No te lo perdonaré jamás, Will Smith, jamás
Fantaseaba con ser el único columnista de los países de la OTAN que no escribió sobre el ‘hostióngate’, pero no quisiera que me aplicasen lo de quien calla, otorga
Fantaseaba con ser el único columnista de los países de la OTAN que no escribió sobre el hostióngate de Will Smith, y bien podría haberme ahorrado esta columna, pero no quisiera que me aplicasen lo de quien calla, otorga. He tenido que reflexionar sobre una anécdota que me resistía a tomar en serio: no te lo perdonaré jamás, Will Smith, jamás, como Cayetana a la exalcaldesa Carmena.
Empezaré proclamando lo obvio: estoy en contra de toda violencia. Agredir a un cómico en plena actuación es intolerable y seguramente criminal. Esto no se contradice con la compasión instintiva que siento siempre hacia los enajenados, los que levantan la mano en las bodas cuando el cura invita a poner objeciones y los que no saben beber. Los compadezco porque veo en ellos la agonía del que se ahoga en un charco que él mismo ha llenado. Bastaba una fina capa de barniz civilizatorio para que se salvasen, pero su vanidad, su testosterona, su orgullo o su mal vino los han perdido para siempre. Los compadezco, aunque también espero que un guardia se los lleve esposados.
Cualquier otro habría tenido que disculparse ante un juez, y no en el mismo escenario del crimen con el Oscar en la mano. Por eso el debate no va tanto sobre machismos ni violencias ni libertades de expresión, sino sobre poder e impunidad: Will Smith dio el tortazo porque, a falta de motivo, tuvo medios y oportunidad. El servicio de seguridad del teatro hubiera protegido a Chris Rock de cualquiera que no fuese Will Smith.
Falló aquí el principio del monopolio del uso de la violencia por parte del Estado, que no la ejerció cuando debía porque se sintió débil ante un aristócrata. La democracia se arrodilló ante una estrella. Toda la sociedad falló al cómico en su obligación de proteger su sagrado derecho a la insolencia.
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