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COLUMNA
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Lynyrd Skynyrd, la tragedia del rock sureño (al que llaman reaccionario)

El documental ‘If I Leave Here Tomorrow’ reivindica a la influyente banda devastada en un accidente de avión. Y rebate la visión que la asocia a lo más conservador de EE UU

Los miembros de Lyryrd Skynyrd, antes del accidente de 1977. Desde la izquierda, de pie, Leon Wilkeson, Artimus Pyle, Allen Collins, Leslie Hawkins, Gary Rossington, Ronnie Van Zant (con sombrero), Steve Gaines (detrás de él) y Jo Billingsley; delante, sentados, Billy Powell y Cassie Gaines.
Los miembros de Lyryrd Skynyrd, antes del accidente de 1977. Desde la izquierda, de pie, Leon Wilkeson, Artimus Pyle, Allen Collins, Leslie Hawkins, Gary Rossington, Ronnie Van Zant (con sombrero), Steve Gaines (detrás de él) y Jo Billingsley; delante, sentados, Billy Powell y Cassie Gaines.Gems (Redferns)
Ricardo de Querol

La desgracia golpeó a los Lynyrd Skynyrd, grupo esencial del llamado rock sureño, cuando al fin llenaban estadios. El 22 de octubre de 1977, el avión en que viajaba la banda se estrelló en Gillsburg, Misisipi. Murieron el cantante y líder, Ronnie Van Zant, los hermanos Steve Gaines (guitarrista) y Cassie Gaines (corista), el representante Dean Kilpatrick y los dos pilotos.

Fue la devastación de aquel referente del rock con raíces, que enlazaba con el country y que juntaba muchas guitarras, tres, que se explayaban en largos solos. Y que hacía cosas que hoy veríamos muy mal, como tocar con una enorme bandera confederada detrás del escenario. Ese fue su emblema durante un tiempo, dijeron ellos que ideado por los estrategas del marketing, inconscientes de sus connotaciones racistas. Su público era abrumadoramente blanco, como ellos mismos, aunque había muchas mujeres en la grada, desde luego más que sobre las tablas.

El trágico destino se masca durante todo el documental Lynyrd Skynyrd: If I Leave Here Tomorrow, de Stephen Kijak (en Filmin). Que pone bien el foco en Ronnie Van Zant, un tipo carismático que, se dice, intuía que moriría joven. Los Lynyrd Skynyrd (el nombre salió de las burlas al profesor de gimnasia Leonard Skinner, del instituto de Jacksonville, Florida, donde estudiaban algunos de ellos) ejercían tanto el orgullo sureño que escribieron el himno Sweet Home Alabama como réplica a las letras de Neil Young (Alabama, Southern Man) que criticaban el racismo y conservadurismo de los EE UU meridionales. Vieron en el cantautor canadiense un ejemplo de los prejuicios contra el sur que abundan entre los norteños. Aunque cuentan también que lo admiraban (Van Zant se retrató con su camiseta), que el pique empezó más que nada como una broma. Young estuvo en un concierto homenaje a la banda tras el accidente e interpretó en alguna ocasión Sweet Home Alabama, que le cita así: “Espero que Neil Young recuerde que un hombre sureño no lo necesita a él”.

Se nota el afán del documentalista en rebatir una visión sesgada por los ojos de hoy del grupo que dejó obras maestras como Free Bird o Tuesday’s Gone. Trata de desmontar su estampa de iconos de los rednecks, como se etiqueta despectivamente a esos trabajadores rurales, blancos, varones y reaccionarios que pueblan el sur de EE UU. Se muestra a un Van Zant que en declaraciones públicas rechazaba las armas, la violencia y el racismo; también es cierto que en algunas de sus letras domina la ambigüedad sobre estos asuntos. Se recuperan viejas entrevistas con ese objetivo, y se incluye el relato del guitarrista Gary Rossington, el único miembro original que sigue en el grupo (reconstruido en 1990 y hasta hoy con la voz del hermano de Van Zant, sería mejor llamarlo una banda homenaje).

Cuenta Rossington que nunca olvidará la serenidad con la que sus compañeros vivieron sus últimos minutos en ese avión a la deriva. Sin caos ni pánico. Sabían que era el fin. Quizás no que serían tan recordados.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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