Apoteosis de ‘La Vida Moderna’, la radio llevada al espectáculo
Los cómicos David Broncano, Ignatius Farray y Quequé cierran su temporada en un espectáculo en el Wizink Center ante 7.500 personas
Una multitud enfervorecida abandona las instalaciones pasada la medianoche del WiZink Center (Palacio de los deportes) de Madrid entonando gritos que solo tienen sentido en un mundo particular, el que han creado, en los últimos cuatro años, los cómicos David Broncano, Ignatius Farray y Quequé desde las ondas de la Cadena Ser: “¡UPyD, UPyD, UPyD! ¡A por el bote, oe! ¡Pollito de troya, pollito de troya!”. Una empleada les apremia para que abandonen el recinto y no se forme un tapón a la salida. Es inútil. Los jóvenes han pasado las últimas dos horas sujetos a dos únicas normas, que son las mismas que rigen en los estudios desde los que se graba el programa La Vida Moderna: sé natural y pásatelo bien.
Desde el inicio del show se respiraba el ambiente de las grandes ocasiones. A lomos de una motocicleta, emulando su reciente entrada triunfal a caballo en el teatro de Mérida, Quequé e Ignatius Farray aparecen en el escenario portando una bandera gay. Desde allí, David Broncano ya se había encargado de calentar al público hablando de los recientes resultados electorales especialmente los que se dieron en Madrid: “Vosotros no lo sabéis, pero si hubiera ganado Manuela Carmena, todo este recinto se hubiese dedicado a practicar abortos”, el público respondió a la broma con vítores hacia la exalcaldesa.
A diferencia de lo sucedido en otros espectáculos de La Vida Moderna, en esta ocasión los tres ocuparon juntos el escenario durante buena parte de show, reduciendo la parte monologada a favor del diálogo. Esto favoreció la exhibición de reflejos y la capacidad de improvisación, dos de las cualidades sobre las que con más claridad se ha cimentado la fama de La Vida Moderna, un lugar donde puede suceder casi cualquier cosa. Fue un ejemplo de ello el momento en el que el público, en el enésimo canto irónico se lanzó a gritar: “¡Falangista!”. Quequé respondió: “No se gritaba esto tanto en Madrid desde el 36”. Broncano puso la puntilla: “¡O desde el concierto de Marta Sanchez!”.
Pero si dentro de los tres hay uno que destaca, para bien y para mal, ese es Ignatius Farray, que se atrevió con chistes sobre terrorismo islámico, analogías entre la saga Star Wars y los líderes de los partidos de las derechas en España y con provocaciones directas al público: “Entre 7.500, solo tenemos tres sudamericanos y ningún gitano. No me digan que no es para estar tranquilos”. Con todo, hace años que el cómico canario renunció a ser el Ricky Gervais español, el gamberro al que nunca llevarías a cenar a casa, para convertirse en alguien comprometido con un mensaje que, bien entendido, resulta incluso entrañable: da igual cuanto metas la pata, siempre hay tiempo para sonreír a la otra persona, darle la mano y pedirle un aplauso.
Quien crea que la fórmula del éxito de estos tres humoristas se fundamenta en una enloquecida sucesión de ideas sin relación entre sí se equivoca. Existe una poderosa corriente de sentido que convierte el discurso de La Vida Moderna en algo, también, esencialmente político. De ello dio prueba el propio Broncano en sus alusiones al partido de extrema derecha, Vox: “No se si os habéis fijado en que gracias a Vox ahora hay dos banderas de España en el Ayuntamiento. Son como un niño tonto que para dibujar en el colegio necesita apretar muy fuerte”.
También hubo para Ciudadanos, que quedó retratado en un gráfico que presentaba a la imagen del sol como la ultraderecha, a los naranjas como un espejo y al arcoiris resultante como el intento del partido de Rivera de participar en las celebraciones del día del Orgullo. Farray no dejó pasar la ocasión: “¡Viva el Orgullo! Pero ya sabéis no es Orgullo todo lo que reluce”.
Todos los chistes encajan porque la verdad es que el público de la Vida Moderna está acostumbrado a la ironía, a decir lo que quiere decir diciendo lo contrario. A Quequé, que basó el final de su monólogo en una crítica a la ideología conservadora que se esconde detrás de Paulo Coelho y las tazas de Mr. Wonderful, le gritan moderno, a David Broncano, que como conductor del programa, tiene que hacer las veces de chico moderado y razonable, le corean al unísono hijo de puta, y a Ignatius Farray le gritan pollito de troya, que viene a ser lo mismo que pedirle que sea lo contrario a Ignatius Farray.
Y en mitad de todo, hubo encendidas proclamas, canciones, improvisaciones con el público, invitados especiales como José Mota, desnudos integrales, pasadas de frenada, recogidas de cable y 7.500 espectadores que pagaron 25 euros por estar allí y que se entregaron desde el principio. Pero sobre todo, hubo mucha vida moderna, signifique lo que signifique. Este año, la gira de estos tres cómicos ha dado ya a su fin.
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