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Columna
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Pijoaparte

La prosa de Marsé prosa era tan evocadora como lírica, siempre hablaba de derrotas, de sueños inalcanzables, de lo imaginado y lo sufrido

Carlos Boyero
El escritor Juan Marsé, en su estudio de Barcelona
El escritor Juan Marsé, en su estudio de Barcelona© Consuelo Bautista

Fue el iconoclasta Groucho Marx el que planteó este interrogante y su respuesta: “¿Mi juventud? Podéis quedaros con ella”. Pero también parece ser incontestable aquella frase hecha y cursi de: “Juventud, divino tesoro”. Al parecer, abundantes delincuentes juveniles que andan contagiando el monstruo, convencidos de que ellos son invulnerables y de que se jodan los inservibles viejos, lo hacen por motivos tan inapelables como la urgencia de sexo, de colocón, de fiesta. Normal. Cuando sean ancianos tal vez recordarán con gratitud sus satisfechos ardores de ahora. Y su memoria dará palmas asociando su adolescencia a los primeros videojuegos, al teléfono multiuso, al paraíso de las redes sociales, a su inserción gozosa en el mundo que les tocó vivir.

Que cada uno disfrute como pueda. Sospecho que bastante gente de mi generación nunca descuidamos cuando éramos jóvenes los placeres de la carne ni la satisfacción que provocaba el alcohol y otras sustancias. Y lo compaginamos con refugios tan sólidos como el cine, los libros, la música en variados y ya agonizantes géneros. Cosas que nos van a acompañar hasta el definitivo adiós.

Pienso en tantos tesoros ancestrales al enterarme de la muerte de Juan Marsé. Recuerdo la emoción que sentí al leer hace infinitos años Últimas tardes con Teresa, Un día volveré, Ronda del Guinardó, Si te dicen que caí. Su prosa era tan evocadora como lírica, siempre hablaba de derrotas, de sueños inalcanzables, de lo imaginado y lo sufrido. La escritura de Marsé se parecía a la de otro pintor del fracaso llamado Scott Fitzgerald. Aunque el primero se centrara casi siempre en los paisajes más deprimidos de Barcelona y el otro derrochara su muy frágil existencia entre las flappers, las universidades elitistas, la jet set de la Riviera francesa y Hollywood. Suave es la noche. Y el pijoaparte tuvo alguna vez entre sus brazos a Teresa Serrat. Y como Gatsby, también creyó engañosamente en la luz verde.


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