Quiero ser como Joey
Se le ha reprochado a ‘Friends’ la depredación sexual del personaje, pero, para mí, es mucho más ofensivo su otro rasgo: es un comedor compulsivo que no engorda
Entre las muchas cosas que la chavalada le ha reprochado a Friends (una oración laica por Matthew Perry, por favor) destaca la depredación sexual de Joey. No solo por su incontinencia de perro en celo y su trato a las mujeres como objetos, sino por lo inverosímil de que alguien seduzca sin esfuerzo, con una frase mágica: “¿Cómo va eso?”.
Siempre me ha parecido un síntoma de incomprensión lectora grave que se acuse de inverosimilitud a una comedia que lleva la exageración y la pantomima en su naturaleza. Decir que Friends no refleja la vida de los treintañeros de Nueva York de su tiempo es como acusar a los títeres de cachiporra de no representar con rigor las relaciones entre la monarquía y la fauna de los bosques. Pero, puestos a ponerse pejigueros, me llama mucho la atención que solo se preste atención a algunos aspectos (los que tienen que ver con el dinero y con el sexo, básicamente) y se omitan otros. Para mí, es mucho más ofensivo el otro rasgo de Joey: es un comedor compulsivo que no engorda.
Joey se pasa la serie zampando de una manera que haría llorar a Pantagruel. Su dieta rica en grasas saturadas y alimentos procesados (no es un gurmet, vaya) acortaría la esperanza de vida de una persona real hasta los 30 años. Un Joey real pesaría 300 kilos y rompería las escalas del colesterol y la hipertensión. Estaría ciego de diabetes y arrastraría la pierna con dolores de gota por el ácido úrico. Y eso, suponiendo que pudiera levantarse de la cama. Y, sin embargo, a nadie le molesta que trague y trague sin echar una barriguita ni una mísera papada.
Estoy solo en esta indignación y en esta envidia. Ahora que las bandejas de turrones y de asados se abren al paso de todos, quién pudiera ser Joey y con qué rabia le maldigo.
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