Pío, pío, que yo no he sido
Twitter cumple diez años como vehículo de vanidad y entretenimiento, y mucha menos espontaneidad de la que aparenta el medio
Me ha felicitado Twitter por su décimo aniversario, una paradoja a medida de una red asimétrica que se ha terminado convirtiendo en una adicción contemporánea, incruenta y económica, o no tan incruenta por el grado de dependencia que requiere y porque Twitter es un juguete de la vanidad, toda vez que cultivarlo exige egocentrismo y autocomplacencia. Se trata de poner en órbita el protagonismo, muchas veces identificando con cierta ternura los propios complejos. Por eso me impresiona el tuitero que expone sin rubor los elogios ajenos. O el que no ha comprendido la diferencia entre seguidor y partidario cuando no se explica la discrepancia de la autopropaganda.
Mi perversión favorita es aquella en la que un megafamoso somete a un trol a un escarnio. Es muy sencillo: el titular de una cuenta millonaria retuitea a un sujeto que le ha insultado y ofendido, de forma que sus voluntarios se ocupan de masacrarlo.
Twitter es un animal de compañía, pero no está claro quién lleva a quién de la correa. Ni terminan de comprender algunos políticos -y no solo ellos- la diferencia que existe entre la informalidad y la seriedad. Informal es Twitter, pero las palabras son las palabras, de forma que conviene sopesarlas antes de exponerlas en el abrevadero. Y hacer memoria también, como lo demuestra los antiguos tuits de Pedro Sánchez -"ser malos"-, ilustrativos de un infantilismo que contradice las aspiraciones a la Moncloa.
Twitter no es la realidad, aunque forma parte de ella. Twitter es un vehículo de comunicación, pero no exactamente de información. Twitter es el subconsciente de una sociedad, especialmente cuando el anonimato disfraza los peores instintos. Twitter es inmediato, pero no espontáneo. Un hashtag puede surgir por aclamación, igual que puede hacerlo desde una escrupulosa estrategia de propaganda. Y no es cuestión de redundar en las teorías conspiranoicas, sino de remarcar la relevancia de las redes sociales -y de su control- en las sociedades libres o menos libres.
Twitter es un espejo cóncavo. Twitter es una herramienta. Y como toda herramienta, puede usarse adecuada o inadecuadamente. Se trata de diferenciar la función del uso. Y sin necesidad de dramatizar. Porque es un canal de entretenimiento. Y porque se ha convertido en un paradigma de relaciones sociales y hasta profesionales, de forma que se adhiere uno al décimo aniversario, disciplinando la adicción y agradeciéndole que Audie Norris haya aparecido entre mis últimos seguidores. Es como si él hubiera cruzado la pared el póster que tenía en mi habitación de adolescente, aunque por razones cármicas, entiendo, también me sigue Mariano Rajoy.
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