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Un día en la vida de los niños del futuro

Padres de los ganadores de la Ibérica de robótica en Jalisco cuentan qué hacen sus hijos cuando en la mente sólo tienen una idea: programar el mundo

Los chicos durante su participación en el RoboRAVE.
Los chicos durante su participación en el RoboRAVE.

La vida de cualquier niño puede estar llena de travesuras, energía y aprendizaje. Pero la vida de tres niños interesados en la robótica se nutre de dos cosas fundamentales, que se añaden a esa rutina: una curiosidad infinita y unos padres que los apoyan en cada aventura.

Alejandro, Diego y Gerson son niños poco convencionales. Les gusta la robótica porque “lo que podemos pensar, lo programamos. Y lo más chido es que el robot haga lo que le pedimos”, dice Diego, el más pequeño y desinhibido de los tres.

Un día en su vida comienza antes de las seis de la mañana: van a la escuela, a la natación, al inglés o al francés, hacen tarea, son gamers. Y en sus ratos libres, hasta les gusta arreglar o descomponer los artefactos electrónicos de su casa.

Ellos, junto con sus papás, terminan rendidos a cada noche. Pero poco a poco llegan las satisfacciones. Los tres fueron participantes y ganadores en el RoboRAVE 2017, un concurso de robótica se llevó a cabo en Badajoz (España) y que participaron por invitación de la reina Letizia.

Un entrenamiento de combate

Alejandro Pérez Gutiérrez y Diego Francisco Preciado Lara no conocían a Gerson Esquivel García hasta hace un año. Los primeros estudiaban en un colegio mientras que Gerson estudiaba en una secundaria técnica de Jalisco. Hoy los tres son un equipo: se alistan para participar juntos en Robomath, el concurso de robótica más importante de México.

Su escuadrón de entrenamiento está un domo de la Escuela Normal de Jalisco, ocho mesas preparan su robot. Esta será una tarde de combate: los chicos programan en sus computadoras las ordenes para que sus robots, del tamaño de un auto a control remoto, pueda enfrentarse. Se trata de que un robot saque a otro de un recuadro de un metro cuadrado pintado en el suelo.

El secreto está en la programación y el armado. Los asesores, comandados por Guillermo Manuel Rivera Aguilar, director de pensamiento lógico matemático de la Secretaría de Educación, dan indicaciones. En 45 minutos, los ocho equipos reunidos en una cancha de voleibol, deberán de presentar sus robots a combate.

Un juego llamado vida

“Se usan sensores ultrasónicos para el combate. Tu tienes que programar el robot, dependiendo tu estrategia. Nosotros programamos para que el sensor busque movimiento a un metro de distancia. Y lo que hacemos es que, una vez que detectó la cercanía, gire. Eso da fuerza en el impacto”, dice Gerson, para explicar su táctica de juego.

Sus padres lo bautizaron así por el nombre de un jugador ícono de la selección brasileña que llegó a México para jugar el mundial de 1970: Gerson de Oliveira Nunes. Desde entonces, el chico ha hecho lo mismo que la leyenda futbolística: destacar en el ámbito profesional.

Su medalla de plata en el RoboRAVE es apenas un incentivo para otras cosas que se plantea. Viajar a España le cambió la vida: “ahora vemos que habla por teléfono en otros idiomas, con los chicos que conoció allá. Ahora está estudiando francés, pero quiere seguir el camino de los idiomas. Y nosotros lo vamos a apoyar hasta donde podamos”, dicen sus orgullosos padres, quienes están en las gradas de cada entrenamiento.

Gerson no sabe a ciencia cierta qué quiere estudiar. Quizá porque todavía no existe esa carrera en el mundo. Sólo tiene claro qué es lo que no quiere: no quiere manufacturar ni armar. Quiere desarrollar y programar los robots, las tabletas y las computadoras del futuro.

Su vida no es un juego. Pero mientras decide que hacer con ella, se divierte con los robots en cada combate. Como el de este día, cuando Gerson y sus amigos ganaron de nuevo.

Esta noticia, patrocinada por Talent Land, ha sido elaborada por un colaborador de EL PAÍS.

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