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COLUMNA
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Los selfis de los crímenes de guerra en Gaza

Un documental de Al Jazeera reúne imágenes terribles de la devastación de la Franja, incluidas las que graban y difunden en redes los soldados de Israel demoliendo casas, humillando a prisioneros o jugando con la lencería de las palestinas

Un grupo de militares israelíes se hacía un selfi junto a las ruinas de una localidad de Gaza cercana a la frontera israelí, el pasado 19 de febrero.Foto: Tsafrir Abayov (AP) | Vídeo: EPV
Ricardo de Querol

Hay motivos para desconfiar de Al Jazeera: el mayor canal de noticias en árabe, que también emite en inglés, es propiedad del emirato de Qatar, encantado de desplegar su influencia en la región. Encendió la chispa de la Primavera Árabe, que logró derribar a algunos tiranos pero no consolidar democracias (tampoco la hay en Qatar). También hay motivos, quizás más, para prestar atención a lo que cuenta Al Jazeera: no solo como termómetro de cómo viven el conflicto de Oriente Próximo los países árabes, sino porque es la televisión mundial con mayor presencia en Gaza, dado que a los grandes medios internacionales no los dejan pasar. Tiene material de primera mano que sigue retransmitiendo a pesar de que las fuerzas israelíes mataron a cuatro de sus periodistas (y a toda la familia de su jefe local, Wael Dahdouh, que siguió trabajando en medio del desgarro). Ya no está presente en Israel, donde sus actividades han sido prohibidas.

Al Jazeera ha producido el documental Investigating war crimes in Gaza, disponible en su web y en YouTube (en inglés, se puede ver subtitulado en español), que presenta pruebas de las violaciones de las reglas de la guerra y del derecho humanitario cometidas por las tropas israelíes en un territorio pequeño y hacinado donde han muerto ya más de 43.000 personas y donde han sido destruidos una mayoría de los edificios. Incluye buen material propio de la devastación de la Franja, pero lo más llamativo es que contiene abundante metraje grabado y difundido por los propios soldados israelíes. Porque los militares no parecen tener restricciones a la hora de compartir filmaciones de tiroteos, de demoliciones o de maltrato a prisioneros en Instagram o TikTok. Una primera conclusión, chocante, es que la difusión de esos vídeos es tolerada por los mandos, dado que quienes los suben a las redes lo hacen a menudo con su nombre. Hoy es bastante habitual, y a la vez estúpido, que alguien se grabe delinquiendo, pero encaja mal en la disciplina esperable de un ejército tan sofisticado. Ese material podría ser incriminatorio ante un tribunal, si no fuera porque Israel suele ignorar los requerimientos de la justicia internacional.

Entre esos vídeos hay algunos que muestran crueldad: disparos a civiles indefensos, también niños y mujeres, solo por estar donde están; la humillación de prisioneros maniatados, casi desnudos y arrastrados por el suelo; la destrucción de infraestructura civil básica, incluidos hospitales y escuelas. Otros vídeos resultan escalofriantes por su frivolidad: les ponen música y emoticonos, tratan de hacer humor con la tragedia de los otros. Chirría la euforia que desata en las fuerzas de ocupación cada demolición. Vemos destruirse, con grandes cargas explosivas, casas particulares, barrios enteros, pueblos enteros, edificios de muchos pisos. Hay un soldado que admite que ese espectáculo le genera adicción. Hace unos días fue un conocido periodista de la televisión israelí N12 quien tuvo el raro honor de pulsar el botón para hacer volar un edificio, esta vez en Líbano. Una canción israelí, viral en redes y que suena en fiestas y discotecas, se burla de los gazatíes que lo han perdido todo: “Esta era mi casa”. La bailan en TikTok, de forma grotesca, usuarios que se disfrazan de palestinos.

En algunos de esos selfis del frente, soldados israelíes entran en casas particulares destruyendo todo y se muestran muy sorprendidos al encontrar cajones llenos de lencería fina, como si acabaran de descubrir que los palestinos tienen vida erótica. Hay varias imágenes de soldados desplegando a su alrededor o poniéndose sobre el uniforme las bragas, sujetadores, corpiños y medias de las civiles. El relato lleva a la conclusión de que las acciones del ejército de Israel no responden solo a la lógica militar que tendría sentido para derrotar a Hamás, sino que persigue también saciar la sed de venganza de los israelíes tras los brutales atentados del 7 de octubre de 2023 (sobre los que este documental pasa demasiado rápido).

Además de las grabaciones propias y de los soldados israelíes, el documental reúne opiniones de expertos internacionales en derecho humanitario, testigos del horror e intelectuales palestinos. Se detallan aquí algunos de los crímenes de guerra que se cometen en Gaza: el castigo colectivo a todo un pueblo, la tortura y el trato inhumano a los prisioneros, el uso del hambre como arma de guerra, el ataque sistemático a los sanitarios y a cooperantes como los de World Central Kitchen, la ONG del chef José Andrés, o los de la agencia de Naciones Unidas para los refugiados UNRWA, que ha sido ilegalizada. Se insiste mucho en que Israel cuenta con el apoyo incondicional de EE UU y el Reino Unido. Queda claro cuál es el gran problema para Occidente ante la opinión pública no solo árabe sino de todo el llamado Sur Global: la pérdida de credibilidad ante el doble rasero aplicado en las guerras de Ucrania y de Oriente Próximo, la falta de coherencia en la defensa de los derechos humanos según dónde se violen.

Una mujer palestina que llora en medio de escombros grita a la cámara: “¿A quién le importamos?”. Este no es un reportaje imparcial, frío, neutral y equidistante, ni podíamos esperarlo. Pero las imágenes que nos ponen ante los ojos son tan reales como turbadoras.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).
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