¿A quién le importan las bendiciones del papa Francisco?
No deja de sorprenderme la alegría con la que se recibe cada limosna vaticana y lo poquito que se atacan sus posiciones claramente homófobas, contrarias a los derechos reproductivos de las mujeres y protectoras de los clérigos pedófilos
Hace 10 años, cuando aún no se había disipado la fumata blanca que anunció su ascenso, el papa Francisco se negó a condenar a las parejas homosexuales, en lo que se interpretó como un giro radical de la doctrina homófoba. Una década después, el mismo papa da un paso más y se aviene a bendecir a las parejas del mismo sexo que así lo pidan. Dicen que el Vaticano se abre, pero las puertas deben de ser tan pesadas, y los goznes, tan roñosos, que en diez años solo han abierto una rendijita.
Yo les diría que no se esfuercen abriendo portones que llevan tantos siglos cerrados, no vaya a ser que se les cuele una corriente de modernidad y toda la curia fenezca de neumonía laica. Además, este papa no necesita condescender con los homosexuales ni con las mujeres que abortan ni con los niños abusados: ya tiene ganada a buena parte de la izquierda que, en teoría, defiende los derechos de esos colectivos. Yolanda Díaz va a seguir citándole como autoridad moral, y su prestigio de reformador revolucionario no va a sufrir mella alguna.
No deja de sorprenderme la alegría con la que se recibe cada limosna vaticana y lo poquito que se atacan sus posiciones claramente homófobas, contrarias a los derechos reproductivos de las mujeres y protectoras de los clérigos pedófilos. Francisco ha desactivado el anticlericalismo secular de la izquierda incluso en países como Argentina y Chile, donde el derecho al aborto se conquistó ayer mismo y ya corre un peligro serio de aniquilación. Blasfemar contra el papado es hoy propio de señores de derechas que añoran rigores tradicionales.
Entiendo la confusión de los católicos más montaraces, pero no la de la izquierda secular que hace genuflexiones ante las faldas pontificias. Que Francisco mira a los pobres y a los que sufren y que no gusta a los obispos de colmillo ultra son dos hechos tan evidentes como insuficientes para justificar tanto fervor progresista. El daño que la iglesia sigue causando con su postura sobre la profilaxis y la moral sexual y con su encubrimiento de abusadores es muy superior a los bienes que se aplauden. En lugar de esperar gestos y cambios —siempre ridículos e inanes—, la coherencia laicista exige tratar las opiniones de la iglesia como las de cualquier señor que dice cosas amparado en la libre expresión. ¿Qué quiere bendecirnos? Pues bendiga o maldiga lo que considere, que nosotros vamos a seguir haciendo lo que nos dé la gana y trabajando por que su moral y sus valores no amenacen nuestras libertades.
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