Meryl Streep o cuando el premiado es el premio

Cuando a Fay Wray le dijeron que su coprotagonista iba a ser alto y moreno pensó en Clark Gable, pero resultó ser un simio gigante que le robó todos los planos. Meryl Streep no tenía demasiado interés por emular a Wray, pero que Dino De Laurentiis la considerase poco sexi para ser novia de King Kong le ha servido para humanizar su carrera, aportar vulnerabilidad en unos tiempos extraños en los que la perfección desagrada.

Que era sexi lo supimos al verla seducir a Sting en Plenty, ejerciendo de femme fatale en Bajo sospecha o como la cita a la que nadie le negaría un match de El cielo… próximamente. Hay muchas Meryls más allá de Francesca, Karen, Miranda o Sophie. Estamos tan acostumbrados a su genialidad que algunas pasan, casi, desapercibidas: la Susan Orlean mutante de Adaptation, la demoníaca Eleanor Prentiss Shaw de El mensajero del miedo, reinterpretando el papel que Angela Lansbury bordó con hilo de oro en la obra maestra de Frankenheimer, o Rachel, el trasunto de su adorada —y la nuestra— Nora Ephron en Se acabó el pastel. Su premio Princesa de Asturias —pocas veces un reconocimiento ha sido más para la institución que lo entrega que para quien lo recibe— puede servirnos de excusa innecesaria para recuperarlas.

Si es de las que creen que no hay mayor premio que el cariño del público, se irá de Oviedo satisfecha. La jalearán admiradores de todas las edades, un mérito superlativo en la era del edadismo. Basta ver la emoción de Selena Gomez anunciando su llegada a Solo asesinatos en el edificio. Qué papel interprete da igual, podría ser el fantasma de la gata Evelyn o incluso el edificio. Nadie definió mejor su talento que Cameron en Modern Family: “Meryl Streep podría interpretar a Batman y sería la opción perfecta”. ¿Alguien lo duda?

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