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COLUMNA
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Shane MacGowan: el feo, lo bello, el vicio y la ira

El documental ‘Crock of Gold’ retrata al líder de The Pogues sin ahorrarse nada de lo más crudo. De su voz rota y de su boca desdentada brotaban versos de una melancolía embriagadora

Ricardo de Querol

Se puede tener talento para la música y para la poesía, pero una vida marcada por las adicciones y la propensión a la violencia. Uno de los primeros recuerdos de Shane MacGowan es que con cinco años ya bebía pintas de Guinness. En su adolescencia, además, tomaba (y vendía) speed. La primera vez que salió en un periódico fue porque, en un concierto de The Clash, le mordió su amiga Jane Crockford en el lóbulo de una oreja y siguió bailando ensangrentado: ”Canibalismo en el bolo de The Clash” fue el titular en la prensa sensacionalista. Eso fue antes de que MacGowan liderara The Pogues, la banda que actualizó la música tradicional irlandesa a la luz del punk en los primeros años ochenta. Y este tipo salvaje y casi siempre borracho sacaba en sus canciones una sensibilidad exquisita. De su voz rota, de una boca desdentada por peleas y drogas, brotaban versos de una melancolía embriagadora.

El documental Crock of Gold: Bebiendo con Shane MacGowan (en Prime Video) es una producción de Johnny Depp, con dirección de Julien Temple, sobre una figura clave de la cultura de la diáspora irlandesa del último medio siglo. Él era hijo de emigrados a Inglaterra, y pasaba temporadas en Tipperary, la tierra de su madre. Pero solo en Londres pudo surgir el fenómeno que acabaron siendo The Pogues.

Según crecía su fama, se cuenta, MacGowan perdía el control de su carrera mientras se hundía en los vicios: lo forzaron a alejarse de sus raíces, a cantar canciones tan comerciales como distantes de su ideario. Un ejemplo es Fiesta, con versos en español macarrónico sobre la Feria de Almería. Lo acabaron echando y él fundó una nueva banda que estuviera solo a su servicio, con un nombre bastante similar: The Popes. La ruptura fue traumática (y poco rentable) para ambos; el cantante volvió con The Pogues en 2001 para salir de nuevo a la carretera, aunque no hubo más discos de estudio. Una grave rotura de cadera en 2015 lo postró en una silla de ruedas, en la que no se sostiene derecho. Tres años después, al cumplir los 60, recibió el homenaje de colegas como Bono, Sinéad O’Connor o Nick Cave (y del presidente de Irlanda, Michael D. Higgins) en un concierto en Dublín.

El filme, de 2020, lo retrata de todas las formas (imágenes de archivo, entrevistas, escenas dramatizadas, dibujos animados) sin ahorrar nada de lo más crudo. Vemos que sigue siendo bebedor y pendenciero. Y que, aunque dice estar limpio de otras adicciones, será mejor que nadie le ofrezca un pico de heroína porque sería capaz de metérselo. Solo lamenta de su vida no haber tenido las agallas de alistarse en el IRA. Entre quienes charlan con él en un pub está Gerry Adams, histórico líder del Sinn Féin, antes el brazo político de la banda terrorista, hoy primera fuerza política de Irlanda del Norte.

No se arrepiente de nada un decrépito MacGowan, punk hasta el final. A Johnny Depp le dice: “Eres tan guapo que das asco”. Él presume de fealdad, aunque haya tanta belleza en la música que creó.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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