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Columna
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Aberración

No quiero pensar en las atrocidades que les quedan por realizar en el campo de tantas artes a los rastreadores del mal, de la incorrección política, de la subversión

Una imagen de la película 'El nacimiento de una nación'.
Una imagen de la película 'El nacimiento de una nación'.
Carlos Boyero

Dispongo con placer desde hace 40 años de uno de los libros de cine más lujosos que se han publicado nunca. Se titula David O. Selznick. Hollywood. Gran parte de él está dedicado a Lo que el viento se llevó, una histórica película por la que pasaron numerosos guionistas y tres directores, pero que lleva el sello de su proteico productor, magnate del cine del que cuentan tantas cosas buenas como malas. Para varias generaciones de público muy variado existe un antes y un después con este título legendario. No es mi caso, pero entiendo su enorme poder de fascinación. Y me irrita la idiotez que ha perpetrado HBO al retirarla de su catálogo. Los muy perspicaces han descubierto ahora que es racista, que el papel de los negros se reduce a los estereotipos del sumiso Tío Tom. Vale. ¿Y qué?

La policía del arte y del pensamiento va a tener un trabajo ingente y bien pagado, su promoción está asegurada. Le sugiero que quemen las copias que perduran de El nacimiento de una nación. Su creador, Griffith, inventó el cine con ella, le enseñó a caminar. Y en su argumento hay cosas tan grotescas como racistas. Hay que ser ciego o loco para otorgar condición heroica al siniestro Ku Klux Klan. Pero rechazar su grandeza visual y su trascendencia solo se le puede ocurrir a la gilipollez satisfecha.

Y no quiero pensar en las atrocidades que les quedan por realizar en el campo de tantas artes a los rastreadores del mal, de la incorrección política, de la subversión. Voy a releer con glotonería a Patricia Highsmith, mi escritora favorita, su apasionante obra no necesitó recurrir al empoderamiento. Tom Ripley, su personaje más repetido, es amoral y un asesino sin sentido de culpa. No me extrañaría que entrara en la lista de los proscritos. Y Shakespeare también. Inventó a Ricardo III, a Macbeth y a Otelo.

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