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COLUMNA
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‘One Love’ retrata a Bob Marley con respeto, pero sin su carisma. Son mejores estos documentales

El artista jamaicano lo tenía todo para un ‘biopic’: una música irresistible, una imagen mesiánica y debilidades muy humanas. La película no logra explicar qué lo hacía extraordinario

Lashana Lynch y Kingsley Ben-Amir, como Rita y Bob Marley, en la película 'One Love'
Lashana Lynch y Kingsley Ben-Amir, como Rita y Bob Marley, en la película 'One Love'.
Ricardo de Querol

Bob Marley fue una figura única que lo tenía todo para un biopic: una música irresistible, una imagen mesiánica y algunas debilidades muy humanas. Fue el profeta del reggae, el exótico estilo surgido en una pobre Jamaica que saltó todas las fronteras (y prejuicios) del planeta. Y predicó el credo rastafari, una amalgama de creencias bíblicas y africanistas que tomó a un discutible emperador de Etiopía, Haile Selassie, como una encarnación de Dios (de Jah). El magnético retrato de Marley, con sus rastas, sus rasgos muy definidos y sus ojos perdidos, se estampaba en camisetas como el del Che Guevara, con la diferencia de que el cantante nunca pegó un tiro, sino que lo recibió. Se volvió un icono revolucionario, inspirador para lo que se llamaba el Tercer Mundo.

La película Bob Marley: One Love, que se estrenó en salas en febrero y ya está disponible en SkyShowtime, es una ocasión perdida. Aborda al personaje con miedo, esquivando lo menos ejemplar y sin acabar de hacernos ver lo extraordinario de él. Dirigida por Reinaldo Marcus Green (autor de El método Williams, sobre las hermanas tenistas Venus y Serena), se centra en un periodo corto de la vida de Marley, entre 1976 y 1978, en un contexto de terrible violencia política en Jamaica. Es cuando sufre el atentado de una banda de pistoleros y sube a los dos días al escenario a mostrar sus heridas; cuando se exilia en Londres, donde graba su mejor disco, Exodus; cuando regresa a la isla para encabezar un concierto por la paz en la que los dos líderes políticos (blancos) rivales en su país se dan la mano. Y es cuando se le diagnostica un melanoma en el pie ante el que se negó a tratarse por superstición (y que lo acabó matando en 1981).

El actor Kingsley Ben-Adir se esmera en imitar la voz, la pose y los gestos del rey del reggae, pero no llega a transmitir su carisma. Al menos, a diferencia de otros biopic, no le han hecho cantar, lo que agradecerá el espectador melómano: la música que suena es la original de Bob Marley y los Wailers con algunos arreglos, si bien en paralelo a la banda sonora se ha lanzado un álbum de versiones de sus canciones (Music Inspired by the Film).

Aunque abundan los recuerdos en forma de flashback, nos quedamos sin entender cómo Marley se había convertido en un fenómeno global viniendo de un entorno de pobreza y marginación; no se nos explica la carga política y mística que desprende su obra; y se pasa de refilón por su afición a la marihuana (la ganja) y su irreprimible infidelidad a su esposa, Rita Marley (tuvo cuatro hijos con ella y siete con otras seis mujeres).

Algunos de estos elementos esenciales se mencionan de pasada, en alguna reprimenda que le echa Rita, interpretada por Lashana Lynch. Ella acaba siendo el personaje fuerte del relato: lo introduce en la fe rastafari, le advierte de que se está vendiendo a la industria y al capitalismo (la Babilonia de sus letras), lo convence para volver a casa, solo una vez le reprocha que se acueste con otras mujeres. Sí se subraya el conflicto de identidad del músico: era mestizo, hijo de un oficial blanco del Ejército británico que abandonó a la familia siendo niño, lo que la película muestra como su gran trauma.

La historia del protagonista quedó mucho mejor retratada en 2012 en el ambicioso documental Marley, de Kevin Macdonald. Incluía valioso material, buena parte inédito hasta entonces, y los recuerdos de Rita Marley, algunos de sus hijos y todo su entorno. Se entiende mejor su salto al estrellato y hay una descripción más precisa de sus posiciones religiosas e ideológicas, no siempre coherentes. Es una narración autorizada por la familia (eso también le pasa a la nueva película), pero es honesta y exhaustiva (dura 144 minutos). Estuvo en varias plataformas y ahora solo se ofrece en alquiler.

Y el mismo periodo en el que se centra One Love (del tiroteo que bien pudo matar a la pareja al festival pacifista) lo cuenta bien otro documental, Who Shot the Sheriff? (2018), de la serie Remastered (en Netflix). Este sí ayuda a comprender esos años convulsos en Jamaica, cuando la rivalidad exacerbada entre los dos partidos que dominaban la política local desde la independencia se entremezclaba con el poder de las bandas armadas en los barrios sin ley. Aquí se señala al más probable cabecilla del atentado (Jim Brown, uno de los pandilleros locales conectados con el partido conservador; años después fue a visitar a su víctima para disculparse) y se apunta a la influencia de la CIA, porque Washington estaba temeroso de que la isla se convirtiera en la nueva Cuba.

One Love pretende ahora inmortalizar desde el cine a Marley, pero lo hace simplificando en exceso una trayectoria y un contexto mucho más complejos de lo que se presenta. Se supone que así se acerca su figura a las nuevas (y quizá futuras) generaciones. En verdad, no lo necesitaba.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).
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