líneas puras y simples.
Al final, Peridis le revela a Lara Siscar el sentido de la vida. De verdad, sin subterfugios ni ironías. No podía terminar de otra forma el programa, que deja el deseo de seguir disfrutando muchos años de la genialidad, alérgica a lo solemne, de este palentino pasional.
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