El misterio Broncano: ¿es así o se lo hace?
El presentador de ‘La resistencia’ juega a la extrañeza y se muestra cercano al mismo tiempo, según las personas que le conocen
“Vivía con un compañero en un piso de 40 metros cuadrados y lo teníamos un poco destrozado, daba un poco de vergüenza. Pero le gustaba venir para echar unas partidas de juegos de mesa. Aparecía a veces, yo qué sé, con un amigo, sin avisar. Y tan contento que estaba si le sacábamos unos pepinillos y algo de beber”. El cómico Sergio Bezos habla así de su amigo David Broncano (Santiago de Compostela, 39 años), al que conoció hace un tiempo, una semana antes de la borrasca Filomena, “cuando ya era David Broncano y eso me tenía muy nervioso”. Pero una partida de pádel y una comida después con los cómicos Jorge Ponce y Pablo Ibarburu bastaron para lo que siente Bezos desde entonces por el presentador de La resistencia, programa de Movistar Plus+ que acaba de cumplir seis años en antena. “Le interesa la gente, y eso no es tan normal. Yo, que soy un ególatra, siempre estoy pensando en mis chistes, no en los demás”, cuenta.
Quizá esa escena, un sofá en el que se sientan más personas de las que caben, tomando el aperitivo en un salón por donde hace tiempo no se pasa la aspiradora, donde echa la tarde uno de los presentadores de moda, explica parte de la fama y el reconocimiento de este gallego con acento de Jaén. Porque da la imagen de que se toma en serio lo justo, que disfruta con lo que hace pero sin enloquecer, que todo viene dado así, como por inercia, sin la necesidad de contar que trabaja las 24 horas del día.
El estudiante de Publicidad al que vimos por primera vez en el concurso Metro a metro, de Telemadrid, en 2006, que participó en El club de la comedia, en programas radiofónicos como Yu: No te pierdas nada y La vida moderna, presentó el noticiario de humor Loco mundo y ahora lo hace con La resistencia parece un tipo extraordinariamente normal. Uno de los nuestros, de esos que encajan en el grupo de WhatsApp de los colegas. Quizá es de los que mandan stickers, o de los otros, de los que leen más que interactúan. Podría ser uno de la familia, biológica o escogida. El primo David. De los que aguantan estoicos cuando el cargante de casi cualquier grupo social le dice: “¿Qué pasa, Deivid?”, y palmadita en la espalda.
Con Broncano aprendimos el término “pachacho”, sabemos que le gusta el tenis y Roger Federer, Monty Python y toda la gente de La hora chanante. Que vacila a los invitados casi tanto como a sí mismo, que recibió una yegua como regalo de Bertín Osborne, que sacó a bailar a María Teresa Campos y también que sacó de quicio a María Pombo. “Igual quien tú piensas que son tus amigos más rojos son Albert Rivera y otros”, le dijo a la influencer ante la carcajada del público, después de que ella entrara en el programa pidiendo el himno de España y no supiera en qué consiste el momento de la consagración en una eucaristía.
Álex Pinacho lleva trabajando como productor con él desde hace años. Suficiente tiempo como para confirmar que Broncano “no trabaja su cercanía, es que es así”. Que su fama de competitivo es real, y que el éxito en lo suyo no le ha hecho fliparse, “porque ya era un flipado de antes”. Que le interesan poco los premios, la notoriedad, que hablen de él. Que pasar de un programa “de nicho” como La vida moderna a reunir a más de 8.000 personas en el Wizink Center para cerrar la gira del programa en 2019 le tuvo en todo momento con los pies en la tierra.
“Es empático y un genio. Tiene inteligencia emocional y no desprende estatus”, asegura Bezos, que analiza así el triunfo de Broncano: “El éxito de David consiste en que ha hecho un programa para no trabajar, porque es una especie de ocio andante”. Como si el lema que vertebra su vida fuera aquella frase de la añorada Mila Ximénez: “Me la bufa”.
Y es precisamente eso lo que se vuelve a veces en su contra. Cuando proyecta esa dejadez que exaspera, que no disimula, ese me da igual quién venga a divertirse esta noche. “Cúrratelo, tío”, le dijo la actriz Nathalie Poza después de unos minutos de entrevista que se hicieron eternos, disparatados. Conversaciones de ascensor, de las aburridas, se entiende. “A ver, de qué tienes preguntas, ¿de chufla o de música?”, como le recriminó la cantante de trap La Zowi después de que Broncano le pidiera, entre otras cosas, que escogiera la ciudad con mejor wifi de todas aquellas en las que ha vivido y su río preferido.
Ese irritante no habérselo preparado tan a conciencia y creer que todo saldrá bien porque sí, porque ya ha pasado en otras ocasiones y siempre pasa igual. Unos cuantos chistes de futbolines y coches de choque, los colegas, las tías, las drogas, alguna gracieta viral y adelante. A grabar el siguiente programa. Esa “particular” forma de entrevistar que dicen algunos críticos, un eufemismo como cualquier otro para decir que lo suyo no es, precisamente, sacarle jugo al que se sienta en su programa.
Ese combinado de heterosexualidad y peterpanismo, una chocita del loro en la que se cena quinoa para eliminar prejuicios. Los cómicos heteros, que lo ocupan todo, como le recordaron Isa Calderón y Lucía Litjmaer, del podcast Deforme Semanal, antes de reconciliarse en su visita a La resistencia. Esas bromas acerca de Torbe, el director de cine porno condenado por delitos de pornografía infantil, en la entrevista con el youtuber Wismichu.
“Como le dijo Pilar Miró a Pedro Piqueras cuando le ofreció presentar informativos de TVE: ‘Una cámara te hace una radiografía. Puedes engañar a la cámara unos días, unas semanas, un mes, pero no mucho más’. Broncano lo sabe y no engaña”, cuenta la guionista Paloma Rando, que dice que el presentador juega con la extrañeza. Y a lo mejor es eso. Que es un tipo extraño que a la vez es cercano, un tipo competitivo que a la vez es vago. Un pachacho.
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