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Columna
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Honra

Me pregunto si la gente normal siente algún interés ante el repulsivo circo que están montando. Solo me atrae la política cuando Shakespeare me habla de ella

Una imagen de 'Julio César', de Joseph L. Mankiewicz.
Una imagen de 'Julio César', de Joseph L. Mankiewicz.
Carlos Boyero

Es muy cruel el esperpento y la vileza congénita que está ofreciendo esa cosa tan sucia llamada política. Me pregunto si la gente normal, a la cual ellos ignoran o desprecian aunque vivan de ella (¿existen los ERTE para la clase política, corre el más remoto peligro su sueldo?), siente algún interés ante el repulsivo circo que están montando. Solo me atrae la política cuando Shakespeare me habla de ella.

Vuelvo a ver la extraordinaria adaptación cinematográfica que hizo Mankiewicz de Julio César. Marco Antonio, en un discurso diabólico, logra que la plebe, un minuto antes enfervorizada con la justificación que ha hecho Bruto del asesinato de César, cambie en poco tiempo su opinión sobre el magnicidio. Y remata su seducción con algo infalible. Informa al pueblo de que César se acordó de él en su testamento, que lega un montón de denarios a los ciudadanos de Roma. A partir de ahí, los agradecidos oyentes exigen que le corten la cabeza a Bruto. El ministro Marlaska, después de destituir a los jefes de la Guardia Civil por un informe (¿torticero?) en el que su gestión sale malparada, le asegura a los Cuerpos de Seguridad del Estado que desde este mes aumenta su nómina en un 20%. Es soez y barato. ¿Tal vez eficaz? Pero no puedo evitar el ataque de hilaridad cuando un sindicato de la Benemérita saca un comunicado en el que afirma algo tan calderoniano como: “Ni todo el oro del mundo puede comprar nuestra honra”. Mi frivolidad y mi desconocimiento se preguntan en qué consiste eso tan enfático de la honra. Tengo cínicas dudas, constatando la historia de la humanidad, de que todo el oro del mundo no pueda comprar lo que le dé la gana.

Y mientras tanto seguimos con acusaciones de marquesado y de paternidad terrorista. El nivel es cochambroso. Y lo que nos falta por escuchar.

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