‘Las últimas horas de Mario Biondo’: Un abrazo para Raquel Sánchez Silva
La docuserie de Netflix sobre la muerte del marido de la presentadora es una restitución del honor ejemplar y un relato sereno, detallado e irrefutable de un delirio
No será lo más profesional ni lo más ecuánime, pero mi primer impulso tras ver los tres capítulos de Las últimas horas de Mario Biondo fue abrazar a Raquel Sánchez Silva, a quien no conozco y, por lo tanto, no puedo abrazar. Seguramente, tampoco leerá este sucedáneo de abrazo en forma de reseña, porque ha sobrevivido a su ordalía de 10 años ignorando lo que dicen de ella, y me imagino que habrá escogido un caparazón grueso e insonorizado para aislarse del ruido que la docuserie de Netflix va a provocar (en la que tampoco ha participado), pero supongo que alguien le transmitirá mi abrazo y el de muchos otros espectadores que van a sentir el mismo impulso que yo.
Preveo una ola de compasión mezclada con vergüenza, estupor y malestar general, pues todas esas sensaciones provocan los tres episodios que cuentan el increíble caso Biondo, el cual excuso narrar porque lo doy por sobradamente conocido. Basta recordar que Biondo era siciliano, cámara de televisión en España y marido de Raquel Sánchez Silva, y que murió ahorcado en su domicilio tras una noche triste en la que consumió cocaína y visitó un prostíbulo. Su familia no aceptó nunca el suicidio y lleva 10 años alimentando la teoría de que lo mataron y de que su esposa tuvo algo que ver.
Empecemos por el final, por la última cartela que resume en números lo ocurrido desde la muerte de Mario Biondo en Madrid el 30 de mayo de 2013 hasta ayer mismo: 16 jueces españoles, cinco fiscales italianos, dos jueces italianos, 13 peritos de parte, dos exhumaciones y tres autopsias. El resultado: cero condenas. La cartela no es del todo exacta, pues Raquel Sánchez Silva no solo no ha sido condenada: ni siquiera ha llegado a ser acusada de nada. Nadie ha encontrado el menor indicio que la relacione con la muerte de su marido. Y, sin embargo, soporta un acoso atroz instigado por la familia Biondo. Son incontables las veces que la han llamado asesina.
Las últimas horas de Mario Biondo es una restitución del honor ejemplar y un relato sereno, detallado e irrefutable de un delirio que se construye de forma dialéctica en tres capítulos, mediante el mecanismo argumental de tesis-antítesis-síntesis. Es imposible explicar la serie sin estropear la intriga, pensada más para espectadores neófitos de un Netflix global que para el público español e italiano familiarizado con el caso. Tal vez en Singapur funcione la dosificación de la información y los cliffhangers de cada cierre de episodio, pero por aquí podemos ahorrarnos los remilgos antispoiler para explicar por qué la serie que dirige María Pulido es valiosa.
El primer capítulo (la tesis) pone en guardia al espectador, pues expone el caso desde el punto de vista de la familia Biondo, otorgándole tanto protagonismo que me llegué a revolver incómodo en el sofá y casi se me quitaron las ganas de seguir viéndola. Hasta el título de la serie propicia al equívoco: ¿estaba asistiendo a la justificación de un delirio? Por suerte, seguí con el segundo (la antítesis), donde las teorías y acciones de la familia —sobre todo, de la madre de Mario, Santina, que en la tele italiana se conoce como Mamma Santina— se desarman con paciencia de relojero. Esto me llevó de cabeza al tercer acto (la síntesis), en el que cada cosa queda en su lugar y se ofrece cierto contexto y reflexión, con moraleja incluida. Es allí donde una periodista italiana especialmente lúcida compara este caso con otros parecidos: “En Italia no hay suicidios”, dice, denunciando la manera en que la televisión amarillista explota cualquier muerte truculenta y alimenta sospechas de homicidio en madres que no conciben que sus hijos se quiten la vida y buscan, por ello, un culpable.
Se le puede reprochar a la docuserie que emplee los mismos recursos narrativos sensacionalistas que denuesta, dando a entender a la audiencia internacional de Netflix que va a asistir al enésimo true crime, alimentando la paranoia de quienes creen en el cuento de la viuda negra. Los guionistas y la directora podrán defenderse arguyendo que es lícito vencer al enemigo con sus propias armas o que el Quijote también parece al principio una novela de caballerías, pero yo creo que hacen trampa con fines mundanos y de mercadotecnia, lo cual, vista la serie entera, no deja de ser un pecadillo venal.
Es un acierto la ausencia de Raquel Sánchez Silva, de la que solo aparecen algunos planos de archivo. Su testimonio tendría un valor informativo enorme, pero su silencio funciona mucho mejor en términos narrativos, pues permite que la verdad se exprese por sí misma. Sánchez Silva no necesita defenderse ni dar su versión porque los hechos son elocuentes, y al contarlos otros, brillan con mucho más vigor. En su lugar habla Guillermo Gómez, su agente, aportando un testimonio notarial y burocrático que al principio suena débil frente al melodrama de Mamma Santina, pero acaba imponiéndose como la voz de la razón.
Le sucede a la serie algo parecido a lo que le pasó a Jaime Chávarri en su legendaria El desencanto. La intención de Chávarri era contar la vida de Leopoldo Panero a través de sus hijos, pero cuando empezó a filmarlos se dio cuenta de que la película eran ellos, sus relaciones monstruosas y su crueldad. En Las últimas horas de Mario Biondo parece que los padres y hermanos de la víctima son narradores de la historia, aportando su versión, pero pronto se convierten en protagonistas. La trama de la docuserie son ellos: Pulido cuenta la locura de una familia tan devastada por un dolor que se niega a aceptar, que es capaz de arruinar la vida de la viuda de su hijo. Les consume una obsesión aterradora de la que se aprovechan un montón de apandadores: cadenas de televisión italianas y españolas, supuestos investigadores, criminólogos y estafadores de toda condición. “Mi hijo está muerto y ella está disfrutando de la vida”, dice la madre en una sentencia que resume la rabia delirante en la que vive. Como en una vieja tragedia siciliana, no le perdona la sonrisa ni la ausencia de luto. Como Sánchez Silva no se encerró en la alcoba más oscura de la casa de Bernarda Alba, su suegra la convirtió en asesina.
La moraleja de esta serie es prevenir que suceda otro caso así, que los chacales y los buitres de la franja del prime time no vuelvan a disputarse un cadáver hermoso como el de Mario Biondo. Es un pensamiento bonito que apenas consuela. Aquí nadie se arrepiente ni pide perdón. Y la próxima vez ocurrirá lo mismo.
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