‘Érase una vez el Oeste’: Barro, sangre y una masacre olvidada
El wéstern ultraviolento del guionista de ‘El renacido’ solivianta a los mormones al dar por hecha la responsabilidad de Brigham Young, uno de sus grandes líderes, en el asesinato de 120 colonos en 1857
“Aquí la justicia funciona de otra manera”, dice Jim Bridger, uno de los protagonistas de Érase una vez el Oeste, en uno de los momentos más tensos del wéstern en seis capítulos atiborrado de barro y sangre que Peter Berg ha dirigido para Netflix. “Los nativos ven cómo los exterminamos de la faz de la tierra, así que tienen sus propias leyes. Los montañeses ven cómo desconocidos reclaman tierras que ellos llevan años trabajando, así que tienen su propia ley. Y yo solo intento agachar la cabeza y ocuparme de lo mío”. Está hablando del Estado de Utah en 1857, es decir, de un polvorín a punto de estallar por el conflicto abierto entre los mormones y el Gobierno estadounidense. El punto álgido se dio tras la matanza en septiembre de ese año de 120 colonos que integraban una caravana de migrantes a manos de la Legión de Nauvoo, una milicia mormona que fue ayudada por algunos indios payutes.
El título en castellano, tan edulcorado frente al original American Primeval (algo así como La era primitiva de América) no hace justicia a una serie que recrea el far west como un infierno en la tierra donde la progresiva llegada de la civilización “no implica ser civilizados”, de nuevo en palabras de Bridger. El aventurero es uno de los contados personajes reales que salpimentan una trama que recupera ese oscuro episodio que la Iglesia mormona primero trató de dejar caer en el olvido y después siempre ha intentado desvincular de su cúpula de entonces, y muy especialmente del que era su líder, y que sigue siendo, tras el fundador, Joseph Smith, al que sucedió como máximo representante del movimiento religioso, la segunda figura más importante de la historia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (SUD), Brigham Young, descrito en la serie como un fanático calculador y sin escrúpulos a la hora de conseguir todo aquello que se proponía.
La masacre de Mountain Meadows consistió en un asedio de cinco días a una caravana que viajaba hacia California que culminó con una ejecución en masa. El episodio venía precedido de la creciente tensión entre el Gobierno y los mormones. El primero había enviado a Utah a un batallón para controlar a los segundos, y Young, que era el gobernador del Estado, declaró en respuesta la ley marcial. Diez años antes, en 1947, los mormones habían tenido que dejar Nauvoo, la ciudad levantada por Smith en Illinois, para instalarse en Utah, donde fundaron Salt Lake City, después de que Young fuera acusado por el Gobierno estadounidense de falsificación de moneda —su antecesor había empezado a emitir una moneda mormona sin nada detrás que sustentara su valor, como relata Simon Worrall en el libro La poeta y el asesino—. Desde entonces, la Iglesia, que se consideraba perseguida por el Gobierno, se fue militarizando.
Rostros de granito
El creador y guionista de la serie, Mark L. Smith, ya había partido de un hecho real en otro wéstern, El renacido (Alejandro González Iñárritu, 2015), del que recupera el tono de cruda epopeya hiperviolenta filmada con una estilizada vocación inmersiva y también al personaje de Bridger, uno de esos exploradores que forjaron los mitos del Oeste americano y de paso su propia leyenda. Allí era aún un joven montañés. En American Primeval, es ya un veterano instalado en el asentamiento destinado al comercio de pieles que fundó y al que bautizó con su apellido, Fort Bridger. Encarnado por Shea Whigham, uno de esos secundarios imprescindibles que lleva sentando cátedra desde que se popularizó con el papel del hermano del gángster Nucky Thompson en Boardwalk Empire, sus cara a cara con Young, a quien presta su rostro de canalla y granito Kim Coates, se cuentan entre los momentos más poderosos de la serie.
Si en El renacido la historia real que servía de base era la peripecia del montañero Hugh Glass, que a principios del siglo XIX recorrió en solitario más de 300 kilómetros tras sobrevivir al ataque de un oso, en American Primeval el desencadenante de la historia es la masacre de Mountain Meadows, que ya había sido abordada en 2007 en September Dawn (Chistopher Cain). Esa película, que cosechó críticas desastrosas, fue un fracaso que apenas vio nadie, pero la serie de Netflix ha sido un éxito, además del último de los zarpazos que la ficción ha asestado recientemente a la Iglesia mormona. Más allá de la feroz sátira que constituye el exitoso musical The Book of Mormon o de las críticas que desliza la última sensación del cine de terror estadounidense, Heretic, el episodio de la matanza de colonos ya se mencionaba también al final de Por mandato del cielo (Dustin Lance Black, 2022), adaptación en forma de serie de Obedeceré a Dios, el libro de Jon Krakauer que explora la historia y la cultura mormonas a partir del caso de Dan y Ron Lafferty, dos fundamentalistas que en 1984 asesinaron a la mujer y la hija de su hermano pequeño.
Como entonces, la comunidad mormona, que siempre ha tratado de desvincular del episodio a Brigham Young, ha reaccionado acusando a la serie, donde se da por hecho que este avaló la matanza, de falta de rigor. En un artículo del periódico propiedad de la iglesia Deseret News, Matt Grow, director general del departamento de Historia de la iglesia, asegura que la serie solo es la última versión “de una larga tradición” que se remite a la época del propio Young. “Él sabía que se le difamaba” y “lamentó que el mundo no comprendiera mejor su misión, pero también creía que llegaría el día en que sería comprendido”, escribe, y añade: “Nunca antes el público había tenido acceso a un volumen tan rico de sus propias palabras, que se encuentran en sus sermones, cartas y diarios. No hay necesidad de depender de una serie de televisión ficticia y sensacionalista para conocer al verdadero Brigham Young: un hombre complejo e imperfecto que amó a Dios constantemente y buscó la paz”.
Que Young alimentó con sus discursos el odio que cristalizó en Mountain Meadows está a estas alturas fuera de duda, y aunque no hay pruebas de que autorizara el ataque a la caravana, sí hay indicios de que al menos instigó a los payutes a que lo perpetraran ellos, como cuenta Krakauer en su libro. Pero la Iglesia SUD niega la mayor y se remite a las incontables licencias creativas que se toma la producción, donde la matanza, convertida en un ataque relámpago despachado, signo de los tiempos, en un aparatoso plano secuencia, no es más que la primera de una sucesión de escabechinas, entre ellas la aniquilación deso un destacamento militar también a manos de la Legión de Nauvoo, algo que nunca tuvo lugar. De hecho, la serie sigue las vicisitudes de varios supervivientes de Mountain Meadows, incluidos un matrimonio de mormones (aunque no consta que hubiera ninguno entre las víctimas) y otras dos mujeres, una de ellas la protagonista, interpretada por Betty Gilpin, pese a que en la realidad solo sobrevivieron 17 niños menores de cinco años, que fueron entregados a familias mormonas con las que se criaron durante dos años, hasta que el Gobierno los encontró y los entregó a sus parientes más cercanos.
Solo un hombre fue procesado y condenado por el asunto. John D. Lee, uno de los cabecillas del asalto, fue fusilado en marzo de 1877, casi 20 años después, en el mismo lugar donde se produjo la matanza. Antes, su Iglesia ya le había excomulgado, y durante décadas –en 1961 la excomunión fue revertida– le señaló como único responsable del crimen, aunque él siempre clamó que cumplía órdenes y que había sido el chivo expiatorio. En la serie no aparece, reemplazado por un personaje de ficción con un final mucho más acorde con esa estética de sangre y fuego y esa justicia que en American Primeval funciona “de otra manera”.
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