Depredador
Viendo ‘Jeffrey Epstein. Asquerosamente rico’, quedan pocas dudas sobre la abyección que practicó durante décadas ese ilustre ciudadano de Wall Street
Amo incondicionalmente y a perpetuidad al difunto Leonard Cohen, su voz, su personalidad, sus canciones, sus poemas. También recuerdo algo que escribió en su libro La energía de los esclavos: “Las quinceañeras que yo deseaba las tengo. Es muy agradable, nunca es demasiado tarde. Os recomiendo a todos que os hagáis ricos y famosos”. Certidumbre tan provocadora y cínica no queda eximida de su condición de delito, está prohibido a los adultos practicar sexo con menores de edad, además de ser grimoso.
Recuerdo esas palabras de Cohen viendo la serie documental de Netflix Jeffrey Epstein. Asquerosamente rico. Este fulano utilizó su inmensa riqueza, su fama y su poder para comprar, alquilar y corromper carne joven. Lo pagó caro. Se suicidó (o le suicidaron, teniendo en cuenta su peligro) cuando estaba en el trullo esperando el definitivo juicio a sus desmanes.
Quedan pocas dudas sobre la abyección que practicó durante décadas ese ilustre ciudadano de Wall Street. Centenares de víctimas confirman el voraz apetito sexual del depredador. Montañas de mujeres que no habían cumplido los 18 años pasaron por su sala de masajes y por su cama. También veinteañeras. Al parecer, muchas de ellas aceptaron su dinero y las promesas que les hacía sobre su futuro. Reclutaron amigas y conocidas para alimentar el insaciable apetito del libertino. Pero no puedo evitar que los testimonios de algunas me suenen a interpretación cutre, sin credibilidad, sobreactuada, a seguir fielmente las consignas de los abogados. Había muchísimo dinero en juego con las indemnizaciones. Todo es muy turbio y fatigoso a ratos.
Los ilustres amigos de Epstein reniegan de esa relación. Trump asegura que se peleó con él. Clinton, ese hipócrita profesional, del que están registrados 26 vuelos a la isla privada de Epstein, niega haber estado allí. El príncipe Andrés no recuerda haber conocido a una chica con la que aparece abrazado en una foto. El hedor reina. Todo dios salió en estampida ante la ruina del siniestro personaje con el que debieron de compartir tantos goces prohibidos.
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