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COLUMNA
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‘Task’, violencia y depresión en la Filadelfia proletaria

El ambiente gris que condiciona la vida de todos sus protagonistas es llgo que comienza a ser habitual en las creaciones de Brad Ingelsby, responsable de la excelente ‘Mare of Easttown’

Imagen de la serie Task de HBO Max
Ángel S. Harguindey

Las series y largometrajes de ficción no dejan lugar para las medias tintas: o se diseccionan a los grandes triunfadores o se narran las desventuras de los perdedores, la mediocridad se deja para la gran mayoría de los espectadores, críticos incluidos. Task, una serie con siete capítulos en su primera temporada, se incluye entre las de los perdedores, con un detalle adicional: el ambiente depresivo que condiciona la vida de todos sus protagonistas, algo que comienza a ser habitual en las creaciones de Brad Ingelsby, responsable de la excelente Mare of Easttown.

Task se sitúa en la periferia proletaria de Filadelfia en la que dos delincuentes tratan de sobrevivir robando en las casas de los pequeños traficantes de drogas y en la que un depresivo agente del FBI, Mark Ruffalo, trata de detener para abandonar el trabajo burocrático al que había sido relegado por sus superiores. El problema de robar a los pequeños traficantes de fentanilo es cuando, sin saberlo, roban a uno no tan pequeño que, naturalmente, tratará de recuperar lo robado de tal modo que los dos delincuentes se verán acosados desde un doble frente, el de agente federal y su inexperto equipo y el de la banda de moteros traficantes. Cara y cruz de un sistema que hace tiempo propició el rápido enriquecimiento de quienes trafican y el posterior blanqueamiento de sus extraordinarias ganancias al mismo tiempo que dedica cada vez más esfuerzos y agentes para tratar de acabar con ello.

Y si la acción, los tiroteos, las persecuciones y las muertes están aseguradas, como previsiblemente se deduce de la sinopsis de una trama que, coherentemente, rehúye el situarla en paisajes, decorados y casas placenteras, pues como se ha dicho la atmósfera reinante es depresiva, no hay lugar para la belleza ni la armonía. Lo que no evita su responsable es esa cada vez más habitual costumbre en las series de ficción de dejar “un final abierto”. El espectador acepta gustosamente contemplar siete horas de una historia, pero su gusto decrece notablemente cuando el último capítulo no la concluye. Caben dos explicaciones posibles para esa discutible moda: o el creador es un pequeño sádico que disfruta con el malestar ajeno o, si la serie tiene éxito, se asegura una nueva temporada, en cualquier caso quienes la contemplan son al mismo tiempo mártires y verdugos. Dicho todo lo cual la serie de HBO Max, que también puede verse en Movistar Plus+, merece la pena.

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