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COLUMNA
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Retorno

Es obsceno ver a los invulnerables dando la matraca todo el rato con el padecimiento de los débiles. Se supone que son periodistas, aunque parecen actrices y actores de cartón

Carlos Boyero
Un hombre mayor viendo la televisión.
Un hombre mayor viendo la televisión.Nasos Zovoilis (Getty Images)

Una viejecita con la que comparto banco público le comenta a una amiga que entre el calor salvaje y lo mala que es la televisión en verano no hay forma de matar el tiempo. Imagino que ella está convencida de que en otoño, invierno y primavera la televisión le regala sensaciones divertidas y estimulantes. Bendita sea su certidumbre. A mí me resulta insoportable en cualquier época del año. Pero no debo de ser el único. Hay mogollón de gente que sin un ápice de melancolía están prescindiendo de ese mueble presuntamente comunicativo. Lo compruebo en las diversas casas que visito durante agosto. Si quieren enterarse de las noticias relevantes del mundo o del estado del tiempo, lo hacen a través del teléfono móvil. Pero la televisión, esa cosita vacua, cursi, histérica, repetitiva, especializada en pornografía sentimental, hepática y política, permanece apagada. Son personas normales en el mejor sentido del término. La tele tendrá una problemática muy grave cuando la palmemos los ancianitos.

En el regreso a mi casa, retorno con ella al aburrimiento y el bochorno. Presentadoras oportunistamente feministas parlotean interminablemente con sus humanistas invitados de todos los males o las gilipolleces del mundo. Confiesan cada dos minutos sentirse abrumadas e insomnes ante la desgracia de los más vulnerables, el precio de la luz (qué graciosa esa ministra y su einsteniano descubrimiento de que las eléctricas no tienen empatía social), del horror que padecen los afganos buenos, en fin…

Es obsceno ver a los invulnerables dando la matraca todo el rato con el padecimiento de los débiles. Se supone que son periodistas, aunque parecen actrices y actores de cartón, sobreactuados, recitando guiones tan mediocres como previsibles. Y anhelando que todos los días se produzcan crímenes, palizas, acuchillamientos, violencia de género, desastres. Su negocio se alimenta de ello. Al parecer, el morbo se cotiza muy alto.

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