Por qué se quebró Ronaldo en París: “Éramos gladiadores”
El documental ‘El Fenómeno’ repasa la explosión del brasileño y su calvario de lesiones. Y se detiene en el misterioso incidente que afectó a la estrella antes de la final del Mundial de 1998.
En su mejor momento, que llegó cuando era muy joven, Ronaldo era de largo el número uno del fútbol mundial. Ronaldo a secas, es decir, el brasileño Ronaldo Nazário (y no Cristiano Ronaldo). Potente, veloz, hábil, explosivo. Capaz de lo imposible. Pero su carrera resultó accidentada, por dos lesiones muy graves, luego por un problema de tiroides que le hacía engordar y, antes que eso, por el enigmático desmayo que sufrió antes de la final del Mundial en París en 1998, en la que la canarinha fue goleada por el equipo local, que encabezaba otro gigante: Zinedine Zidane.
Aquel incidente está en el centro del documental El Fenómeno, estrenado en DAZN. El director Duncan McMath, autor de otros filmes sobre estrellas del deporte, firma una producción dirigida a aficionados al fútbol (y a la nostalgia), que resulta amable con el protagonista, al que muestra como un ejemplo de superación. Y que acierta al reunir todos los testimonios que hacían falta: el del propio jugador, los de sus personas más cercanas y los de sus compañeros y rivales en la selección, el Barça y el Inter, además de buen material de archivo. El relato invita a pensar qué habría sido Ronaldo si hubiera podido mantener el nivel que tenía con 20 años, cuando llegó al Camp Nou y dejó boquiabiertos a todos. En su país ya lo veían como el nuevo Pelé, palabras mayores, pero para igualar el mito tenía que ganar tres mundiales.
Más joven todavía, con 17 años, Ronaldo había sido suplente, sin llegar a pisar el césped, en el Mundial que ganó Brasil, por penaltis ante Italia, en Estados Unidos en 1994. Así que la primera ocasión de consagrarse le llegó cuatro años después, en el Mundial de Francia. No congeniaba con el otro gran delantero de aquel equipo, Romario, quien sentía celos de la nueva estrella y que al final se quedó fuera de la lista, se dijo que por problemas físicos. Toda la presión de un país que vive el fútbol apasionadamente recaía sobre Ronaldo, que no había cumplido los 22. Y que parecía capaz de todo en aquel momento.
Y entonces pasó lo inesperado. Ronaldo se vino abajo entre convulsiones a pocas horas de la final, lo que Roberto Carlos, su compañero de habitación, comparaba con un ataque epiléptico. Saltaron todas las alarmas. La selección llegó a informar de que no estaría en el once inicial mientras él era examinado en un hospital: no se halló ninguna causa de su malestar. Forzó para saltar al campo y no estuvo fino, ni tampoco sus compañeros. Cayeron 3-0.
Tal fue la conmoción en Brasil que Ronaldo fue citado ante una comisión parlamentaria e interrogado sin piedad. Se le preguntó si su contrato con Nike le obligaba a jugar la final aunque no estuviera en condiciones, pero él se acogió a la confidencialidad del acuerdo. Se dijo de todo sobre su decaimiento: que Nike mandaba en la selección, sí, pero también que fue una reacción al tratamiento que seguía por su rodilla, que había sufrido una crisis cardiaca y que pudo morir allí, que hubo una pelea a puñetazos entre los jugadores, que había sido envenenado, que habían recibido un soborno por perder... Ronaldo lo recuerda hoy con sarcasmo: “Se dijeron cosas absurdas y hasta divertidas. Estaba empezando internet, y también empezaron las fake news”.
El delantero y Roberto Carlos coinciden hoy, recordando juntos aquello, en que la única explicación es que se quebró su salud mental, por el estrés y por la enorme expectación que había a su alrededor. Es Ronaldo quien pregunta a su compañero, y único testigo, qué cree que pasó cuando él estaba inconsciente. “Toda tu vida era presión. Y llegó un momento que lo soltaste todo”, le dice Roberto Carlos. El delantero asiente y lo explica así: “La salud mental de los deportistas no era un tema que preocupase entonces. Éramos gladiadores y nos soltaban al estadio a luchar por nuestras vidas”. Y concluye: “No encontraron nada fuera de lo común en mi cuerpo. Está claro que fue estrés emocional”. Un tabú en el deporte hasta hace muy poco.
Tras aquel chasco, de regreso al Inter, Ronaldo pasó un calvario físico cuando se rompió, dos veces, una rodilla que no soportaba sus poderosos arranques. Estuvo casi dos años parado y pensó que no volvería a jugar al fútbol. Incluso le costó que Héctor Cúper, entrenador del Inter retratado aquí como un villano, le diera minutos cuando ya estaba en condiciones de probarse en el campo.
Llegó por los pelos al Mundial de Corea y Japón en 2002, envuelto en algodones. Y allí se desquitó: salió campeón y máximo goleador. A diferencia de su tensa relación con Romario, esta vez había hecho buenas migas con el otro gran talento de aquel equipo: Ronaldinho. Su química tuvo que ver con el triunfo. El documental acaba ahí, en lo más alto. Se ahorra repasar lo que vino después, como otra caída ante la Francia de Zidane, esta vez en los cuartos de final de Alemania 2006, que le impidió acercarse a los registros de Pelé. Ronaldo ya era otro, el que luego pasó por el Real Madrid y el Milan. Menos arrollador, quizás más astuto, capaz de dosificar sus esfuerzos. Aun así un jugadorazo. Pero frágil. Humano. Como había empezado a ser humano aquel día aciago en París.
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