‘Pandilleros de Oslo’, la mafia como constante social
La entretenida serie noruega se distancia de las muy numerosas tramas de delincuentes con una vuelta de tuerca en el guion: el policía que persigue a los mafiosos tiene un pasado igualmente delictivo
Son varias conclusiones las que se desprenden tras contemplar los seis episodios de la serie noruega Pandilleros de Oslo. En primer lugar, que un país por desarrollado social y económicamente que sea no se libra del crimen organizado: desarrollo y mafias, subdesarrollo y mafias, pobreza y mafias, el hampa como constante social desde la noche de los tiempos.
En segundo lugar no deja de ser curioso el que todos los delincuentes de la serie sean inmigrantes paquistaníes por más que Moaz Ibrahim, el policía protagonista que los persigue, también tenga ese origen. Y en tercer lugar, señalar el denodado afán de Ole Endresen, su creador, guionista y realizador, o el de la plataforma, Netflix, que la exhibe, para que los espectadores aprendan noruego y así poder entender los numerosos sms que se intercambian policías y delincuentes y que tienen a bien no traducir. Conmovedor ese afán por promover el cosmopolitismo.
Conclusiones al margen, lo cierto es que Pandilleros de Oslo es una entretenida serie que se distancia de las muy numerosas tramas de delincuentes con una vuelta de tuerca en el guion: el policía que persigue a los mafiosos tiene un pasado igualmente delictivo basado en la amistad con quien ahora persigue, un pasado que debe ocultar a sus compañeros, novia y superior, algo que no debe resultar complicado en un hierático personaje parco en palabras y gestos.
Para los que han pasado parte de su lejana juventud en los cineclubes, contemplar una serie en la que un ladrón se convierte en policía que persigue a los ladrones recuerda a El regador regado de los hermanos Lumière. Y para los aficionados a la wikipedia, un dato: la película es de 1895. Nada nuevo bajo el sol.
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