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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Vikingos descabezados

Ragnar se fue en un capítulo cualquiera y dejó a la serie huérfana de su carisma. La pelea entre sus herederos cayó en el maniqueísmo

Una imagen de la sexta temporada de la serie 'Vikingos'. En vídeo, avance del primer capítulo de la sexta temporada.
Ricardo de Querol

No era una serie que llegara con mucha fanfarria. No tenía el sello de los grandes de la industria, sino el de The History Channel, conocido por su afición a nazis y alienígenas (no digamos a los alienígenas nazis). Pero Vikingos dio una agradable sorpresa al aparecer en 2013 y conquistar el boca a boca, que es el mejor recomendador de series.

La producción presume de una cuidada ambientación histórica: la hay, pero toda ficción exige tomarse licencias. La mayor fue poner juntos en el mismo tiempo y espacio a todas las figuras de la historia escandinava en torno al siglo IX, fueran legendarias —Ragnar Lodbrok, Lagertha, Björn— o documentadas —Rollo, Floki, Harald, Ecbert, Olaf, Oleg—. Casi todos con su entrada en Wikipedia, tiene gracia tropezar ahí con algún spoiler.

El resultado estaba logrado: los personajes eran creíbles y la trama desbordaba épica. Vimos grandes batallas, lealtades y traiciones, pasiones y rupturas, reyes y ejércitos de muchos países, conquistas y exploraciones asombrosas. Hubo enemigos admirables y aliados siniestros. Tiene mérito acercarnos a un pueblo temido por su crueldad, que se muestra sin tapujos, y lograr que nos identifiquemos con sus valores. Algún sacrificio humano nos parecía evitable, pero asumimos esa idea del honor que ennoblecía una época sangrienta. Ayudaba a simpatizar, quizás, que los nórdicos fueran divertidos, fanfarrones y libertinos, en contraste con el riguroso cristianismo medieval.

Vikingos funcionaba mientras lo hacía Ragnar (Travis Fimmel), un tipo despierto que abre los horizontes de su gente llevándola a saquear tierras inglesas o a cercar París. También funcionaba su consorte, la imponente guerrera Lagertha (Katheryn Winnick), y un buen puñado de secundarios. Las cuatro primeras temporadas eran un tratado de liderazgo en tiempos bárbaros. Pero Ragnar, ay, desapareció en mitad de un capítulo cualquiera dejando a la serie huérfana de su carisma. Llevamos demasiados episodios sin él, y Lagertha se fue desdibujando, así que el foco se puso en el juego de tronos entre dos de los hijos de Ragnar, Björn y Ivar. Pero Ragnar era fascinante por complejo, unas veces heroico y otras miserable. Con los hijos la serie se deslizó al maniqueísmo: uno muy bueno y uno muy malo (aunque más listo). Por cierto, si Lagertha brilló como icono feminista, Ivar sería un ejemplo de superación de la discapacidad si no resultara tan odioso.

Acabamos (en TNT) la primera tanda de la sexta y última temporada con pereza y ganas de llegar al final. El arranque cae en el tedio; solo un giro dramático en el sexto episodio nos agita otra vez. La trama remonta cuando parecía derrumbarse y a ratos sentimos la épica que nos embriagaba. Una épica que no echaremos de menos: ya la estábamos echando de menos. Brindemos por ella. Skol.

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Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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