Jordi González y los espectadores estabulados
El presentador del debate de ‘Secret Story’ está contrariado por el desafecto mostrado por los televidentes en redes sociales, pero la culpa no es del formato, es nuestra que lo hemos visto mal
Anda ofuscado Jordi González porque Secret Story. La casa de los secretos ha estado flojo de audiencia y las redes sociales no lo han acogido con coronas de laurel y túnica palmata. El domingo se quejaba de que el formato había sido “dilapidado” y preguntaba entre afligido y catilinario si acaso hacía tele “para gente que ha sido educada en un establo”. Le pasa lo que a Arturo Bonín con Luis Perezagua en Amanece que no es poco. Si el plagiario de Nabokov creía que el labrador le iba a estropear la novela por leerla mal, González barrunta que vemos incorrectamente el programa y se lo deterioramos con observaciones baratas. A los apocalípticos e integrados de Umberto Eco, González ha sumado los estabulados. Curioso, porque a priori diríase que son lo que añora: televidentes de cerviz baja y rumiar silencioso.
A las cadenas les pirra la interactividad cuando se limita a fines recaudatorios, el problema llega si más que colectar, merma. Cómo iban a imaginar cuando empezó el festival de los SMS y los Teletréboles que algún día esa interactividad podría volverse en contra. Que los espectadores dejarían de ser un mero cajero automático y se les iba a rebelar la granja. O el establo. A González todavía le resquema el final de La noria, cuando tras la entrevista a la madre de El Cuco las protestas de los espectadores provocaron la espantada de anunciantes y lo dejaron en paro.
La ética de una cadena que financia a delincuentes, presuntos delincuentes o adláteres, es cuestionable; la libertad para hacerlo no. Son tan libres de extenderles cheques como el público de cuestionarse su cooperación necesaria en ello. Al igual que somos tan libres de declarar nuestro amor por un formato como de considerarlo, citando las palabras del añorado Manolo Preciado, “la última mierda que cagó Pilatos”.
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