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Columna
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‘Círculo cerrado’ y la eficacia de Steven Soderbergh

La serie de HBO Max es una enrevesada y estupenda historia de un secuestro equivocado en seis capítulos que, además, tiene su punto de melodrama tradicional

Timothy Olyphant, Claire Danes y Dennis Quaid, en un momento de la serie 'Círculo cerrado'.
Ángel S. Harguindey

Lo primero que llama la atención de Círculo cerrado (HBO Max) es que tiene un final abierto, una aparente contradicción que se permiten sus responsables, Steven Soderbergh y Ed Solomon, sin llegar a la sofisticación de la cuadratura del círculo.

De Soderbergh conocíamos ya su trilogía de Ocean’s, que en la industria audiovisual estadounidense se tradujo en excelente rentabilidad y, por tanto, en notable capacidad decisoria de quien la generó. Dicho de otra manera: si produces beneficios tienes barra libre. Y ese es el caso de la nueva colaboración del realizador con HBO.

Círculo cerrado es una enrevesada y estupenda historia de un secuestro equivocado en seis capítulos que, además, tiene su punto de melodrama tradicional sin olvidarnos del exotismo de mostrarnos a la mafia guyanesa-neoyorquina y sus peculiares rituales mágicos en los que el círculo es la clave. Y como quienes la cuentan y la dirige ya habían triunfado previamente, pues ningún problema. ¿Que quieren un reparto curtido en mil batallas televisivas? Pues ahí tienen a la estupenda Claire Danes (cuatro Globos de Oro y tres Emmy, inolvidable protagonista de Homeland), arropada por Timothy Olyphant (Deadwood, Justified), Dennis Quaid, en un papel que podría equipararse a una especie de Karlos Arguiñano de la Gran Manzana, o CCH Pounder, que, por cierto, es guyanesa.

¿Que a la historia le conviene un toque exagerado de sentimentalismo? Pues el adolescente raptado por equivocación resulta ser el desconocido hermanastro del que era el auténtico objetivo. Ningún problema. Claro que el secuestro no solo era una cuestión de dinero, también había un deseo de venganza. En el origen del plan existía un ambicioso proyecto urbanístico en la tan citada Guyana, con sus consiguientes y crueles desahucios.

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