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Por qué Telegram es tan popular en las repúblicas exsoviéticas

La detención del periodista Roman Protasevich revela la importancia de la aplicación de mensajería, que permite enviar mensajes a miles de personas y solo censura la incitación a la violencia y el terrorismo

Jordi Pérez Colomé
Vkontakte control rusia
Pável Dúrov, fundador de Telegram.El País

Cuatro días antes de la detención extraordinaria de Roman Protasevich, Bielorrusia cerró el medio más popular del país, Tut.by, y detuvo a 13 personas. La web sigue bloqueada e inaccesible, incluso desde el extranjero. Pero Tut sigue publicando información para más de medio millón de seguidores fieles. ¿Dónde? En la plataforma de mensajería Telegram.

Al contrario que la detención de Protasevich tras obligar a aterrizar el vuelo de Ryanair entre Atenas y Vilna (Lituania), el cierre de Tut.by no provocó titulares en la prensa internacional. El régimen bielorruso organizó un aparatoso arresto que le puso en el foco de la agenda internacional. Pero al contrario que con la web Tut.by, Bielorrusia no puede hacer nada con Telegram. “¿Cómo puedes detener estos canales de Telegram? ¿Puedes bloquearlos? No. Nadie puede”, admitió en septiembre el presidente Aleksandr Lukashenko.

Lukashenko conoce bien esa dificultad porque su aliado Vladímir Putin lo intentó sin éxito en Rusia durante dos años desde 2018 y solo logró popularizar aún más la aplicación. Pero eso no impide que seguir determinados canales en Telegram implique convertirse en un disidente, como sucedía hace unas décadas con quien leía determinados periódicos. “La policía bielorrusa puede detenerte si encuentra Nexta [el canal de Telegram que dirige Protasevich] en tu aplicación de Telegram en tu móvil”, dice por teléfono a EL PAÍS Aleksandr Herasimenka, investigador bielorruso de la Universidad de Oxford.

A pesar de esta amenaza, Telegram tiene más descargas en Rusia y en las exrepúblicas soviéticas con gobiernos autoritarios, como Bielorrusia o Uzbekistán, que en países occidentales, según datos de la compañía de análisis App Annie. ¿Por qué? Hay al menos dos motivos globales y otros dos motivos específicamente exsoviéticos.

1. La capacidad de emitir para una comunidad. Telegram es una plataforma de mensajería que permite emitir en canales que siguen cientos de miles de personas, al contrario que WhatsApp o Signal, que son estrictamente para comunicación individual o grupos pequeños. Los cuatro canales más grandes de Bielorrusia son informativos y todos tienen a alguno de sus miembros detenidos: dos de Nexta, Tut.by y el llamado Bielorrusia en el cerebro, cuyo fundador, Ihar Losik, hizo dos meses de huelga de hambre a principios de 2021. Los canales informativos de Telegram con más seguidores del mundo son uno indio sobre la covid-19, seguido de cuentas de Malasia, Uzbekistán, Bielorrusia y Etiopía, todos con más de un millón de seguidores. Nexta, con sus 1,23 millones de seguidores, es el canal número 23 del mundo en un país de 9 millones de habitantes. Por comparar, el canal independentista catalán Tsunami Democràtic llegó a tener algo más de 400.000 seguidores.

2. La promesa de la libertad de expresión total. Igual que en muchas dictaduras celebran Telegram por su capacidad de emitir información, en otros lugares (también en España) la plataforma tiene mucho éxito como canal para compartir desinformación, por ejemplo noticias que contradicen las evidencias científicas sobre la covid. Telegram es severo con el terrorismo y la incitación a la violencia. Pero todo lo demás tiene cabida.

En la esfera exsoviética, Telegram añade otros dos puntos fuertes:

1. Su fundador, Pavel Durov. Le llamaban el Mark Zuckerberg ruso porque fundó Vkontakte, un Facebook ruso que vendió tras varios conflictos con el Gobierno de Putin. En 2014 fundó Telegram. Su origen y su compromiso con la seguridad de sus usuarios, dan a Durov un aura especial. “Muchos le dan su confianza por su combate contra fuerzas del Gobierno y por sus ideas libertarias”, explica por teléfono a EL PAÍS Andrei Soldatov, periodista ruso y autor de un libro sobre internet en su país.

2. Un aire soviético. “Como en la Unión Soviética, ahora no hay un espacio real para medios tradicionales y en su lugar había rumores. Ahora esos rumores están en Telegram”, dice Soldatov. “Los canales tienen la reputación de que recibes información sin verificar, pero muy rápido. Algunos son correctos, otros no, pero no hay censura”, añade. Los editores de Nexta reciben cientos de pistas sobre lo que puede estar ocurriendo en altas esferas. Muchos presumen de ser insiders y algunos lo son. En Rusia sucede algo similar con la información sobre el Kremlin. En este lodazal pueden salir favorecidas muchas corrientes pero hay algo claro: son muy difíciles de controlar y a Lukashenko le irrita.

Por qué es tan difícil bloquear Telegram

Todo se puede bloquear. El ejemplo es China. Pero nada es fácil. Cuando Rusia intentó bloquear Telegram en 2018, el tráfico cifrado de la plataforma se escondía en servidores por donde pasaban datos de muchas otras compañías: si decides bloquearlo, de golpe dejas sin servicio a miles de otras aplicaciones. Perseguir el tráfico de Telegram en esas condiciones es como luchar contra una sombra en una habitación a oscuras: nunca sabes dónde acudir, escribe por correo electrónico a EL PAÍS Srdjan Matic, investigador de Imdea Networks. “Muchas organizaciones comparten CDN (red de distribución de contenido, en sus siglas en inglés) y si decides bloquear una dirección IP específica porque es la que usa Telegram, como efecto colateral vas a interferir con otros servicios alojados en la misma dirección. No sé qué CDN usa Telegram pero para dar una idea, Akamai es uno de los mayores CDN y carga con el 30% del tráfico. Puedes imaginar la cantidad de molestias que puede causar si Telegram usa una IP de Akamai y decides bloquearla”.

Así que hay dos caminos. Uno es el chino, bloquearlo todo y crear un ecosistema paralelo donde todos los ciudadanos obtengan los beneficios de internet y puedas controlarlo sin molestar a quienes no quieren meterse en política. El otro es hacer equilibrios, como hace Rusia. Aquí hay una lección histórica útil, según Nicolás de Pedro, jefe de investigación en el Institute for Statecraft (Londres). “Si prohíbes Instagram tienes que malgastar recursos represivos en perseguir a las adolescentes que quieren hacerse fotos. En cambio, si la permites es muy probable que tenga un efecto estabilizador o desmovilizador. Lo que exige Rusia a las plataformas es poder ejercer control sobre los contenidos y el flujo”, dice por e-mail.

Este equilibrio, añade De Pedro, proviene de la experiencia soviética, cuando cosas como el rock o el fast food daban una percepción prohibida de Occidente y aceleraron el hundimiento. Además, como puede ocurrir en otras redes, Telegram puede ser un buen método de canalizar información favorable sin que parezca tan evidente como cuando sale en la televisión pública.

Qué ocurre con el resto de plataformas

Pero en esa búsqueda de equilibrio se cuelan muchos problemas. En YouTube, el vídeo del opositor ruso Alexei Navalni sobre el presunto “palacio secreto de Putin” se ha visto 116 millones de veces. Aunque Telegram y YouTube sean ámbitos distintos, los intentos de presionar, acallar y combatir la información de las plataformas solo puede ir a más, sobre todo en países autoritarios aunque la situación puede replicarse en Occidente.

“Lo que podemos aprender de estos países sin derechos es que nunca pueden cerrar todo, siempre hay alguna manera de llegar a sus audiencias. Cuando se bloquea un camino, la información aparece en otra plataforma”, dice el investigador ruso de Oxford Herasimenka.

Esta semana, por ejemplo, las oficinas de Twitter en la India han sido “visitadas” por la policía para investigar etiquetas de manipulación que la red social puso en mensajes de miembros del partido del Gobierno. Una batalla distinta pero con los mismos protagonistas ocurrió en el reciente conflicto entre Israel y Palestina, donde las acusaciones de censura y confusión hacia las plataformas está siendo persistente.

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Sobre la firma

Jordi Pérez Colomé
Es reportero de Tecnología, preocupado por las consecuencias sociales que provoca internet. Escribe cada semana una newsletter sobre los jaleos que provocan estos cambios. Fue premio José Manuel Porquet 2012 e iRedes Letras Enredadas 2014. Ha dado y da clases en cinco universidades españolas. Entre otros estudios, es filólogo italiano.

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