“¿Quién es Erin Carter?”: un arma de destrucción masiva
La trama se adapta a lo previsible: mafias afincadas en Barcelona, policías y corruptos. El talento se lo dejan para las peleas
Hay series que sorprenden por su calidad o por su falta de la misma, en el caso de “¿Quién es Erin Carter?” lo hace por el número de peleas, palizas o torturas que se muestran a lo largo de sus siete episodios. Comprobado: Erin Carter es un arma de destrucción masiva. Ya en el primer capítulo se sugiere lo que está por venir: Erin Carter y su inquietante hija preadolescente están en un supermercado. Inesperadamente, aparecen unos atracadores dispuestos a todo. Erin se les enfrenta y tras una dura pelea mata a uno de ellos convirtiéndose en una heroína local, por cierto que lo local es Barcelona, epicentro del rodaje con esporádicas escapadas a Terrassa y Sitges para satisfacción de los medios, también locales, tan proclives al patrioterismo de andar por casa.
A partir de ahí se irá desvelando la anterior vida de la ahora profesora sustituta de un colegio caro que, por supuesto, nada tiene que ver con la actual; un desvelamiento directamente proporcional al número de palizas que da y recibe, aunque en honor a la verdad hay que señalar que están extraordinariamente filmadas por sus tres responsables: Bill Eagles, Ashley Way y Savina Dellicour, capaces de propagar el dolor hasta los espectadores sin regodearse en la casquería, incluso con cierta elegancia. La trama de la coproducción británica-estadounidense que exhibe Netflix se adapta a lo previsible: mafias, lamentablemente afincadas en Barcelona para desasosiego de los convocantes de la Diada; policías, corruptos, naturalmente; cuerpos especiales que tanto deben a Ian Fleming; adolescente conflictiva, y marido en Babia, es decir, nada que sugiera una especial imaginación o que se aleje de lo tradicionalmente establecido. El talento y el entretenimiento lo dejan para las palizas.
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