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COLUMNA
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Qué gran mercado, el morbo de la sangre

Resulta transparente la sordidez de la serie ‘Mi reno de peluche’, pero también aporta turbación

Richard Gadd, como Donny, y Jessica Gunning (Martha), en 'Mi reno de peluche'.
Richard Gadd, como Donny, y Jessica Gunning (Martha), en 'Mi reno de peluche'.Ed Miller/Netflix
Carlos Boyero

Tuve un concepto gozoso y al parecer erróneo durante gran parte de mi vida de lo que significaba el morbo para mí. Lo asociaba con la sensualidad, el misterio, el atractivo erótico. Fiel a mis apetencias, lo percibía en ciertas mujeres, de la vida real y de la pantalla. Había algo muy satisfactorio al constatar que damas cercanas o lejanas me provocaban esa sensación. Pero mi apreciación personal no es compartida. Al parecer, según las encuestas de mercado que deben de hacer los medios audiovisuales buscando clientela, el morbo supremo de los receptores se concentra en la sanguinolencia, violaciones, palizas, incestos, atracos, asesinatos, secuestros, violencia extrema que exponen las mañanas televisivas sin prisas y sin pausas. Y debe de crear adicción entre sus múltiples consumidores, gran parte de ellos pertenecientes a la tercera o cuarta edad, jubilados, amas y amos de casa.

Imagino que deben de sentirse protegidos en su casa y a salvo de la barbarie que les ocurre a otros, constatando el mal desde lejos, todo un colocón. Sobre todo, cuando los presentadores de sucesos sangrientos les avisan con expresión compungida: “Las imágenes que les vamos a ofrecer a continuación son muy duras. Pueden herir su sensibilidad”. Qué farsa, qué grima.

Han sustituido el universo hepático del mundo del corazón, especializado en la nada, por la truculencia de los sucesos, por todo lo que chorree sufrimiento y vísceras. Hay muchas formas de engatusar al personal, pero sospecho que esta potente droga va a ser duradera.

Y veo desganadamente infinidad de series con idéntica temática. No merece la pena ni comentarlas. Algunas pretenden ser ficciones abarrotadas de tensión y violencia. Otras recrean pavorosos hechos reales. Puede ser el asesinato y descuartizamiento de una mujer hondureña o la enigmática aniquilación de una niña china que fue adoptada por un enfermizo matrimonio gallego. Todo en ellas me resulta olvidable. Pero me asombro con la audacia expresiva que muestra un capítulo concreto de la serie Mi reno de peluche. Aseguran que lo que narra le ocurrió en su propia vida a Richard Gadd, que escribe y protagoniza este canto al sadomasoquismo. Describe el incesante y salvaje acoso de una psicópata adiposa a un cómico sin gracia que se siente atraído por una transexual. En ese feroz capítulo, un poderoso y sinuoso productor droga sin desmayo al humorista sin suerte. Este descubre al despertarse la saliva que ha depositado en sus genitales el colega. Y posteriormente que ha sido penetrado. Pero lo peor es que también descubre que las violaciones del agente y de la acosadora monstruosa le complacen mucho, aunque siga enamorado de la transexual, y flipas con semejante argumento y con su exposición. Resulta transparente la sordidez de Mi reno de peluche, pero también aporta turbación en algún momento. Su creador es un tipo muy raro, pero nada tonto.

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