Una buena chapuza de las de antes
Los presentadores virtuales, como Alba Renai en Mediaset, serán incapaces de los chistes malos de Matías Prats o las burradas de Mercedes Milá: me entristece la utopía perfeccionista que plantea la IA
Es posible que Alba Renai, la nueva presentadora virtual de Mediaset, sea más carismática y tenga una vida más interesante que muchos presentadores con piel y tripas. Es probable que Renai sea incluso más humana que muchos humanos. Yo, desde luego, he conocido a personas más robóticas y desalmadas.
Siri o Alexa ya llevaban en su programación bastante más sentido del humor e ironía que algunos profesores y jefes que he sufrido en mi vida, así que no me extraña que Alba Renai dé el pego y haya quien quiera echársela de amiga o de novia. Como confío más en el talento de los ingenieros informáticos que en el de los programadores de televisión, auguro un futuro prometedor a las nuevas inteligencias artificiales que vienen a relevar a presentadores y actores. ¿Cómo no lo van a hacer bien si no se cansan, no tienen días malos, nunca se distraen pensando en el suspenso en mates de su hijo, no se divorcian ni sufren ansiedad?
A mí no me escalofría el futuro, tan solo me entristece, porque detesto la perfección. De mis escritores favoritos me gustan sus manías, sus reiteraciones, sus flaquezas y esas piedritas en las que no pueden evitar tropezar. Me enamora lo inarmónico y lo que rompe la simetría: una nariz torcida, una peca, el gesto de subirse unas gafas, un tic apenas perceptible que delata una timidez sin superar. Esas cosas.
Es difícil que una inteligencia artificial improvise chistes malos como los de Matías Prats o diga las salvajadas de una Mercedes Milá o se quede en blanco en mitad de una entradilla y acabe soltando, como Beatriz Pérez en las noticias de TVE, que un piloto de Fórmula 1 va “como un… ¡como un pepino!”. Parece poco probable que se programe a las Alba Renai para que cometan errores y exploren su espontaneidad.
A Hannibal Smith, del Equipo A, le encantaba que los planes salieran bien, pero a los espectadores nos gusta que se tuerzan. Los mejores momentos de la tele son meteduras de pata, desde los escritores milenaristas y que han venido a hablar de su libro hasta el último micro abierto traicionero que registra una jocosidad del presentador. La IA plantea una utopía perfeccionista, y para cuando nos demos cuenta de que disfrutábamos de algo que la informática no puede ofrecer será demasiado tarde. Ya no quedarán profesionales capaces de servirnos una buena chapuza de las antiguas.
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