La brutalidad contra uno de los directores de ‘No Other Land’ es la rutina en Cisjordania
Hamdan Ballal fue apaleado y arrestado en las mismas aldeas donde transcurre el documental ganador del Oscar. La película es un relato perturbador de la violencia contra los palestinos, aunque busca alguna esperanza

Fue terrible, pero muy inesperado no. El cineasta y activista palestino Hamdan Ballal sufrió este lunes la ira de los colonos y soldados israelíes en la aldea cisjordana de Susya, una de las 19 que forman la comunidad de Masafer Yatta, donde transcurre todo el metraje de No Other Land. Él es uno de los cuatro autores del documental ganador del Oscar este mismo mes, un testimonio perturbador de la violencia contra los vecinos de ese rincón de Palestina. Ballal fue apaleado por un grupo de colonos, arrestado por soldados y llevado a un recinto militar, donde fue interrogado —cuenta que maniatado, golpeado y con los ojos vendados— hasta que al día siguiente quedó en libertad, si se puede llamar así a cómo se vive allí.
Para él y los suyos no ha sido nada nuevo. En No Other Land (disponible en Filmin y Movistar+) hay múltiples escenas en las que se hostiga, humilla y agrede a estas familias campesinas, gente humilde que cuida sus cabras y ovejas y que labra tierras áridas. Los militares, por un lado: acuden con las excavadoras para demoler sus casas, en un lento ritmo de destrucción que se repite cada semana (el colmo es que veamos sellarse con hormigón un pozo, allí donde el agua es oro, o echarse abajo la única escuela). Y los colonos, por el otro: aparecen por sorpresa, armados y enmascarados, y tienen el gatillo fácil, porque presenciamos algún tiroteo fatal. A veces vienen juntos, algunos uniformados acompañando a los asaltantes. Y, como le pasó a Ballal, quien acaba entre rejas es la víctima. Se entiende bien que el fin es expulsarlos, que se rindan y se vayan a hacinarse a las ciudades mientras los asentamientos judíos siguen ganando tierra. El objetivo de la limpieza étnica cada vez se disimula menos. No solo está pasando en Gaza.
No Other Land tiene como autores a dos palestinos, Basel Adra y el propio Ballal, y dos israelíes, Yuval Abraham y Rachel Szor. Los protagonistas que ponen cara y voz al relato son Adra y Abraham. Los cuatro recogieron su Oscar muy orgullosos el pasado día 3. La película no ha podido verse apenas ni en Israel ni en EE UU, porque se tacha de antisemita cualquier denuncia de las violaciones de los derechos humanos en Palestina. Muy hábiles con las pequeñas cámaras portátiles en las manos, los cineastas logran que por momentos te preguntes si se han dramatizado escenas, pero no es así. Adra y Ballal son activistas: defienden los derechos de su gente con una resistencia pacífica, concentrándose con pancartas, negándose a abandonar sus casas mientras sigan en pie o documentando los ataques que sufren. Los reporteros israelíes, también activistas desde el otro lado, son recibidos inicialmente con desconfianza por los vecinos, pero se van ganando su respeto. Es en su propio país donde ahora son peor recibidos.
Lo que este documental cuenta es anterior al atroz ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 que desató la brutal devastación de la Franja. Los hechos filmados transcurren entre 2019 y 2023. Son la rutina allí, aunque siempre puede empeorar: en los últimos meses se ha producido una escalada de incidentes en este otro territorio palestino, lejos del frente de la Franja.
Incluso dejando aparte demoliciones, palizas y tiros, el documental es ilustrativo del modo de vida bajo un sistema de segregación, se puede decir apartheid. Solo las matrículas amarillas, israelíes, pueden circular por sus propias carreteras en tierra ocupada, y cruzar la frontera cuando deseen; las verdes, palestinas, no pueden salir de Cisjordania y para moverse dentro de ella tienen que atravesar un enjambre de controles. Unos pueden levantar sus casas donde otras han sido destruidas; unos pueden engancharse a la luz o al agua y otros no; unos están bajo la ley civil israelí, otros bajo la ley marcial. Abraham se atreve a acercarse a los soldados con la cámara en la mano (aunque se lleva algún golpe) porque es ciudadano de pleno derecho, y no paria como los demás; cuando quiera se podrá ir a dormir a su casa en Beerseba, Israel, mientras los desalojados se quedan con lo puesto, instalados en cuevas.
En este paraje de desolación, vemos forjarse la amistad entre Abraham y Adra, envueltos en el humo de los cigarrillos durante sus charlas nocturnas. Este lado intimista del filme busca apuntar alguna esperanza, demostrar que es posible el entendimiento, imaginar cómo sería la paz. Pero no piensan en ella los que gobiernan el mundo. Solo creen en la ley del más fuerte. En esta región se sabe bien quién es el más fuerte. Y cómo abusa de su poder para hacer inviable cualquier solución justa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
