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Cuando ‘La vecina perfecta’ sacó su fusil para ahuyentar a los niños que jugaban en su patio

El documental de Netflix utiliza un pequeño crimen real para hablar de racismo, leyes anticuadas, miedo y el control de armas en EE UU

Eneko Ruiz Jiménez

A veces los thrillers más sórdidos aparecen en el patio de una casa. A veces las historias más relevantes y políticas pueden surgir de una riña vecinal. La directora Geeta Gandbhir, de hecho, llegó al crimen del documental La vecina perfecta cuando su cuñada le pidió un favor: ayudar a hacer justicia por Ajika Owens, una amiga de Florida asesinada por su vecina. Ni siquiera pensaba en convertir la historia en película, pero poco a poco descubrió que este relato atesoraba un debate sobre leyes poco actualizadas que le serviría para hablar de racismo, acceso a las armas, desprotección jurídica e incluso el concepto del miedo. Todo desde la perspectiva de dos vecinas.

Porque el caso, y también la película ya disponible en Netflix, comienza de la manera más costumbrista: una vecina blanca, Susan Lorincz, lleva meses llamando a la policía para quejarse de los niños afroamericanos que juegan cerca de la puerta de su casa. Los agentes no están, sin embargo, capacitados para hacer nada, ya que los límites legales del patio no quedan claros. Era un clásico caso de las acusaciones de unos contra las de los otros. No parecía que nadie se saltase la ley. Por suerte para la documentalista, los policías, incapaces de resolver la situación, habían registrado la historia completa del enfrentamiento en sus cámaras de pecho. Eso ha dado a Gandbhir, criada como ayudante de montaje del cine de Spike Lee, un material único para construir una historia real contada con pulso narrativo y presentada casi como “un thriller, una película de terror”, cuenta a EL PAÍS por videoconferencia.

“Montarlo fue mi proceso de luto y toda una investigación. Comencé en el proyecto porque quería entender el caso. Me parecía imposible que alguien cogiera un arma y matara por una disputa tan trivial, una en la que la víctima ni siquiera había entrado en casa. ¿Cómo llegamos hasta aquí? Queríamos contar la perspectiva de todos los que estaban allí en 360 grados, y, al mismo tiempo, motivar al espectador a ser mejores vecinos, a no trasladar la polarización social usada para ponernos en contra desde las altas esferas a nuestra rutina”, explica la directora, que descubrió en las 30 horas de material policial en primera persona su principal filón.

Las imágenes policiales eran un tesoro que podría utilizar para mandar otro mensaje, pese a que no iba a ser fácil convertirlo en hora y media de metraje: “Esta visión desde el pecho del policía te hace estar presente en la situación, y además es objetiva, es lo que pasó. El POV [siglas en inglés de punto de vista] es perfecto en un tiempo en el que se cuestiona la veracidad de todo. Los acompañas para ver cómo todo va creciendo. Pero, además, en EE UU las cámaras policiales se utilizan habitualmente como un arma violenta del Estado para vigilar y criminalizar a personas de color y comunidades vulnerables. Nosotros queríamos resignificar su uso, y que sirviera para capturar una pequeña comunidad familiar, detalles de normalidad que no sueles ver alrededor de un crimen”.

Una normalidad que ha puesto frente a las injusticias. Su miedo al empezar la película era que la atacante saliera libre utilizando la ley de Florida que dicta que se puede matar en defensa propia si se justifica que quien dispara temía por su vida: “La idea del miedo se utiliza como arma manufacturada. Se usa para dividirnos”. En este caso, el supuesto miedo pone a una mujer blanca frente a un vecindario de familias afroamericanas. “Al vivir en una sociedad racista, la ley se utiliza como arma contra la gente de color. Se convierte en una justificación abstracta imposible de probar de gente que muchas veces quiere cometer el crimen o que comete un crimen por error. Los envalentona a cometerlo porque tienen esa defensa propia como protección”. La protagonista de La vecina perfecta, de entonces 58 años, no pudo justificarlo y fue condenada a 25 años de prisión.

Pero Gandbhir tampoco culpa a Susan del asesinato, sino que ve el caso como un problema sistémico, social y político: “Quería que el público se diera cuenta de lo insegura está la población ante estas leyes, y ante el laxo control de armas. Susan [que la película deja entrever que había tenido problemas de salud mental] nunca debería haber tenido un arma. Y eso arruinó una comunidad, una familia y su propia vida. Ella tampoco tuvo protección, y yo también la quería entender”, hubiera o no premeditación. El documental muestra al mismo tiempo a la policía desde una perspectiva amable, y no con la violencia que acostumbran en estas obras sobre problemas raciales, pero, dice Gandbhir, aun así, “fallaron por completo. No protegieron a nadie porque no estaban entrenados para ello, ni había mediadores o trabajadores sociales para evitar el peor final posible”.

Con todos los elementos puestos sobre la mesa, la cineasta está ahora muy agradecida por el debate que su obra ha causado en internet: “Yo confío en que la audiencia es inteligente. Quería mostrar todos los puntos de vista, las víctimas, Susan, la policía… y que la audiencia decida. Creo que el arte puede empujar un cambio de opinión más que otras fuentes de información. Y aunque no cambiemos de idea, quiero sembrar esa chispa de duda”, explica la directora, que reconoce que a la primera que se lo enseñó fue a la madre de la víctima, “la mujer más valiente del mundo”. Para ella hizo el documental. Y ella solo quería que la historia se conociera.

Gandbhir argumenta, de hecho, que demasiados documentales se olvidan de la humanización de la víctima. Por eso, no concuerda con quien califica su documental como un true crime más en la ola de crímenes en plataformas de streaming: “Aunque hay algunos muy bien hechos, demasiadas veces son puro sensacionalismo. Esta es una película independiente con la que queríamos buscar más significado, donde lo importante es la injusticia. Quizás lo que tengamos que hacer es redefinir el término de true crime”.

Para causar esa conversación, la directora, que ganó en el festival de Sundance, agradece especialmente el alcance global de Netflix: “Éramos una película hecha con muy poco dinero, sin famosos y sobre un crimen sin sensacionalismo. Y era necesario llegar a otro tipo de audiencia, porque así es como se logran los cambios políticos y los movimientos sociales. No queríamos convencer a la parroquia”.

Tras estrenarlo, Gandbhir sigue siendo optimista. De lo contrario, seguramente ni se habría esforzado en trabajar en esta película: “Todo puede cambiarse. Depende de a quién elijamos. Lo importante es que la gente tenga la motivación de demandar el cambio y pedir que se mejore el control de armas. Pero hay cambios en algunos estados. No podemos enterrarnos en la desesperanza. Soy de Nueva York y acabamos de ver que el cambio puede suceder”, explica esta hija de inmigrante indio justo tras la victoria de Zohran Mamdani, nuevo alcalde de su ciudad. Porque, confía, que desde lo pequeño se llegue a cambiar el mundo.

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Sobre la firma

Eneko Ruiz Jiménez
Se ha pasado años capeando fuegos en el equipo de redes sociales de EL PAÍS y ahora se dedica a hablar de cine, series, cómics y lo que se le ponga por medio desde la sección de Cultura. No sabe montar en bicicleta.
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