¿Cuánto contamina enviar un tuit, hacer una búsqueda en Internet o ver un vídeo de Youtube?
El sector de las TIC consumirá entre el 10% y el 20% de la energía mundial en 2030, según diferentes investigaciones
Cada búsqueda en Google supone al menos una emisión de entre 0,2 gramos de dióxido de carbono. Visualizar 10 minutos un vídeo de YouTube, de un gramo. Cada correo almacenado en el ordenador genera unos 10 gramos de CO2 al año. Estos datos de forma individual pueden parecer ínfimos. Pero Coral Calero, catedrática de Lenguajes y Sistemas Informáticos del grupo de investigación Alarcos de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM), afirma que se convierten en cifras preocupantes si se multiplican por las 4,1 millones de búsquedas en Google, los 4,7 millones de vídeos que se ven en Youtube o los 190 correos electrónicos que se envían solo en un minuto.
El uso de los millones de dispositivos que hay en el mundo requiere una gran cantidad de energía y, por tanto, conlleva una emisión de dióxido de carbono. La concentración de este gas en la atmósfera es la más alta desde hace tres millones de años, según la Organización Meteorológica Mundial. João Paulo Fernandes, profesor de la Universidad de Coimbra e investigador sobre sostenibilidad medioambiental del software, explica que las TIC consumen en la actualidad entre el 6% y el 9% de la energía mundial y se espera que esta proporción crezca del 10% al 20% hasta 2030.
“Nuestro estilo de vida digital en general pronto tendrá un mayor impacto en el calentamiento global que toda la industria de la aviación”, señala. La aviación internacional representaba en 2017 en torno al 3,5% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero de la Unión Europea, según los últimos datos registrados por el Parlamento Europeo. Y se espera que aumenten.
Un informe de 2017 elaborado por Huawei Technologies afirma que incluso la previsión más optimista apunta a que en 2025 las TIC consumirán unos 2.800 teravatios hora (TWh), lo que supone aproximadamente el 9% del consumo de energía en todo el mundo. Otro artículo publicado en la revista científica Nature prevé que las cifras de consumo de datos serán más alarmantes y constituirán aproximadamente el 21% del consumo mundial de energía en 2030.
“Cuando nos referimos a las TIC tenemos que incluir todo lo relativo a software y hardware pero también todo lo relativo a Internet”, afirma Calero. Como hardware, “debemos considerar tanto a ordenadores como a cualquier otro dispositivo con capacidades de computación”. La lista sería infinita: desde una caja registradora hasta un satélite pasando por un teléfono móvil o un tren. E Internet “permite la conexión entre diferentes dispositivos hardware”. Pero Calero recuerda que es el software el que hace que todo ello tenga utilidad para los usuarios: “En el software se incluyen desde las aplicaciones que tenemos en nuestro ordenador hasta bancarias, redes sociales o la compra online, que se ejecutan teniendo a la red como soporte de comunicación. Y eso es mucho software”.
Cisco estima que para el 2021 el número de dispositivos conectados a redes IP será de 23.000 millones, el triple de la población mundial. José Alfonso Gil, Country Manager de Vertiv en España, recuerda que esta estimación está en línea con la que hace la consultora Gartner (20.800 millones de dispositivos) y es conservadora respecto a la de IDC (28.100 millones) e IHS Markit (30.700 millones). “Debemos tener en cuenta que detrás de cada dato, de cada pequeño dispositivo y de cada interacción digital, hay una base física detrás: esencialmente una red de comunicaciones y un centro de proceso de datos o data center”, afirma.
Los datos son considerados el petróleo del siglo XXI. Millones de usuarios los generan continuamente. Pero además quieren almacenarlos y poder recuperarlos en cualquier momento y desde cualquier dispositivo. Los centros de datos son grandes consumidores de energía, por lo que las compañías tratan de minimizar el uso energético de las instalaciones. Fernandes explica que esta es la razón por la cual muchos proveedores de servicios trasladan sus centros de datos a lugares realmente fríos como el Círculo Polar Ártico para ahorrar energía para enfriar los servidores.
Pero, ¿qué es exactamente lo que contamina? ¿Son los dispositivos? ¿Es nuestra actividad en la web? Todo suma. Félix O. García-Rubio, catedrático de Lenguajes y Sistemas Informáticos del grupo Alarcos de la UCLM, explica que “aunque en sí mismos los dispositivos puedan requerir algo de energía, es en el momento en el que se ponen en marcha ejecutando aplicaciones cuando el consumo empieza a aumentar”.
En la actualidad existe una gran dependencia del software, que indudablemente ayuda a miles de usuarios en su día a día. “Desde que nos levantamos ponemos la alarma del móvil para despertarnos, consultamos cuánto tiempo le falta al autobús para que llegue a nuestra parada, miramos la temperatura que va a hacer para decidir la ropa que nos ponemos. Llegamos al trabajo y consultamos el correo…”, indica. Estos ejemplos muestran un uso consciente del software, pero hay que sumarle la cantidad de dispositivos “que llevan software y no somos conscientes”. Por ejemplo, un coche, la lavadora, un televisor o incluso un juguete.
No todos los tuits ni todos los buscadores contaminan lo mismo
“Aunque cada acción que hacemos los usuarios no es que sea excesivamente contaminante, si tenemos en cuenta que en el mundo somos 7.676 millones de personas y que la gran mayoría estamos utilizando software, entonces los datos empiezan a ser preocupantes”, sostiene. Los usuarios, en su actividad en Internet, pueden tener un papel activo para consumir menos energía en algunas ocasiones. Pero en otras no. “Por ejemplo, la publicidad insertada consume y poco podemos hacer puesto que no es algo que nosotros activemos”, afirma Ignacio García-Rodríguez de Guzmán, profesor titular de Universidad en la Escuela Superior de Informática del grupo Alarcos.
Sin embargo, sí pueden aportar su grano de arena, por ejemplo, prescindiendo de los emails innecesarios que mandan a lo largo del día. Los usuarios británicos envían una media de 11,29 correos electrónicos innecesarios a la semana, según un estudio de Censuswide citado por la compañía energética Ovo. Si cada uno de ellos prescindiera al día de solo uno de esos mensajes, se dejarían de emitir a la atmósfera 16.433 toneladas de dióxido de carbono al cabo de un año. Así lo revela una investigación de Ovo, que señala que sería el equivalente a retirar de la circulación 3.334 coches de gasolina o a eliminar 81.152 vuelos entre Londres y Madrid.
Tanto enviar mensajes en WhatsApp como usar servicios en la nube como Netflix o publicar tuits contribuye a la emisión mundial de gases de efecto invernadero. Pero no todas las acciones contaminan lo mismo: “Si vemos una película a través de una plataforma de contenidos implica un consumo mucho más elevado que si escribo un mensaje en Twitter”.
Incluso en esta red social, no todos los tuits dejan la misma huella de carbono. Los investigadores del grupo Alarcos de la UCLM, que han desarrollado un aparato de medición para obtener datos de consumo real de un software que se ejecuta en un PC, han detectado que el consumo varía según se escriba un tuit. En concreto, han estudiado la diferencia entre publicar cinco tipos distintos de mensajes: un tuit con 280 caracteres, solo una imagen, 280 emoticonos, un emoji o un GIF. El mensaje que menos consume es el que solo tiene un emoji. “Si no podemos transmitir lo que queremos decir usando solo un emoji, podemos escribir texto. Pero debemos evitar el uso masivo de los GIFs, ya que es el que más consume”, cuenta García-Rodríguez. Los resultados han sido los mismos al realizar esta prueba en Facebook.
E incluso hay diferencias entre realizar la misma actividad en múltiples servicios. María Ángeles Moraga, profesora titular de Universidad en la Escuela Superior de Informática del grupo Alarcos, explica que el consumo depende de múltiples factores: “De la implementación, de cómo se provee el servicio, de la cantidad de usuarios, del dispositivo que se usa…”. Pone como ejemplo algo tan simple como hacer una búsqueda en Internet. No es lo mismo hacerlo con un navegador que con otro y también hay diferencias entre buscadores.
Los investigadores del grupo Alarcos han estudiado la huella de carbono de cuatro navegadores —Google Chrome, Firefox, Edge y Opera— combinados con cuatro buscadores —Google, Ecosia, Bing y DuckDuckGo—. “La combinación que garantiza más privacidad y sin consumir mucho es Edge+DuckDuckGo. Los navegadores más respetuosos son Edge y Firefox. Y si quieres usar el buscador Google, entonces es mejor hacerlo con Edge”, afirma Moraga.
En el caso de los traductores automáticos, han puesto a prueba Google Translator, DeepL, Bing, Tradukka, Yandex y Systran Translate tanto en Chrome como en Firefox. La mejor combinación sería usar Chrome con el traductor de Google y la peor Firefox con Tradukka. Los investigadores insisten en que todas sus mediciones se han realizado en el ordenador del usuario que ejecuta cada acción. Es decir, no han podido saber cómo se comportan los proveedores de los servicios mencionados.
“No podemos hacer a los usuarios responsables de las emisiones de las TIC, pero sí podemos pedirles que, hasta que las empresas sean conscientes y empiecen a trabajar en ello, adquieran ciertas responsabilidades a la hora de elegir, por ejemplo, el navegador que usa o cómo escribe los tuits”, afirma Moraga. Por ejemplo, si los usuarios utilizan servicios de la nube para almacenar sus archivos, deben ser conscientes de que “esos archivos están ubicados en un centro de datos, el cual hay que mantener, por lo que una buena práctica sería eliminar de manera periódica todos los elementos innecesarios y mantener actualizado el buzón de correo electrónico borrando todos aquellos correos innecesarios”.
El impacto del software en el medio ambiente, la asignatura pendiente
Aunque los usuarios puedan poner de su parte para mitigar el impacto de las TIC en el medio ambiente, Moraga destaca que los principales responsables para conseguirlo son los desarrolladores y las empresas. Las compañías tecnológicas han empezado a tomar medidas en cuanto al hardware para crear equipos más eficientes y reducir el impacto desde su fabricación. Por ejemplo, Lenovo Iberia explica que utiliza una solución de soldadura por temperatura (LTS). Se trata de una tecnología que permite bajar el calor requerido para fabricar los portátiles ThinkPad de 250 a 180 grados. Así, según afirman, han reducido sus emisiones de dióxido de carbono en 59 toneladas métricas en un año.
Los equipos cada vez son más eficientes, lo que en parte permite soportar las demandas crecientes de datos sin incrementar la huella de carbono. Así lo explica Antonio Fariña Martínez, profesor del grado de Ingeniería Informática de la Universidad de A Coruña (UDC), que cita datos provenientes de países como Alemania o Suecia: “Por ejemplo, las smartTVs consumen hasta un 30% menos o un portátil que hace 10 años aguantaba dos horas con su batería ahora permite trabajar durante 10 horas con la misma carga”. Pero, según indica, también influye que, en lugar de encender un ordenador de escritorio y su respectivo monitor para leer el correo, conectarse a las redes sociales o ver vídeos en Youtube, cada vez se usa más el móvil o una tableta —que conllevan un consumo mucho menor—.
Si bien las empresas tratan de mejorar el hardware, aún queda mucho trabajo por hacer en el lado del software. Las acciones incluidas en los documentos de responsabilidad social corporativa de 10 de las principales empresas tecnológicas demuestran que no tienen conciencia del impacto de sus programas en el medioambiente, según un estudio reciente realizado por Alarcos. Conseguir tener presente el consumo de dicho software durante su desarrollo y uso puede conllevar grandes ahorros de energía y, por tanto, de emisiones de dióxido de carbono al medio ambiente.
En muchos casos se trata de ser capaces de conseguir realizar la misma tarea pero usando menos energía. Óscar Pedreira Fernández, profesor de la Universidad de A Coruña (UDC), codirige junto a Fariña un proyecto en el que estudian cómo conseguirlo con técnicas que permitan un procesado eficiente de datos. “Por ejemplo, si bien una película en alta definición puede ocupar fácilmente varias decenas de gigabytes, podemos disfrutar de un capítulo de una hora de nuestra serie favorita en plataformas de streaming con una calidad razonable usando no más de 200MB gracias a la compresión de vídeo”, afirma.
También “es muy probable que los datos intercambiados entre el servidor web y nuestro navegador web estén comprimidos para no solo reducir la cantidad de datos a transmitir, sino para reducir el tiempo de carga de la misma”. En algunos casos, para acceder a materiales que han sido comprimidos previamente hay que pasar por un proceso previo de descompresión —que consumiría energía—. Pero Pedreira explica que hay técnicas de compresión específicas que permiten procesar (acceder a los datos o realizar búsquedas sobre los mismos) sin la necesidad de descomprimir toda la colección.
Calero considera que la eficiencia energética del software “será obligatoria en pocos años”. Para ella, es fundamental hacer conscientes a las empresas que desarrollan software de que la calidad de sus aplicaciones también depende de su eficiencia energética. Una vez que esto se haya interiorizado en las empresas, sostiene que sería posible contar con etiquetas energéticas para las diferentes aplicaciones que un usuario encuentre en el mercado. Servirán como indicativo del grado en el que la aplicación es respetuosa con el medioambiente. “Esta clasificación sería similar a la que disponemos ahora mismo para los electrodomésticos. Hace algunas décadas nadie adquiría un electrodoméstico en función de su clasificación energética. Sin embargo, hoy en día es una de las principales características en las que nos fijamos”, concluye.
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