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COLUMNA
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Lo que dice de uno manifestarse con una muñeca hinchable

El artefacto erótico retrata a quien lo levanta y explica muy poco de la causa de su protesta. En la España de los setenta era un elemento transgresor. Hoy simboliza el desprecio a las mujeres y la rebelión machista de los ‘incel’

Manifestantes ante la sede del PSOE en la calle de Ferraz, en la noche del martes, con muñecas hinchables.
Manifestantes ante la sede del PSOE en la calle de Ferraz, en la noche del martes, con muñecas hinchables.Kiko Huesca (EFE)
Ricardo de Querol

En la España del final del franquismo, cuando había aflojado la censura, y de la Transición, la muñeca hinchable servía como un elemento transgresor. Eran años de destape y de ácida sátira social. José Luis López Vázquez había representado en 1973 a un tipo solitario y patético, enamorado de un cuerpo femenino de plástico, en No es bueno que el hombre esté solo, película de Pedro Olea. En el disco de debut de La Orquesta Mondragón, de 1979 y llamado precisamente Muñeca hinchable, Javier Gurruchaga cantaba una letra de Eduardo Haro Ibars: “Encerrada esperas que llegue, metida en tu armario. Todo el día callada y dormida, sé que eres mía. Yo te cuido, te invento, te doy vida con mis besos. Y tú, a cambio, me salvas del miedo y del aburrimiento”. La banda guipuzcoana ejercía con acierto el feísmo, la apuesta por lo grotesco para enfrentarnos a nuestro peor lado.

En 2023, manifestarse con una muñeca hinchable dice mucho de quien la levanta y explica muy poco de la causa de su protesta. Es una forma de autorretrato. En algún momento alguien decidió que era una buena idea acudir a las concentraciones de la calle de Ferraz levantando una veintena de figuras humanoides de sex shop al grito de “no es una sede, es un puticlub” y “estas son las ministras del Gobierno”.

Los mensajes de esa performance son muchos, pero ninguno bueno. La idea remite, por supuesto, a la cosificación de la mujer, intercambiable por una réplica artificial porque solo sirve para eso; al elogio de la sumisión sexual. Expresa, en este caso, el desprecio a que mujeres ocupen puestos relevantes, qué habrán hecho a quién para llegar ahí. Y apunta a ese machismo desacomplejado y orgulloso que dice: “todas putas”, y al que hoy se le ha dado el nombre de incel, acrónimo en inglés de “célibes involuntarios”. (Es serio lo de los incel: existen en internet grupos misóginos y violentos, que jalean las violaciones o las matanzas de Isla Vista, California, en 2014, y Toronto, Canadá, en 2018, cometidas en nombre de este movimiento).

Desconocemos si en algún momento se cruzaron los de las muñecas hinchables con los que acuden cada noche a Ferraz a rezar el rosario; no casan bien las dos acciones. El autorretrato de algunos manifestantes ante la sede del PSOE, los perfiles más ridículos que circulan por las redes (entrevistados por un medio que apoya la agitación), han dado para muchos memes. No representan, claro que no, a todas las personas movilizadas contra la investidura y la amnistía. Pero no hay ninguna broma aquí. Como no era una broma el tipo disfrazado de bisonte que estuvo en el asalto al Capitolio en Washington, como no era broma lo que pasó después en Brasilia.

La muñeca erótica no desapareció del imaginario popular; se sigue viendo en despedidas de soltero y en gradas de estadios de fútbol. Ahora se venden robotizadas, pero esas deben ser caras para llevarlas a Ferraz. “Vive solo mi sueño y mi furia, compañera de juegos”, cantaba Gurruchaga en esa parodia que no esperaría que se proyectara al futuro.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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