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Columna
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Cadáveres

Leo la escalofriante noticia de que en los meses del espanto hubo 59 cadáveres en Madrid que no fueron reclamados por nadie. Deduces que ya antes se sentían muertos en vida

Carlos Boyero
Nichos del Cementerio Sur-Carabanchel de Madrid.
Nichos del Cementerio Sur-Carabanchel de Madrid.Jesús Hellín / Europa Press (Europa Press)

Mi bendita madre se fue de este mundo en febrero, aunque su cabeza se había ido muchos años antes. No hay testimonio de viajero alguno, según el Bardo, que nos confirme la existencia de otro mundo. Pero como ella creía en algo tan cuestionable como el cielo, espero que allí reciba un inmejorable trato. Besé su frente y la enterré. Si hubiera ocurrido un mes más tarde, tal vez no habría podido hacerlo. El monstruo que se cebó con las residencias impediría esa despedida. Y no quiero imaginar el nivel de mi angustia, no saber qué estaba ocurriendo con la persona que me parió. Siento que me asalta el vómito al enterarme de que el director de una residencia y una médico drogaban a los ancianos para desvalijarles sus cuentas. La vileza ensañándose con niños y viejos, con la indefensión extrema, es el más inmundo de los crímenes.

Leo Ferré aseguraba en una canción memorable que Mozart murió solo, enterrado en la fosa común con la única presencia de un perro y de sus fantasmas. Es injusto ese atroz destino para alguien que con su bellísima música regaló tanta felicidad a los demás. Y leo la escalofriante noticia de que en los meses del espanto hubo 59 cadáveres en Madrid que no fueron reclamados por nadie. Deduces que ya antes se sentían muertos en vida. Algunos serían gente sin techo. Otros habrían sobrevivido por instinto en una soledad infinita. Y habría los que se lo montaron desastrosamente en su existencia para lograr que nadie les echara de menos. Da igual. Es horrible.

Quiero pensar ante tantos Bartlebys ya consumidos que alguna vez a lo largo de su vida significaron algo para alguien. Que no todo fue siempre triste, solitario y final.


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